El martirio de salir de Bogotá: los pinchallantas
Opinión

El martirio de salir de Bogotá: los pinchallantas

En 3 ocasiones, tipos en moto me alertaron de la pinchada. Y siempre, providencialmente, se presentaba el daño muy cerca de un montallantas

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enero 15, 2024
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Es la tercera vez que pinchan las llantas de mi vehículo saliendo de Bogotá en plan de familia. La primera, antes de la pandemia, saliendo para Girardot, muy cerca del cementerio del sur. Después, a fines del 2021, rumbo a Villavicencio, como a la altura del relleno sanitario Doña Juana.

En esta ocasión, manejando a Ibagué, el 22 de diciembre pasado, un individuo en una moto, saliendo de Soacha, me indicó que la llanta delantera derecha estaba sin aire.

Haciendo memoria, en los casos anteriores también fueron tipos en moto los que me alertaron de la pinchada. Y en todos había un par de elementos en común: el daño, providencialmente, se presentaba muy cerca de un montallantas. Y cero policías.

Habíamos salido a las 2 de la tarde de Usaquén. Quienes vivimos en la capital sabemos que la salida de Bogotá, desde allí, Suba u otras localidades, por donde uno lo haga, sea por la ochenta, Siberia – Mondoñedo, o por la autopista del sur, puede tomar alrededor de dos horas. De modo que, ese 22 de diciembre, comentábamos con mi esposa acerca de lo absurdo de contar hoy con vías aceptables entre las salidas de Bogotá y Villavo o Girardot, llenas de puentes y con algunos túneles modernos, que permiten reducir notablemente el tiempo del trayecto, por un lado, y la salida de la capital, que no hace sino empeorar y que borra cualquier mejora que se haga en las carreteras, por otro. No es exagerado decir que hace 30 años, de puerta a puerta, desde Bogotá, se echaba uno menos tiempo que hoy a Ibagué.

En este caso, el 22, pasando por el centro de Soacha, nos apresuramos en cantar victoria, ya que el tráfico, aunque pesado, nos había permitido llegar en hora y media hasta allí. Un récord. Hicimos, entonces, apuestas sobre la hora de llegada a Ibagué. A las 6:30 p. m., vaticiné.

Pocos días antes había llevado el carro a revisión minuciosa, incluida la de llantas. La de repuesto la habré utilizado, como máximo, 20 km.

En los treinta y pico de km entre Usaquén y Soacha no vimos un solo policía de tránsito. Con una excepción: en el último o penúltimo semáforo de Soacha, que nos tocó en rojo, había dos agentes que nos alegró ver porque nos sentimos protegidos, ya que una nube de personas, intimidantes, se lanzaron bien a limpiar vidrios o, con palos, a “calibrar” las llantas.

No sé exactamente, si fue 200 o 500 metros más adelante, el motociclista de marras señaló la rueda delantera derecha y, en efecto, sentí que andábamos en el rin. El hombre nos indicó que, a 100 metros, había un montallantas. Me pareció que tuvimos suerte. Los carros se pinchan y qué bueno que cuando ello ocurre esté uno cerca de un montallantas.

A esa altura está en construcción una calzada de la autopista del sur, de norte a sur, delimitada con esa tela verdosa que parece una malla. Una persona que trabajaba en la obra nos señaló que el taller estaba una cuadra a mano derecha y que procedía a quitar la cerca verde para que atravesáramos la calzada en construcción y encontráramos la solución a nuestro desinfle.

El señor de la despinchada me mostró, mediante el respectivo burbujeo, los tres orificios y me indicó los precios. Había parches desde 25 mil a 60 mil, solo que los huecos eran considerables y él, claro, recomendaba los más grandes. Me pareció que tenía razón.


Sorpresa: después de poner los tres parches, descubrió que había otros cuatro orificios


Sorpresa: después de poner los tres parches, descubrió que había otros cuatro orificios. Cuando hizo su tarea y montó la llanta reparada, nos dimos cuenta que la llanta derecha trasera estaba en el suelo. Ya eran las 5 de la tarde y le pedí que, por favor, montara la llanta de repuesto, que no arreglara la averiada. Lo hizo… solo que descubrió que la llanta de repuesto estaba también pinchada.

Ahí sí que mi esposa y yo pensamos que estábamos en una ratonera y que debíamos salir pitados. Esa misma mañana yo había mandado calibrar las llantas, incluido el repuesto, de manera que el atraco era obvio. No teníamos acceso visual a la autopista, ya que habían puesto la malla otra vez. Mi esposa habló con el hombre de la obra, o mejor, le exigió, que nos despejara el camino. Procuré no mostrar suspicacia, pedí al mecánico que inflara la de repuesto, solicité la cuenta. Muy bancarizados, aceptaron transferencia por Daviplata.

Hay una estación de gasolina, no sé bien si a un km o algo menos. Hay allí un montallantas, digamos que oficial, formal. El carro llegó cojeando. La situación: la llanta original, la derecha delantera, pinchada; la  derecha trasera, igual y el repuesto tenía 14 cortadas que parecían infligidas con un bisturí. No digo lo que, finalmente, pagué, ni lo que costaron las despinchadas en los otros asaltos.

Total, a las 9 de la noche salimos de Bogotá y diez horas y media después de salir de casa, pasando por modernos puentes y túneles, parte de lo que llaman vías 4-G, llegamos a Ibagué.

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