La colombiana es una sociedad llena de prejuicios y temores infundados, terreno fértil para la intolerancia.
Como una de las sociedades más pseudosanturronas del mundo (es decir, supuestamente religiosa, pero con una escala de valores trastocada), es poco dada a la ciencia, a indagar el porqué de las cosas.
Y lo voy a ilustrar con un ejemplo muy sencillo, pero diciente.
Hace poco me tocó cuidar por unos días un perro pitbull (raza estigmatizada) de un familiar. El perro es un amor y nunca ha siquiera intentado morder a alguien de la familia, por eso todos lo queremos mucho.
Pero cuando una vecina me vio con él, prefirió alejarse, casi salir corriendo, en lugar de preguntar algo tan sencillo como “Oiga, vecino, ¿su perro muerde, tengo de qué preocuparme?”.
Con mi eventual respuesta: “No se preocupe, es muy juicioso”, ella misma habría quedado más tranquila, librada de su infundado temor.
Pero no, prefirió hacer caso a sus prejuicios, a su miedo irracional y seguir viviendo atemorizada.
Y así como ella hay muchísimos en Colombia. Gente prejuiciada que juzga al prójimo por rumores o por primeras impresiones, ya sea en su forma de hablar, de vestir o de comportarse, color de piel, origen, etcétera. Por eso Colombia es también un país tan dado a la intolerancia.
El día que tanto prejuiciado busque aclarar sus dudas preguntando primero, acercarse a la verdad o al porqué de las cosas, conocer más al otro, el país podrá empezar a dejar atrás tanta violencia.
Mientras eso no ocurra, esa gran masa de insensatos, movidos por los prejuicios y los temores infundados, seguirá también siendo presa fácil de politiqueros inescrupulosos, que los manipularán como títeres para su propio beneficio para mantener al país dividido y peleando… el país de la guerra eterna.
No sea usted también como mi vecina prejuiciada, que hasta el día de hoy seguro sigue viviendo con su temor infundado.