La inseguridad en la capital es cada día más preocupante. Los robos y los asesinatos están a la orden del día. No en vano, es traumático ver noticias y ya no se puede andar tranquilo en las calles. Siempre toca estar pendiente de no dar papaya y hay que desconfiar de cualquiera que se acerque. Qué feo vivir así, ¿no? Qué horror andar en constante estado de alerta.
Ahora bien, está claro que la pobreza y la delincuencia están conectadas, por lo que en este año de crisis ambas crecieron exponencialmente y, si las cosas no mejoran, seguirán aumentando sin tregua alguna. Supongo que cuando la gente pasa hambre o ve a los suyos padecer hace lo que sea, incluso matar. Instinto de supervivencia, creería yo.
Sin embargo, más que indignarme esto, aunque no quiera decir que lo justifique, me molesta ver la tremenda desigualdad que se respira en Bogotá y en el mundo en general. Mientras unos tienen plata para gastar y derrochar, hay otros que ni siquiera tienen para satisfacer sus necesidades básicas. Como diría el clásico de Marbelle, "los ricos cada día son más ricos, y los pobres cada día son más pobres".
¿Qué hacer ante eso? Honestamente, no lo sé. La redistribución de la riqueza parecería la solución más obvia, pero una cosa es plantear las cosas en teoría y otra llevarlas a la práctica. Además, no se puede olvidar la naturaleza mezquina del hombre que tiende a frustrar cualquier intento de hacer de este un mundo mejor.
Sea como sea, ojalá logremos idear algo para que esta sea una sociedad menos desigual y conseguir, en ese sentido, que la criminalidad se reduzca. Amanecerá y veremos.