“Mi papá fue un real revolucionario (¡lo escribo con tanto orgullo!), fue un soñador, pero al mismo tiempo un trabajador inagotable, con un compromiso y unas convicciones envidiables. No perdió tiempo de su vida en rencores, liviandades o caprichos del ego. Sabía que para mirar bien al futuro y construirlo digno para todas y todos, había que descifrar muy bien las claves de la historia con un pensamiento agudo y crítico, pero también sabía muy bien que había que actuar y movilizarse con pasión y amor para construir y alcanzar la utopía...” (Oriana Galindo Muñoz).
Campo Elías Galindo —69 años, en plena madurez intelectual, producción académica y política— dedicó gran parte de su vida a la docencia, a la lucha política, estudiantil y sindical.
Cuando se conoció la terrible noticia del crimen no podíamos creer que fuera cierta. Un ataque certero y atronador como un rayo lanzado por los verdugos en el poder nos arrebataba así a Campo Elías.
Asumir la pérdida del amigo y compañero en la distancia geográfica y la soledad produce un espasmo emocional. No se ha acabado de recibir la funesta noticia y un temporal sacude lo más profundo del ser e impele a agarrarnos de un hilo que nos saque del abatimiento para tratar de entender que a Campo Elías lo silenciaron de la manera más infame.
Las preocupaciones del profesor y amigo, tal vez con excepción del gusto por el tango, eran las mismas de una generación de activistas y militantes políticos de izquierda, colectivos de mujeres y jóvenes, y movimientos sociales.
Como revolucionario, hizo parte de la generación que luchó desde los espacios del movimiento político amplio y legal, que al igual que la que asumió la lucha armada y fue militarmente confrontada durante los años que ha durado una guerra que no termina, a pesar de varios intentos por finalizarla través de acuerdos de paz que han fracasado; su generación también fue duramente reprimida por un Estado que no ha vacilado en usar el crimen político, el terrorismo, la tortura, la desaparición forzada, la cárcel, la censura y el exilio para blindar los intereses de una clase.
Su abrupta y violenta muerte ha sacudido tenazmente los cimientos del movimiento social y el tejido organizativo que se ha venido reconstruyendo durante los últimos años, particularmente en la ciudad; movimiento del cual fue uno de los más dedicados y comprometidos artesanos, donde destacaban su método dialéctico de relojero, desarmando el todo en sus partes —los argumentos de sus adversarios— para luego armar el suyo con la paciencia, conocimiento y precisión de experto relojero.
Ocurre en Colombia de nuevo, como si estuviera condenada a vivir en el pasado, nunca en un presente digno y el derecho a soñar un futuro de paz y justicia social estuviese secuestrado; se está produciendo el exterminio sistemático y a cuenta gotas de líderes sociales, de los firmantes del acuerdo de paz de las disueltas Farc; masacres diarias de la población civil inerme e indefensa; y una brutalidad policial que es pan de cada día.
Los últimos ocho años, Campito, como familiarmente le decían, se comprometió activamente en las campañas y movimientos sociales que levantaron con fuerza y decisión la consigna en favor de los diálogos de paz de La Habana. Hizo parte del Frente Amplio por la Paz, que buscaba en Medellín y Antioquia una alianza y convergencia de las fuerzas políticas de izquierda y democráticas en favor de los acuerdos de paz.
Así mismo, participó en grupos de estudio que discutían temas de ciudad y urbanismo, jugando un importante papel durante la preparación, deliberación y conclusiones del Foro Social Urbano Alternativo y Popular que se llevó a cabo en Medellín, en la Universidad de Antioquia en el 2014.
Últimamente se había dedicado a ser constructor de movimientos y ciudadanías libres y conscientes, como las llamaba, y en ese proceso se hizo miembro activo del proyecto de la Colombia Humana, la plataforma ciudadana que busca producir un cambio en el modelo de gobierno y en el poder político, impulsando la candidatura a la presidencia de Gustavo Petro.
Sus aportes al debate de ciudad, particularmente sobre el papel del Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), sus tentáculos e influencia sobre las Empresas Públicas de Medellín (EPM), y la privatización que la empresa ha sufrido de espaldas a sus legítimos propietarios (la ciudadanía de Medellín), han sido de gran ayuda para desenmascarar la privatización silenciosa que sufre una empresa pública histórica y central en el desarrollo y urbanismo de la ciudad.
Sus asertivos análisis han servido para entender la influencia del grupo de empresarios del GEA en las esferas del poder político, cultural, social, educativo, económico e institucional de la ciudad y del departamento; han contribuido a desentrañar los intereses económicos y los poderes ocultos detrás del desastre ambiental y pérdidas billonarias de la megaobra Hidroituango, que ha afectado la vida de miles de familias campesinas de la cuenca del río Cauca, en Antioquia.
Siempre dio en el blanco en sus análisis y escritos. Sus dardos iban dirigidos siempre a esa clase representada por el partido político de extrema derecha, Centro Democrático, que se ha encargado de “hacer trizas” los acuerdos de paz y ha puesto en el gobierno un títere, Iván Duque, elegido con compra de votos y en alianza con poderosos clanes mafiosos de la costa; narcogobierno que cuenta con el aval de Álvaro Uribe Vélez, expresidente acusado de miles de crímenes y delitos en Colombia.
Su muerte violenta ha enviado un mensaje claro al movimiento social y las ciudadanías libres que buscan el cambio de raíz y paz con justicia social: la advertencia a quienes (como él) han tenido el coraje, la conciencia y la voluntad de lucha para poner fin al Estado de terror y al tipo de régimen vigente en Colombia.
Las torturas a las que fue sometido tienen la impronta de un crimen de Estado. Su muerte se ajusta perfectamente a lo que se conoce como crimen político.
De Campo Elías y su ominoso crimen no solo tenemos el deber de exigir justicia sino también darle continuidad y vida a su obra y pensamiento. El ser y revolucionario ejemplar que fue es nuestro deber que no se diluya en el olvido.