Una vez más me sorprenden -los estudiantes de medicina- con la sinceridad y certeza de sus respuestas. En esta ocasión la pregunta que les hice en clase fue: ¿Cuál es su mayor temor al estar enfermo?
Las respuestas no se hacen esperar: “Mi mayor temor ante una enfermedad grave es ver tan inminente la muerte y sentirme insatisfecho de lo que he logrado hasta el momento” “Mi mayor miedo es a que la enfermedad se convierta en un sufrimiento del diario vivir” “Mi mayor temor es a la incapacidad, a la dependencia” Son tres de las respuestas que obtuve. Sentí gozo al escucharlas por su humanismo y tristeza de reafirmar una realidad que llega a todos nosotros.
Extractando la esencia de las demás respuestas encontramos que la enfermedad produce temor de: No poder ser el sustento económico. Dejar desprotegido a un familiar. No poder cumplir sueños y anhelos. Que algún familiar padezca igual enfermedad. No disfrutar a los seres queridos. Ver como sufren los familiares por la enfermedad de uno de ellos. Ser una carga para la familia. Aunque el temor al dolor y a la muerte son los más constantes y por tanto no quiero dejarlos por fuera, son los anteriores sobre los que quiero poner énfasis.
Mi mayor temor, el personal, y es una paradoja dada mi especialidad en medicina (Fisiatra), es a quedar con discapacidad severa. El otro temor, por increíble que parezca, es a cómo va a ser la atención médica cuando yo enferme. También he sufrido en carne propia la deshumanización de los colegas. Es un decir, dentro del gremio, sin saberlo a ciencia cierta, que los médicos cometemos más errores con los colegas y sus familiares cercanos. Por lo menos el estrés se multiplica.
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Preguntas que van al centro el ser humano, a su intimidad, a su vulnerabilidad, aquella que con frecuencia nos cuesta reconocer
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La sabiduría del ser humano está innata en él, antes de que llegue el conocimiento que proporciona el estudio y la academia. Lo digo al ver las respuestas de mis estudiantes. Es esta sabiduría la que hay que rescatar en pos de la humanización de la medicina. Ello, el rescatar la humanidad del servicio, se hace con preguntas que se salen del interrogatorio habitual sobre la enfermedad. Preguntas que van al centro el ser humano, a su intimidad, a su vulnerabilidad, aquella que con frecuencia nos cuesta reconocer.
La pregunta formulada sobrepasa los límites de aquellas direccionadas a los síntomas (dolor, debilidad, vértigo, palpitaciones, nauseas, etcétera). Esta pregunta conecta los síntomas, o sea a la enfermedad, con su repercusión emocional, social, familiar. Esta pregunta nos asoma al mundo real, cotidiano de la persona. Esta pregunta y tantas otras, conducen a un “diagnóstico” de la situación que rodea a la persona enferma, sus repercusiones, aquello que altera el diario vivir. La respuesta a esta pregunta da claves para realizar intervenciones psicológicas y sociales al tiempo que se realiza el tratamiento médico convencional. Sí, son situaciones que ameritan saberlas y ayudar, ya que esos temores agravan la enfermedad, retrasan su curación, ponen un freno a los mecanismos fisiológicos, reparadores, homeostáticos, endocrinos e inmunológicos, que el organismo tiene para restablecer la salud. El miedo es paralizante, todos lo sabemos. El miedo deprime, en todo el sentido de la palabra.
Gracias por leer, reflexionar y actuar.
Médico fisiatra. Medicina del alma