El ministro de defensa Diego Molano y Carlos Ordosgoitia, alcalde de Montería, se metieron a mi barrio acompañados por un poco de tombos. La vaina sucedió esta mañana. Llegaron desplegando un intensísimo operativo de seguridad porque, según ellos, estaban dispuestos a desmantelar y demoler un ya derruido colegio abandonado que estaba siendo usado como olla de drogas. Según lo que dijeron los mitómanos del Meridiano, la cloaca era exclusiva de El Clan del Golfo.
Déjenme decirles, señor ministro y señor alcalde, que ustedes son unos excelentísimos habladores de mondá. Yo crecí aquí, jugando fútbol en la cancha de banquitas al lado del antiguo colegio San Martín, crecí saltando el canal que atraviesa su calle y, hoy en día, crecido ya, me meto las frías justo en el estadero que queda al lado de esas ruinas. En ese lugar, nunca, pero nunca se ha vendido un hijueputa gramito de bazuco, perico o un cachito de marihuana.
Desde ayer estamos consternados por el asesinato de Santiago Ochoa, el joven que apareció decapitado y desmembrado en Tuluá. Sin embargo, el ministro de defensa viene a pasearse por mi barrio con su camisita manga larga y sus pantaloncitos bien planchados para decir que le están dando un golpe al microtráfico. No conformes con los cordones de seguridad que hicieron para acorralar a un Clan del Golfo de pantomima y, a la vez, proteger a la comunidad del vicioso invisible, llevaron maquinaria pesada para demoler cuatro paredes sin techo ni ventanas que bien hubiese podido tumbar yo con un par de martillazos. En serio, había más solidez y estructura en la casita del primer cerdito del cuento.
A pesar de lo que digan los gobernantes, los funcionarios, el Meridiano y Caracol, allí nadie ha vendido ni metido maracachafa en treinta años que tengo de futbolista aficionado y chirrete probado en los límites de ese centro educativo. Si no que lo digan todos los burros amigos míos, a los que, por cierto, se parecen mucho, pasan viendo vainas donde no las hay.