De donde yo vengo lo único que habitaba era el miedo. Creo que desde el vientre materno o mucho antes, ya lo teníamos incorporado en el ADN. Incluso, cuando aparecieron esos seres tan diferentes: blancos, ojos zarcos, altos y de mal olor, ya sabíamos que ellos venían con el miedo entre las venas y nosotros también lo experimentamos en ese violento encuentro.
Así que el miedo es tan abundante como el aire que respiramos cargado de miedo.
Luego con el pasar de los tiempos (con soles y lunas), nuestro ADN que se incorporó a este remiendo de nación también cargó con ese fardo: pesado, con muchos muertos y sumado al dolor de la pérdida de todo, menos del miedo mismo.
Miedo a la pólvora que vino de España.
Miedo a los caballos y a los perros.
Miedo a las viruelas y gripes.
Miedo al encomendero.
Miedo al sacerdote con su cruz de miedo.
Miedo al latifundista.
Miedo al soldado y al policía.
Miedo al político clientelista.
Miedo al paraco y al guerrillero.
Y todavía peguntan: ¿Cuál es el miedo?
Avanzamos como sociedad durante casi doscientos años, pues avanzaron ellos, los blancos, hijos de los blancos que llegaron de lejos; los mestizos blanqueados y los negros deportistas; nosotros, apenas en la cola del bocachico, o mejor, en la punta de la cola del caimán que dormía sobre las orillas del que ahora llaman Magdalena.
Después de todo, no me vengan con ese cuento del miedo que ahora quieren vendernos con los fantasmas inventados por los blancos de siempre en nombre de la democracia.
Lo que menos debemos tener miedo es al miedo que quieren imponernos
los blancos de siempre,
los mestizos sometidos y los negros sin memoria
No se trata de una mirada racista. Tampoco el desprecio al mestizaje. Ni un reclamo tardío a la cobardía de la historia. El peor insulto que esta sociedad de blancos sometidos ha inventado tiene nuestro falso nombre: ¡indios!
Entonces los que menos debemos tener miedo es al miedo que quieren imponernos los blancos de siempre, los mestizos sometidos y los negros sin memoria.
Desde que la razón europea se impuso en estas tierras de impuros, nos han convencido que su proyecto de país es el más conveniente, que la desigualdad es la base de las diferencias obvias en un sistema de premios y castigos; que la holgazanería del indio y del negro es merecida. Que cada quien tiene lo que se merece en este paraíso de dioses blancos y perfumados. Pensar lo contrario es antinatural y blasfemo.
¿Para qué voy a tener miedo ahora si ya lo peor ha pasado?
Quedamos unos cuantos y mal contados. Regados por el ADN de eso que llaman nación.
Nosotros que éramos antes muchas naciones desperdigadas por un vasto suelo, sin conocernos unos a otros –casi- y sin referentes mayores que la organización y el poder simple y jerárquico con el que nacimos; nos obligaron a creer en sus instituciones, en sus dioses que hacían crucificar a sus hijos, en su democracia y en la sonrisa traidora de la civilización.
Así que ahora no nos vengan a infundir más miedo con fantasmas de otra parte y revoluciones sin primavera. De eso estamos curados por más de quinientos años.
Coda: “Quedarse en lo conocido por miedo a lo desconocido, equivale a quedarse con vida pero no vivir.” Un grafiti anónimo que cobra vigencia en estos días electorales.