Está en la iglesia de San Marcello, al pie de la Via del Corso, en Roma. La historia lo cubre. En 1519 un incendio devoró esa iglesia. Lo único que quedó intacto fue ese Cristo. Tres años después en 1522, una peste azotó Europa. Nunca se supo cuanta gente murió y son pocos los registros que quedaron. Pero algunas imágenes evocadas en libros muestran cadáveres en las calles, familias enteras borradas. Dolor y miseria. El Cristo que sobrevivió al incendio fue el arma que tuvieron cientos de habitantes de Roma que lo sacaron a las sucias calles de Roma. Según los fieles inmediatamente la enfermedad se secó. Desde entonces se le conoce como el Cristo de la Gran Peste.
Hace unas semanas, cuando el virus empezó a aparecer en Italia, el Papa abandonó el Vaticano y se dirigió a la Iglesia de San Marcello. De rodillas pidió porque se calmara la muerte que pasaba iracunda por Europa. Ese mismo cristo lo sacó en el frio atardecer del 27 de marzo en una plaza de San Pedro desierta. A él dirigió sus plegarias en una misa que fue televisada a todo el mundo. En realidad, más que una misa fue un rito poco conocido llamado Urbi et Orbi (a la ciudad y el mundo)
Durante la pandemia el papa ha limitado su contacto con la gente y los actos públicos.