Debe embargar de optimismo a la mayoría la población colombiana y latinoamericana la forma como transcurrió este año. No por los acostumbrados discursos oficiales que manipulan las estadísticas o por los llamados de algunos gremios a mantener la agenda gubernamental, a pesar de lo que ellos llaman “la coyuntura” de las movilizaciones. Pero sí por la creciente esperanza de transformación expresada masivamente desde la base de una ciudadanía -en su mayoría- espontánea, aunque informada.
La horrible noche neoliberal está llegando a su fin, dejando atrás las teorías de quienes, durante al menos cuatro décadas, impulsaron el individualismo, el lucro personal, el egoísmo y la concentración de poder y riqueza en muy pocas manos. Como siempre en la historia, lo nuevo tendrá que convivir con lo viejo, con el atraso y con quienes seguirán insistiendo en que el único camino posible es la desigualdad y la discriminación.
Sin embargo, la buena noticia de fin de año es que el despertar de América Latina es imparable. El origen está en la mayor comprensión sobre los fenómenos científicos de la naturaleza, un acumulado ideológico y práctico de crítica y construcción de ciudadanías responsables, y el aprovechamiento tecnológico de más y mejores formas de comunicación que no requieren el concurso de los medios tradicionales. También el hecho de que ‘tanto va el agua al cántaro hasta que se rompe’; la ambición insaciable de los megarricos en el poder los desnudó y hoy no tienen modelos sofisticados que los tapen. La farsa quedó al descubierto su ausencia de respuesta creíbles a los fenómenos sociales actuales ha revelado una incapacidad de crear nuevos sofismas.
Es cierto que la población -en términos generales- tiene más bienestar que hace 100 años. Pero esto no se debe a la generosidad de las élites sino a los propios avances de toda la humanidad en la medicina, la productividad agrícola, el transporte y las comunicaciones, entre otros. Lo que debe evaluarse es si esa increíble capacidad de creación de riqueza de algunas naciones está en concordancia con los derechos humanos.
Un estudio de Garay y Espitia (2019), comprueba, con datos reales de la Dian, que el 10 % de las compañías más ricas ultraconcentran el 95,4 % del patrimonio bruto empresarial, algo casi imposible de lograr que casi acerca el índice de Gini a 1. También prueba que aproximadamente 1.400 empresas acaparan el 76,7 % del patrimonio bruto del país. Este fenómeno solamente es posible de lograrse bajo la complicidad de un Estado corrupto e ineficiente, que a punta de privilegios a dedo convirtió a Colombia en el cuarto país más desigual del planeta. Porque incluso la Cepal, en una declaración reciente, coincide en la necesidad de que se “desmantelen privilegios” fiscales, en una estructura tributaria creada adrede para establecer quiénes no pagan impuestos.
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Un Estado corrupto e ineficiente, a punta de privilegios a dedo convirtió a Colombia en el cuarto país más desigual del planeta
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La situación es tan grave, por sus implicaciones económicas y sociales, que en Estados Unidos millonarios como Warren Buffet, Abigail Disney, Chris Hughes y Bill Gates, han pedido al gobierno que les cobren más impuestos. Es obvio: ninguno de estos megarricos es capaz por sí mismo de diseñar, financiar y construir toda la infraestructura, la investigación científica y las aplicaciones tecnológicas, la capacitación de la fuerza de trabajo y el bienestar que esta requiere para producir riqueza. La única forma en que se ha hecho en el capitalismo (porque no existe ninguna evidencia de que se haya hecho de otra forma), es por medio de un músculo más poderoso que una empresa individual, este es el Estado. Y la forma de financiar al Estado es haciendo que cada individuo aporte en una bolsa común una parte de su propio esfuerzo, con un principio: el que gane más, paga más.
No es cierto que las grandes empresas en Colombia paguen 71 % de sus ganancias en impuestos. Si fuera así, al Estado no le costarían $ 17 billones cada año mantener los privilegios de algunos que quieren todo regalado, expertos en hacer negocios privados con recursos públicos, pero incapaces de competir con naciones que sí entendieron que el capitalismo es con Estado, no con un mercado en donde la mitad de la mano de obra se gana USD 264 mensuales.
Quienes pensamos que sí es posible construir una mejor sociedad para las mayorías, estamos optimistas de que exista un segmento muy grande de la juventud que se está formando con nuevas visiones y discursos. Debemos hacer el mayor esfuerzo por no defraudar esta esperanza.