Ocho curadores con un moderador para seleccionar 36 artistas que tristemente se presentan en el Museo de Arte del Banco de la República. En eso se ha convertido el Salón Nacional de Artistas que, ahora se llama Imagen Regional 8. Cada curador tiene, más o menos, permiso de seleccionar entre cuatro y cinco amigos.
Sí, esta muestra recoge aristas insignificantes con obras insignificantes. Nunca saldrán nombres con futuro. No quiero imaginarme cómo serán los otros eventos de la misma índole que se mueven en las regiones de Colombia. Nada sale del amiguismo fragmentario y nada es producto de un compromiso y desarrollo de las artes plásticas de los jóvenes artistas que tienen esta corta visón del mundo. Nada resulta digno cuando es una desalmada manera de cumplir con un triste requisito del Ministerio de Cultura que desmembró el sentido del Salón para convertirlo en unas ventanas cercanas y sin retos donde los amigos se aseguran la no competividad, el no observar en conjunto las diferentes tendencias sino que por el contrario, este enfoque las unifica en temas como para darle una coherencia a la dispersión con un efecto intrascendente. ¿Para qué utilizar temas concretos si se trata de observar las diferentes preocupaciones nacionales? ¿Para qué tanta gente con pocos logros? ¿Cuánto le cuesta al ministerio realizar ese pésimo e inútil trabajo? Eso sí, tenemos claro malgastar los recursos públicos, es la manera decente de cumplir mediocremente con una obligación.
No puedo recrear Salón completo porque más útil sería que les contara directorio telefónico pero sí puedo describirles algunas historias que giran alrededor de la ecología —el tema de este mal logro con pésimos augurios—.
Marín Pérez presentó unas fotos regulares donde pone en evidencia la putrefacción del agua del Río Bogotá a la altura del Salto del Tequendama. Nada es ilustrativo del desastre que no es un secreto para nadie. El grupo Lunamar con papeles recortados se involucra en el desastre de la desembocadura del Río Manzanares. El colectivo Aguafuerte resuelve encasillar entre rejas la basura del mundo urbano: afiche de publicidad política, plásticos, envolturas de dulces y hasta uniformes de grupos armados que son también deshechos de la humanidad. Juan Durán vuelve a los mismos desechos comestibles. Laura María Melo muestra fotos decadentes de carros viejos abandonados en territorios abandonados cerca a Duitama. Ruth Estela Moreno una mala pintora primitiva que mal ilustra a Puerto Salgar —seguro una representante de los marginados obligatorios—. Pésima pintura. Aburrida. La historia que narra la vida en pintura de Graciela Viveros es el sinónimo del desencuentro. Mala, aburrida y mal pintada.
Sin nombrarlos a todos, hay una cadena larga de dibujitos en cuadernos como lo ha realizado siempre y de manera magistral, José Antonio Suárez, hojas arrancadas de cuadernos de apuntes ilustran sus temas ecológicos. Otro, por supuesto, realiza una animación con dibujo de una mujer barriendo en el olvido. O el video de Luz Adriana Vera donde se cose con un hilo y desordenadamente la mano.
Interesante dentro de esta cadena de despropósitos, el libro de los dibujos que realizan una clasificación de pájaros de Juan Carvajal. Otro que tiene su gracia estética es la obra de Daniel Felipe Escobar que muestra una escalera con estuche como si fuera un instrumento musical. Óscar Salazar presenta una buena instalación sobre la estética de un movimiento contra-colonial cuando de un cuasimono se proyecta la sombra de una imagen de algún héroe sin gloria de la independencia.
¿Qué sale de toda esta mezcolanza que, además, deliberadamente mezcla diferentes ciudades para evitar lo que siempre ha hecho? Lo regional alimenta sus propios e incipientes proyectos que exhalan ese polvillo conocido.
Y promocionado por el Ministerio de la Anticultura en esta semana se inaugura una exposición que no tiene parámetros, Guayasamín el ecuatoriano indigenista que no llegó a ser pintor sino un ilustrador de horrores. Todo el tiempo, y lleva sus años, ha sido lo mismo: un despropósito.