El mayor riesgo que corre hoy Cartagena es quedar sumergida por los deshielos causados por el cambio climático. Si bien hay problemas graves sin resolver, tales como la miseria, la enorme pobreza, la inseguridad, la falta de infraestructura, la movilidad y gravísimos problemas ambientales, el mayor riesgo que corre la ciudad es no haber emprendido las obras para frenar los efectos del cambio climático.
La cada vez más profunda inundación de Bocagrande y Castillo Grande, así como las anegadas calles dentro de la ciudad vieja, son parte del problema, y para salvar a la ciudad de esta inminente amenaza, se requiere emprender obras de extrema urgencia para defenderla del mar, que cada vez gana más espacio, al extremo de que la ciudad siente pasos de animal grande con relación al cambio climático.
Me cuentan que el director del Instituto de Patrimonio y Cultura ha venido alertando sobre la necesidad de construir el tan cacareado sistema de defensas para proteger a Cartagena de esta grave amenaza, por lo que sería bueno conocer el compromiso del alcalde para con esta inminente necesidad, y saber si ha encontrado eco y ante qué instancias, conocer que ha hecho la nación, tratándose de algo tan delicado.
Mientras tanto Cartagena no se ayuda, no hay una decisión de las autoridades y mucho menos valor civil dentro de sus habitantes; cada día ruedan carros por sus calles, se alzan edificios más altos y grandes, llegan más turistas y se deterioran más las calles, sin que se discuta una solución radical.
Así como el metro de Bogotá es problema conjunto de la ciudad y de la nación, construir las obras para defender a Cartagena del continuo embate del mar es también un asunto nacional de primer orden, y obtener dichos recursos debería ser prioridad del ejecutivo distrital.
Podemos decir que estamos tan interconectados con el resto de la humanidad, que solo imaginar a Cartagena sumergida es un dantesco panorama que puede evitarse, y de no hacerlo, las inundaciones serán más frecuentes y notorias, hasta llegar a inmovilizar y aislar a la ciudad. Además del otro daño, tan o más grave, como sería la inminente desaparición de los monumentos históricos que la hacen única, y ni hablar del patrimonio inmobiliario de los cartageneros.
Las obras que se requieren fueron planeadas por el ingeniero español Ramón Iribarrenen los 60, cuando se temió que el mar se tragara al Hotel del Caribe. Consistían en dos espigones que debían adentrarse 700 metros en el mar, el primero se inició en la punta de El Laguito por el lado de la Escollera Marina, pero solo se construyó la mitad del trayecto. El segundo debía erigirse en la punta de Santo Domingo, pero únicamente cuando el primero comenzara a recuperar tierra, sin embargo, medio siglo después, ambos continúan aplazados.
En los 70 se encomendó al ingeniero francés que trabajaba con la Universidad Nacional de Bogotá, Jean Bottagisio, la construcción del resto de espolones, que fueron en realidad una medida de emergencia para evitar que la fuerza del mar acabara con la Avenida Santander, es así como estos son en forma de T, no para recuperar playa sino para defender la costa, tanto con el muro de piedra como con las pequeñas radas semicirculares que se forman dentro.
La Bahía hay que protegerla con un muro que funciona como dique, complementado con un sistema de bombas y tanques subterráneos; recientemente construidos en la Plaza de la Aduana y en una céntrica zona llamada Puerto Duro, pero ambas funcionan deficientemente, por no mantener unos canales libres de basura, causa de los hedores delatores que se perciben, nada menos que frente a la propia Alcaldía, en las narices del alcalde.
Son obras no tan costosas, financiables, pero si la autoridad local no es capaz de exigir al concesionario encargado de recoger la basura que mantenga limpios los susodichos canales, ¿cómo esperar que se consigan los recursos y se construyan el resto del sistema de defensas?
Son estas y no otras, las consideraciones que deben tener en cuenta los cartageneros para votar en octubre próximo.