¿Quo Vadis Man de a pie?
Si no trabaja, no come. Esta es la triste realidad del man de a pie, que ni siquiera es un ciudadano, como hace algunos años escribí en el artículo que así titulé (El man de a pie). No sé si era un reflejo en un espejo, o un sentimiento, o, tan solo, un breve momento. No sabría si siempre fue así, o vamos de mal en peor, reflexiono en esta tarde de domingo, cuando qué más quisiera que hundir mis pies, en las aguas claras del mar caribe, a la hora mágica del atardecer.
Ahora cuando nos vemos las caras, muchos con negativismo, frente a lo que está ocurriendo en el mundo. Cuando es posible que, así sea de refilón, nos haya impactado la pandemia, en nuestra familia, en nuestro entorno, en nuestro trabajo, en nuestras finanzas, hasta en nuestras creencias; parece lejos, como en otra vida o en otro mundo, recordar que tan solo hace un año, nuestros hijos iban al colegio, había movimiento en las calles, la gente caminaba con la frente en alto, soñábamos con un porvenir, con algunas certezas, nos mirábamos a los ojos para estrechar la mano o darnos un abrazo y hasta protestábamos en las calles, contra la muerte de líderes sociales, exigiendo se cumplieran los acuerdos de paz, o luego en el paro nacional, salíamos miles de personas a marchar, a concentrarnos en plazas y parques, a cacerolear, a arengar. También avanzaba la idea de dejar a un lado el plástico de un solo uso, hasta el discurso sobre el cambio climático y la transición hacia las energías limpias, calaba entre la gente. Nos veíamos las caras, con esperanza.
Todo esto se echó al lastre con lo que ahora llaman, la nueva realidad, la tercera modernidad del control social pospandemia. Cuando un estornudo involuntario, se volvió un insulto. Mejor dicho, el sueño erótico del fascismo, con el paraguas de este coronavirus que no es ningún cuento chino.
Y allí está el man de a pie, con las manos dentro de los bolsillos vacíos, en la hora boba del medio día, con un mondadientes, hurgándose las encías, como en una actitud desafiante o para que crean que ya había almorzado, cuando lo que se había era tomado una buscapina compuesta.
El man de a pie que, sin vergüenza alguna, le toca hacer lo que sea, para llevar un plato de comida a la mesa. Que se le volvió una nueva carga pagar la cuenta de internet, que ya le debe una vela a cada santo, que no contesta llamadas, que no le entra dinero, pero, aun así, las cuentas siguen llegando. Que se le congeló la vida, por el temor al contagio, así la vida siga, como si nada, caminando. El que se olvidó de la pobreza oculta, o más bien, ya la visibiliza. El que le tocó reinventarse, para no morirse de hambre.
El man de a pie, endeudado con, más bien, el nuevo esclavismo de los bancos y de las centrales de riesgo. Viendo cómo al sistema le va bien, cuando a todos nos va mal. El que, con el próximo gran éxodo de nacionales, como ya pasó con los hermanos venezolanos, piensa cada día, en la odisea de atravesar el charco, a buscar un mejor futuro, en otro país, con mejor calidad de vida o por lo menos donde tenga con qué caerse muerto, o añorar su viaje a Ítaca. Como, seguro, así lo pensarán, en emigrar, los más de 60 millones de habitantes del mundo que según el Banco Mundial, solo en este fatídico año bisiesto, caerán en la extrema pobreza o las más de 1500 millones de personas que viven en pobreza multidimensional en el planeta y el 7% del PIB mundial que, según el PNUD, caerá en el 2020, el año de la pandemia.
El man de a pie, al que como a muchos otros, le tocó cerrar su negocio, para emplearse en cualquier cosa, perdieron su trabajo, se les acabó el colchón de plumas, que, sin ser una elección, le ha correspondido oxidarse en vida con el paro, en que cada día es igual a otro, en una rutina circular, con ese sopor del pesimismo, que cuece las entrañas, pone a volar la mente, impide el contacto personal, encierra a los niños y adolescentes, coartando su socialización y aculturación, hace olvidar cualquier otra opción política, económica, social, cultural, más allá del rebusque diario, de la necesidad que me recuerda el título de una novela de Santiago Gamboa: perder es cuestión de método. El perverso año 2020 agravó la crisis que ya se veía venir y nos dejó sin más oportunidades que las migajas que nos toquen.
La pregunta es: cuando todo esto pase, ¿qué hará el man de a pie?
Adenda. Paz en la tumba del amigo y compañero de muchas luchas, Jorge Ruiz Pacheco. Allá llevará cartas, con noticias, para los que siguen haciendo la revolución en la otra vida. Mis condolencias a su familia. Memoria eterna. En este fatídico año se ha ido mucha de nuestra gente entrañable. Sit tibi terra levis.