A treinta años de la constituyente, el proceso social y político más importante en la Colombia de finales del siglo XX, me dispongo a plantear algunas reflexiones en torno a una fuerza política determinante en el diseño de nuestra constitución: la Alianza Democrática M-19. Su impresionante debut y meteórica caída ejemplifican con sumo detalle la perversidad de un sistema electoral diseñado a la medida de los corruptos; la complejidad de convertir una estructura militar en un aparato partidista; y, los errores o ingenuidades en los que cayeron los constituyentes del M.
Algunos de sus fundadores perviven en diferentes proyectos políticos, unos con más suerte que otros, pero muy distantes al partido que heredó la lucha política de la guerrilla más mediática e innovadora que haya existido en el país.
Raíces profundas
El origen del M-19 no se puede asimilar sin comprender el impacto del “robo del siglo”. Ocurrido en las elecciones más polémicas en la historia reciente del país. Todo pasó aquella tarde del 19 de abril de 1970, cuando la élite frentenacionalista se espantó tras la victoria de la Alianza Nacional Popular (Anapo) en cabeza de Gustavo Rojas Pinilla. El antiguo dictador devenido en caudillo tras el restablecimiento de sus derechos políticos, derrotó al candidato oficialista y alteró un esquema milimétricamente diseñado por los jerarcas de los partidos tradicionales para dividirse el aparato estatal. A Rojas Pinilla, el Frente Nacional le robó de frente las elecciones y él hizo muy poco para impedirlo. Carlos Lleras lo “tranquilizó” y eso le dio carta blanca para orquestar el robo e imponer un presidente ilegítimo.
A pesar de la pasividad del antiguo dictador, ese día se activaron los motores de la historia y nacieron ciertas guerrillas de segunda generación.
Tras el robo de 1970, la Anapo fue perdiendo peso electoral y para 1974 (Rojas fallecería en 1975) se convirtió en un actor político irrelevante. En las elecciones presidenciales de 1974 o también conocida como “la elección de los delfines” (se midieron tres hijos de expresidentes), la capitana, María Eugenia Rojas, se ubicó en tercera posición con el 9.5% de la votación. Entre elecciones se organizó un brazo armado con el único objetivo de defender una eventual victoria. Siendo un movimiento con múltiples sectores, en el cual confluían fuerzas de izquierda y conservadoras, aquel brazo armado fue rechazado por la Capitana y tampoco fue bien visto por los sectores más conservadores al interior de la Anapo.
Poco a poco fue cobrando identidad propia y así se desligó de huestes anapistas; sin embargo, conservó en su sigla la memoria fundacional de aquel 19 de abril.
El M como guerrilla
Entre 1978 y 1990 el M-19 fue uno de los principales actores del conflicto armado colombiano. No solo se convirtió en la principal guerrilla urbana, sino que también consolidó frentes rurales en varios departamentos del sur del país. Su espectacularidad mediática fue un sello característico y no hay duda de que fue una guerrilla de avanzada, esencialmente nacionalista, prodemocrática y ausente de los áridos debates de la izquierda internacional (destacando que promovió la creación del Batallón Colombia). Su principal dirigente, Jaime Bateman, también fue un comandante guerrillero sui generis. Pero su afán mediático también fue su talón de Aquiles y para principios de los 80 gran parte de su plana principal se encontraba tras las rejas.
Esa realidad llevó a Bateman a patentar la necesidad de proponer un “sancocho nacional”; una amnistía como condición previa para negociar y así encontrarle una salida política al conflicto. Infortunadamente, el flaco Bateman moriría en un accidente aéreo un 28 de abril de 1983 y muchas cosas cambiaron.
Durante la segunda mitad de la década de los 80, el M se caracterizó por adentrarse en un proceso de crecimiento y erosión en su identidad política. El error histórico que representó la toma del Palacio de Justicia y la impresionante arremetida de la fuerza pública, convirtió el mandato por la paz en el leitmotiv de su existencia política. Las negociaciones de paz coincidieron con un momento de profunda convulsión social. Con un Estado doblegado por un monstruo de cuatro cabezas: el paramilitarismo, el narcotráfico, las guerrillas y la corrupción. El país parecía irremediablemente condenado al colapso (cualquier parecido con nuestra actual situación es solo coincidencia), pero desde la sociedad civil se activaron plataformas que exigían una transformación profunda.
El eslogan fue sencillo y efectivo: Todavía podemos salvar a Colombia.
El M como fuerza política
Vale la pena aclarar que la narrativa del proceso constituyente no le pertenece exclusivamente al M-19. A finales de los 80 la entonces guerrilla se insertó a un amplio movimiento ciudadano y con posteridad sí consolidó un bloque político en la Asamblea Nacional. Son dos momentos diferentes. El primero fue una casualidad histórica y el segundo una oportunidad histórica. El M como fuerza política alcanzó 19 delegatarios en la Asamblea Nacional; marcó línea en temas estratégicos y asumió muchas batallas. También perdió la guerra contra la clase política tradicional a la cual descabezó promoviendo la revocatoria del Congreso; sin embargo, los caciques y gamonales demostraron su capacidad de “reconstrucción” y para las elecciones legislativas de 1991 volvieron a ser mayoría en Cámara y Senado.
Paradójicamente, adquiriendo la responsabilidad de desarrollar algunos de los apartados más importantes de la constitución que los revocó.
En su segunda elección legislativa y asumiendo la inhabilidad de los antiguos delegatarios, la Alianza Democrática alcanzó 22 congresistas. Así, el M ratificó su condición de tercería e inició su acelerado descenso.
La caída de un gigante con pies de barro
Entre 1990 y 1991 el M se transformó en un auténtico gigante. Desde la irrupción de la Anapo a finales de los años 60, ninguna fuerza política se había convertido en un dique electoral para los intereses de la clase política. El Nuevo Liberalismo fue un clásico ejemplo de “rebeldía que vuelve al redil” y el alvarismo siempre tuvo mucho de nostalgia laureanista. Además, eran movimientos concebidos desde las contradicciones de los partidos tradicionales. En el origen de la Alianza Democrática M-19 confluyeron una serie de movimientos sociales, sindicales, académicos y “convertidos” tras el colapso del bloque comunista.
A lo sumo, ese sentimiento renovador impulso la aspiración presidencial de Navarro al obtener 754.740 votos en 1990; se ratificó en la elección de los constituyentes cuando su lista alcanzó 992.613 votos y empezó a descender muy pronto, en 1991, al lograr solo 454.467 votos en la elección al Senado. El gigante se fue transformando en un enano con pies de barro.
Para explicar ese memorable fracaso se han planteado algunas hipótesis. Solo retomo tres; primero, se ha argumentado que el M-19 tuvo muy poco tiempo para consolidar una verdadera estructura partidista y que tras la entrega de armas se convirtió en mera plataforma electoral, en tan solo dos años participó en cuatro elecciones; segundo, tras el asesinato de Pizarro el nuevo partido perdió a un dirigente con gran capacidad de cohesión y articulación; tercero, el partido sucumbió a las lógicas de un sistema electoral diseñado a la medida de los corruptos.
Cada explicación tendrá algo de cierto, la realidad es que para las elecciones legislativas de 1994 la Alianza Democrática se dejó seducir por la famosa “operación avispa” e inscribió 12 listas al Senado; resultado: todas se quemaron. Solo conservó dos representantes a la Cámara.
El enano con pies de barro se derrumbó estruendosamente.
¿Cuál es el legado del M-19?
Así el M como fuerza política haya sido un gran fracaso, su legado en la historia del país perdura y sigue activando ciertos resortes de la historia. Petro ha buscado posicionarse como el principal defensor de la constitución (así en 2017 insistiera en una constituyente) y constantemente recuerda el papel de la Alianza Democrática en su creación. De llegar a la presidencia en 2022, acompañado por un Congreso alternativo, podría asumir una responsabilidad histórica aplazada por tres décadas: convertir en realidad el sentido más social y transformador de esa constitución. Si lo logra, será un proceso donde palpitará la lucha del M como guerrilla y sus fallidos anhelos como partido.
Por otro lado, el fracaso del M como fuerza política también es un ejemplo de la capacidad destructora de un sistema electoral diseñado a la medida de la clase política tradicional; de la necesidad de los partidos políticos derivados de grupos guerrilleros (algo que viene pasando con Comunes) de tramitar una reincorporación política más sostenida y garantista; y, sobre todo, la importancia de construir proyectos políticos por fuera de los personalismos. Son temas que se siguen discutiendo y que seguirán en agenda pública en los próximos años.
Todavía no es claro si la constitución podrá resistir a los efectos del reciente estallido social o cuál será la reacción del establishment ante unas elecciones donde podrían perder su tradicional capacidad de control.
Solo queda preguntar: ¿se renovará el robo del siglo?