Todos, y me incluyo yo que soy médico, tenemos miedo de preguntarle cosas al médico. Por supuesto siempre existe el riesgo de que el médico dé una respuesta equivocada a nuestras preguntas. Pero hay un riesgo contrario y más frecuente: que usted no le crea al médico y él esté en lo cierto. Pues existe actualmente una desconfianza generalizada a la medicina. En los medios, las conversaciones informales y, aún peor, en la mente de muchas personas educadas encuentra uno dudas serias al conocimiento científico médico. Y al mismo tiempo fe ciega en explicaciones casi mágicas de ese sufrimiento que llamamos enfermedad.
Pero sopesémoslo estadísticamente: ¿será que la medicina de los últimos doscientos años erró más veces de las que acertó? Si así fuera no tendríamos apendicectomía, penicilina, cateterismo cardíaco ni el aumento generalizado del promedio de vida que encontramos actualmente en todo el mundo, en sociedades ricas y pobres. Aunque podamos achacarlo al agua limpia, lavarse las manos, la higiene urbana o la riqueza en bienes y servicios del hombre moderno, la medicina ha tenido un papel importante en que vivamos más tiempo en el siglo XXI. No podemos negarlo. Y no merece la desconfianza generalizada en ella.
Quizás respondemos que no, que sí confiamos en la medicina pero no en los médicos. Las dudas sobre la primera o en los profesionales de la salud son fenómenos distintos, complejos. Discutamos primero uno y luego el otro.
La medicina hipocrática del siglo V antes de la nuestra era fue la primera en creer formalmente que las enfermedades eran procesos de la naturaleza, physis en sus textos, y no culpa de los dioses, los tabúes rotos, los astros u otras explicaciones mágicas. Yo acostumbro decir a mis alumnos que las palabras iniciales del texto hipocrático: Sobre la enfermedad sagrada son el acta de independencia de la medicina: Vamos a hablar de la enfermedad sagrada (la epilepsia) que no es ni más sagrada ni menos sagrada que el resto de las enfermedades, sino como ellas es producto de la naturaleza.
Lo paradójico es que 2,500 años después muchas personas prefieren una explicación mágica o religiosa a sus enfermedades. Esto se debe a que el ser humano prefiere sus creencias ciegas y absolutas a un conocimiento científico siempre controversial y contra intuitivo. Además las ciencias siempre dudan. Nunca presumen de saberlo todo sino no avanzarían en su conocimiento del universo.
Entonces si al paciente le ofrecemos una probable explicación científica (siempre moderadamente escéptica repito) de sus sufrimientos, muchos de ellos preferirán otra explicación completa, absoluta y autoritaria de su enfermedad. Y esta casi siempre será verosímil, parecida a la verdad, pero no verdadera. Por ejemplo y algunos se irritarán con esta afirmación, en la naturaleza no hay energías positivas y negativas actuando sobre nosotros, “electromagnéticamente” diría Maduro. Será una manera de hablar verosímil pero no verdadera pues los imanes ni enferman ni curan.
Aceptemos que la medicina se ha equivocado en el pasado. Nunca puede presumir de infalibilidad. Los estudiantes me preguntan como se creyó a pie juntillas en la medicina galénica durante quince siglos si esta desconocía que la sangre circulaba. Esto se debe a que preferimos una explicación plagada de errores si ella nos ofrece alivio y confianza. Y les costó sangre, sudor y lágrimas a muchos médicos durante años combatir esas ideas erradas. Se cuenta que Harvey viajaba por Europa con una pequeña daga para disecar corazones y mostrar a las autoridades galénicas la circulación de la sangre. Yo creo que el pequeño puñal también lo usaba como precaución ante el ataque de sus opositores galénicos.
La historia demuestra entonces que preferimos siempre creer en viejas teorías equivocadas, que nos dan confianza y falsa claridad, que aceptar ideas nuevas, contra intuitivas, difíciles de entender. Parte de la culpa es de los profesionales de la salud que no gastamos tiempo hoy en explicar nuestro oficio, su incertidumbre y sus límites. Esto fundamenta la desconfianza generalizada en la medicina de nuestros días.
La desconfianza en los médicos es un problema todavía más complejo que vale la pena discutir. Puede deberse a muchas causas: sistemas de salud no deshumanizados sino francamente inhumanos, la importancia que han cobrado en ellos la eficiencia mercantil y las ganancias económicas, el peso de monopolios farmacéuticos en sus decisiones, la ausencia de empatía en nuestros profesionales, etc. Esa desconfianza en los médicos es como una enfermedad de estilo de vida, crónica y multifactorial. Pero quisiera señalar aquí otra causa de desconfianza en “nuestros galenos” (las comillas anteriores son intencionales y un poquito sarcásticas ante el uso exagerado y malintencionado de este calificativo en los medios de comunicación al criticar el oficio médico). ¿No será que esperamos siempre un “galeno” que haga desaparecer nuestra incertidumbre, y la de él, con explicaciones claras y falsas? En la primera Edad Media a veces se rezaba a Claudio Galeno como si fuera un santo cristiano cuando él era pagano y estoico hasta donde sabemos. La Iglesia con sensatez prohibió esta práctica. Pero los humanos siempre esperamos un médico sabio, santo, milagroso e infalible. El colmo fue Napoleón Bonaparte que decía mil años después: “No creo en la medicina, creo en Corvisart”, su médico personal. Sin llegar a esas exageraciones napoleónicas busquemos un médico humano, no un semidiós, para confiar y apoyarnos en él para tomar difíciles e inciertas decisiones médicas. No hay laboratorio ni computador ni consejería virtual (redes y conocidos que todo lo saben) que lo remplacen.