Tanto tiempo ha pasado desde que era un niño del barrio San Benito de Villavicencio, el mayor de los cinco hijos de Don Alirio, el rector del colegio Agricola de Guacavia y de doña Marina, ama de casa que le supo explotar a su hijo un talento que tenía: la memoria. Es que, sin necesidad de escribírselo en un papel, Norman Chaparro se aprendía las listas larguísimas para ir a la tienda y traer lo del diario. A los diez le pusieron un reto que le empezaría a marcar una vocación que hoy ha convertido a Interrapidísimo en la segunda empresa del país con presencia en los 1.103 municipios del país, 1.800 empleados y 6.000 familias que dependen directamente de la empresa, la memoria. Doña Marina lo mandó al mercado a hacer las compras de víveres para un mes de comida. Cuando llegó a la casa, con las bolsas a reventar, Norman fue pasando el examen con su mamá quien revisara que los envías se hubieran comprado con precisión quirúrgica: no faltaba un solo producto.
A Norman sus papás nunca lo obligaron a estudiar y le dejaron explotar el talento para hacer mandados, algo que, lejos de avergonzarlo lo enorgullece. Porque a los 16 años dejó el bachillerato y se puso a montar el negocio que lo convertiría en uno de los hombres más ricos del país. Tenía 20 mil pesos en 1988, 12 mil de capital propio –los hizo ahorrando en lo que trabajaba, pintar fachadas de casas- y 8 mil que le dio una tía. 14 mil le costó una bicicleta usada y con ella empezó a hacer los primeros mandados de una empresa que cambió con el nombre con el que se haría gigante: Interrapidísimo. Sólo trabajó un año en una empresa de envíos y allí recibió una lección de sus jefes: dejar de ser tan perezoso. Le asombraba que a los dueños de estos negocios no les interesaba guerrearla, jugársela en la calle, abandonar la zona de confort de sus oficinas. Por eso, con los 6 mil pesos que le sobraron de la cicla, compró tarjetas de presentación y volantes para promocionar su negocio.
El primer cliente que tuvo Interrapidísimo no le pagó con plata. Los cinco empleados que acompañaron en la Quijotada a Norman Chaparro recuerda que quedaron estupefactos al enterarse de cuál iba a ser el pago que les daría El Diario del meta y su dueño, Héctor de León: un aviso publicitario mensual para promocionar su servicio de mensajería. Además Norman le pidió un favor, que le regalara 30 diarios cada día. Por eso, a las 3 de la mañana, el muchacho tomaba su bicicleta y se iba a dejarles, debajo de las puertas de sus oficinas, un periódico a los gerentes de las empresas más importantes en ese momento, que eran Conavi, Seguros Médicos Voluntarios o el Banco del Estado. Cada uno de los ejemplares venía con un pequeño mensaje en la parte de arriba que decía “Cortesía de Interrapidísimo, la nueva empresa de mensajería de Villavicencio”. Un mes después de regalar los periódicos Norman pidió entrevistas con los gerentes de cada uno de esas empresas y los comprometió a hacer sus domicilios, sus mandados, a través de ellos. Los 30 dijeron que sí. Norman se sintió el mejor vendedor del mundo.
Y desde ese momento no paró, no se detuvo. En 1991 compra su primer campero y con él se va por 45 municipios de la Orinoquia. En su ambición, en su visión, supo que la clave era ser un puente para comunicar a los antiguos territorios nacionales. Granada, Arauca, Yopal incluso llegó hasta el Vaupés. No había rio, montaña o selva que le quedara chiquito a su negocio. Ese año se dio el primer lujo, se compró una Yamaha Fuego, que, cuando la recuerda, se le hace fea, ordinaria, pero que para él era lo más cerca que estaba a un lujo estrafalario. Orgulloso se la mostró a su novia y con ella fue al barrio donde vivía su suegra. Aún recuerda las manos de la señora apretándole el estómago. Fue su primer momento de felicidad.
A medida que iba haciendo pedidos y concretando convenios su flota iba aumentando. Compró un Renautl 4 en el 92, un año después contrató a un señor dueño de un Land Rover para que le hiciera los mandados en Bogotá. Tenía cuatro asistentes y cada uno se encargaba de un punto cardinal. Era una sucursal móvil. Treinta años después, nada más en Bogotá, tiene 400 sucursales.
Al final superó todo, incluso venirse a vivir a Bogotá, ciudad que detestaba. En el 2009 ya su coronación fue total, estaba en todos los municipios del país .Con $6.651 millones de paquetes enviados le sigue la pista a la tradicional Servientrega. En el consolidado del año alcanzó un crecimiento de 40%, llegando a sumar 30 millones de envíos.
Hoy Chaparro vive como si el éxito no lo hubiera tocado. Es un hombre completo, al que no se le mueve un músculo por ser el creador de la segunda empresa más próspera del país que realiza, al día 200 mil envíos. Al final del día deja todos sus máscaras y vuelve a ser el mismo peladito de Villavicencio que tenía, como máximo talento, hacer mandados.
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