Si no fuera porque es una fábrica secreta donde falsifican las camisetas de la Selección Colombia aquella casa no tendría nada de especial. Es una casa cualquiera de un barrio cualquiera. Se podría decir que solo se diferencia de las demás porque en la mitad del segundo piso sobresale un balcón de barandas de madera pintado de un color que parece ser café pero que también parece ser morado que combina bien con las paredes que ante el ataque de la intemperie han intentado permanecer de color blanco.
La casa está muy cerca de una gran estación de policía, donde no tienen la menor idea de que una de sus vecinas es una buena falsificadora de ropa de marca. De allí han salido vestidos de alta costura perfectamente etiquetados bajo la firma de Agatha Ruiz de la Prada que días después se vendieron por originales en finos locales del norte de Bogotá.
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Desde la calle pareciera que la casa blanca de balcón café-morado solo tuviera tres pisos. En una cuarta planta que no está a la vista hay catorce máquinas y muchos metros de tela. También hay estantes llenos de marquillas, tallas, broches bien organizados en cajoncitos de plástico transparentes. Pero producen no solo camisetas sino sacos deportivos multicolores de algodón perchado con el sello falso de Adidas que los clientes de Angélica, la dueña de la escondida fábrica, venden muy bien en páginas de internet, en San Andresitos y en el famoso madrugón de San Victorino.
Ni las camisetas de la Selección Colombia ni la demás ropa que cosen allí tiene gran diferencia con las originales que se consiguen en las tiendas oficiales a un precio hasta 10 veces más caro. Son copias casi perfectas —dice la dueña del negocio—. En el argot popular del mercadeo de ropa 'chiviada' estas buenas copias se llaman ‘tripe A’. La fábrica ilegal de Angélica, por la calidad de la confección y los finos detalles con los que cose, bien podría ser el satélite legal de cualquier multinacional de ropa en el mundo.
La dueña del negocio estudió diseño de modas en la escuela Arturo Tejada en Bogotá. Con el sueño de ser otra Silvia Tcherassi, pero con nombre y apellido propio, viajó a España donde completó la formación con una especialización en alta costura. Al volver se estrelló de frente con las realidades económica, empresarial y social del país que terminaron a los pocos meses desbaratando el sueño. Después de varios intentos se dio cuenta de que hacer empresa en Colombia no era fácil en ese año final del siglo XX. Ni tampoco ahora.
Empezó haciendo uniformes para escuelas de enfermería y deportivas. La confección de camisetas de la Selección Colombia de fútbol llegó como llegan las buenas oportunidades: inesperadas. Alguien que conocía a alguien que también conocía a Angélica y su buen trabajo con las máquinas y las costuras fue el intermediario. No lo pensó mucho. Hizo un par de llamadas. Sumó. Restó. Dividió. Multiplicó. Aprovechó el negocio. Era marzo de 2018. El mundial de Rusia de ese año, en el que Colombia fue eliminada en la segunda ronda por el equipo inglés, estaba a cuatro meses.
Después de desembolsar algunos ahorros y endeudarse invirtió algo más de $100 millones. El contrato inicial fue por 15 mil camisetas. El 80% amarillas y 20 restante azules. Aquella oportunidad Angélica vendió unas 25 mil camisetas. Las amarillas las vendió en $20 mil y las azules $2 mil más baratas. El costo total de producción por cada camiseta fue de $13 mil. Después de descontar los gastos de operación quedaron para la fábrica unos $130 millones.
Aunque por tratarse de un negocio ilegal no hay conocimiento de cuántas personas se dedican a la producción de camisetas ilegales, según Angélica solo en la ciudad de Bogotá pueden ser más de 100 fábricas de este tipo. En Medellín, una ciudad que manda en la producción de ropa, pueden ser muchísimos más.
Replicar camisetas de la Selección es un negocio en el intervienen varios falsificadores. Todo lo que lleva la camiseta es 'chiviado', pero se falsifica con gran calidad.
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Los primeros en la ilegal cadena son los textileros. Luego de que la camiseta original sale al mercado, quienes hacen la tela la copian tal cual en colores planos: amarilla, azul, blanca y roja. Los textileros están en los barrios La Alquería y Policarpa, ambos en el sur de Bogotá. En la Alquería se consiguen telas más finas.
Los otros falsificadores, que según Angélica son unos maestros, son quienes hacen las marquillas, los códigos de barras, y los cartoncitos negros en los que están las indicaciones de lavado y se asegura falsamente que la camiseta es 100% original. Estos clonadores están en el Centro de Bogotá, en la calle 13. Los logotipos que están impresos en las camisetas se mandan a hacer en máquinas especiales, el proceso se llama sublimar. Los escudos se compran por aparte y en el escondido taller del cuarto piso se cosen.
Quienes bordan los logos de Adidas trabajan a puerta cerrada y tomando amplias medidas de seguridad. Es un trabajo riesgoso, como lo es todo aquel que tenga que ver estrictamente con la falsificación de la marca, que es el punto ilegal del proceso. Un par de colegas de Angélica han caído a la cárcel por 'chiviar' marcas. Estaba haciendo ropa Adidas y Nike. Estuvo dos años tras las rejas y otros dos en casa por cárcel. Económicamente lo perdió todo.
Para huir del cerco policial, las piezas bordadas y sublimadas y los demás insumos que se necesitan son transportados en taxis. La policía poco los detiene.
Quienes caen en las manos con fábricas de este tipo de producción afrontan cargos por los delitos de plagio y falsedad marcaria. Según el código penal quienes sean hallados culpables serán condenados de 2 a 7 años de prisión y multas que llegan hasta los $30 millones.
El último gran golpe que dieron las autoridades a fabricantes de camisetas chiviadas fue en a mediados de 2019 en la ciudad de Medellín. En esa oportunidad incautaron 16 mil camisetas listas para ser distribuidas. También incautaron sofisticadas máquinas
Cuando todas las partes ya están en el taller, ocho mujeres, todas ellas de estratos humildes, se ponen a la tarea de trabajar jornadas bien remuneradas para armar las camisetas bajo la batuta de la diseñadora de modas, quien va revisando proceso por proceso del armado. La camiseta que ella vende a sus clientes es una réplica muy exacta de la original. Las ocho mujeres, sentadas en sus máquinas unas 10 horas al día, arman mil camisetas en una jornada.
El otro trabajo, que también consume bastante tiempo es rematar la camiseta: ponerles las marquillas, las tallas, las etiquetas de cartón y cortarle los hilitos que las máquinas van dejando. Las bolsas en la que se empacan, también falsificadas, se mandan a hacer en el barrio La Pradera, también en el sur. Empacadas y listas para la venta pueden salir al día unas 500 camisetas.
Hay un gigante enemigo al que Angélica y sus colegas le temen más que a la misma policía, con la cual ciegan fácilmente con un par de billetes, y es el mercado chino. Los chinos son los mejores falsificadores del mundo, dice Angélica y además son los más baratos. Cuando la ilegal mercancía china entra al país por los puertos, por donde extrañamente pasan con facilidad, los falsificadores nacionales no tienen como competirle.
Angélica reconoce que, aunque la calidad de sus telas no es mejor que la colombiana, en fabricación sí son superiores. La maquinaria que usan para fabricar es mucho más tecnificada y precisa. Es más, las empresas chinas son las que hacen las camisetas originales para las grandes marcas. Los chinos no solo afectan el mercado nacional legal, sino que también son una amenaza directa a los mercados negros.
Con la llegada de la Copa América el negocio vuelve a activarse en talleres secretos donde trabajan a toda marcha miles de personas para poner en manos de los colombianos uno de los productos con los que se sienten más colombianos.
*Este artículo fue publicado originalmente el 3 de junio de 2021