Estos días, debido a la detención de Uribe, se ha demostrado en el debate público una condición presente en los ámbitos colectivos e individuales: le tememos a la verdad. No solo hubo una amplia gama de reacciones de los políticos, a favor y en contra del expresidente, sino que también salió a relucir la "imparcialidad" y "buen análisis" de los medios de comunicación. La mayoría estuvieron complacientes, glorificaron a Uribe y rechazaron la decisión de la Corte Suprema, y otros, más atrevidos, justificaron la violencia. Se le olvida a ese sector que el país ya no es el mismo de hace 15 años o incluso 2 o 3 años atrás cuando ganaron el plebiscito a punta de mentiras.
Con todo este circo queda claro que le tememos a la verdad propia pero sí se la exigimos a nuestros enemigos. Es la cultura de señalar antes de mirarse al espejo; relacionada con la actitud vengativa y temerosa de, como decía Claudia López en 2014, enlodar a los demás con el barro que los unta. Lo anterior ha impedido la construcción de una conciencia colectiva y crítica de nuestro pasado. Además, ha perdido de vista a las verdaderas víctimas, ha desconocido su dolor y su deseo de justicia, verdad, reparación y garantías de no repetición. En el fondo, hemos olvidado que debe existir verdad de lado y lado para reconciliarnos y tener debates más constructivos.
Específicamente, hay sectores radicales que no dejan prosperar el país, en términos de verdad y reparación. Uribe, que ha sido señalado históricamente por vínculos con el paramilitarismo, no ha pagado un solo delito. Las Farc, que se sometieron a la JEP, han huido a la verdad y a la reparación de sus víctimas. Eso sí, cada uno condena la mentira de su contraparte. El cinismo de cualquier lado y la falta de coherencia es un problema que pone en riesgo la legitimidad de esta democracia y el camino hacia la paz. La justicia debe operar para todos según las instancias competentes.
En el caso de la JEP, esta busca afrontar el pasado conflictivo para crear estabilidad y paz priorizando la verdad y la reparación. Duque no entiende eso, en cambio, manipula a la opinión pública mientras presiona indebida y vergonzosamente al poder judicial. Hasta él le teme a la verdad cuando acepta, burlándose del estado de derecho, que pase lo que pase seguirá creyendo en la inocencia de Uribe. Si queremos la reconciliación, es importante conocer la verdad de todos los victimarios: paramilitares, guerrilla, Estado, entre otros. En síntesis, que quienes se sometan a la JEP cumplan con su compromiso y que la justicia ordinaria opere y se respete la institucionalidad.
La diversidad y la pluralidad en los debates son importantes para cualquier democracia. Así que construir una visión y conciencia crítica es fundamental para cambiar este país, para vivir en sociedad y exigirles a los poderosos el cumplimiento de sus deberes. Siempre van a existir voces que luchan para imponer su visión de nación o de historia, pero no podemos aceptar la injusticia ni la ilegalidad. Debe haber responsabilidad de parte y parte también en lo mediático; periodistas que incomoden, que cuestionen y pregunten, pero que no impongan su verdad, ni informen únicamente desde un espectro; por otro lado, el ciudadano debe ser capaz de informarse críticamente, de conocer la verdad de todos los hechos que ocurrieron, y poder formar su criterio y su conciencia histórica.
Además, como sociedad debemos proteger a las instituciones independientes y a los líderes que luchan cada día, entre otras cosas, para que se garantice la no repetición. Los medios deben dejar de ignorar la diversidad, de privilegiar sus pensamientos o intereses, de mirar más allá de su burbuja y empezar a conocer la profundidad del país y sus problemas. Sobre todo, no se puede seguir privilegiando la mentira o el silencio porque los que sufren son las víctimas y sus familias.
Es un acto de humanidad alejarse de las ideologías y de la politización para darle visibilidad y escucha a la variedad de voces y memorias del sufrimiento por la guerra. Valorar esos testimonios de reconciliación, de sanación, de perdón, de verdad y de justicia, es un paso que el país debe dar. La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición y el Centro Nacional de Memoria Histórica son instituciones que fueron creadas para impartir contenido, conclusiones, pero sobre todo verdad acerca de los hechos que se cometieron durante el conflicto. Es una conmemoración a la verdad, a la justicia y a la reparación de todas las víctimas. Son organismos creados para la rendición de cuentas, el esclarecimiento de la verdad y la construcción de una memoria histórica transversal; donde se pretende no olvidar, visibilizar las narrativas de las víctimas, sensibilizar a la sociedad civil sobre lo ocurrido y sanar las heridas. Deben ser protegidas para que las víctimas estén en el centro; y al final, sus derechos, las garantías de no repetición, su dignidad y su memoria puedan valorarse, escucharse y respetarse.
En definitiva, el país debe alejar odios y resentimientos para unirse en torno a la verdad y a la memoria. Homenajear a las víctimas con la verdad es una responsabilidad de todos, del Estado, de la academia, de los actores del conflicto, de la ciudadanía y de los medios. En particular, es necesario un debate público que sensibilice y establezca paz a partir de los relatos plurales, que escuche y construya en reconocimiento del otro, más no en el ataque y la descalificación. Debemos acabar el país del pasado, el que no aceptaba el debate de argumentos y coartaba el pensamiento y las ideas. Ese país que privilegia el autoritarismo por encima de la democracia, la beligerancia como salida a las injusticias, a la pluralidad.
El país ha cambiado. Hoy existen y son apoyados nuevos liderazgos. La diversidad, que antes poderes hegemónicos reprimieron, hoy en día está más activa. Sin embargo, no podemos perder de vista que, sin verdad, sin memoria ni conciencia histórica, nunca vamos a obtener un país en reconciliación ni en paz. Asimismo, Colombia no avanzará si la intolerancia, la violencia, las amenazas, los asesinatos de líderes, la corrupción, las violaciones de los derechos humanos, las manipulaciones, las persecuciones ilegales, el odio y la desinformación, siguen siendo el pan de cada día.