Resulta muy complicado, hablando de política en Colombia, escoger para hoy un tema diferente al tan renombrado asunto de la inminente paz que habrá de llegar, dicen, en un lapso máximo de seis meses.
Y el asunto se hace más necesario cuando con un intrigante placer se ve en las redes sociales la emoción y alegría que la noticia ha causado y en donde se nota, a luces, la bondad y el optimismo del pueblo colombiano.
Desde estas líneas he manifestado en diferentes oportunidades mi gran duda sobre el tema en cuestión por diez o cien motivos que no vale la pena retomar y que básicamente se resumen en lo siguiente.
Por parte de los malos, el no creer que dejen tan maravilloso negocio que tienen armado. Una parte significativa del país bajo sus órdenes, ligado todo con el magnífico negocio del narcotráfico.
Y de parte de los buenos, el no creer en un gobierno que desatiende los problemas cruciales, como es el drama en La Guajira, la pobreza extrema en puntos conocidos del país, la inequidad visible, mientras que los grandes dineros se reparten en esa cosa que jocosamente llaman la mermelada que viene siendo algo así como la corrupción legalizada.
Sin embargo, con todo, debe haber una máxima que debe regir, y es no caer en los argumentos belicistas de un señor como Uribe empeñado a toda costa en que el tema no avance una micra, o en la retahíla supuestamente legal de un señor como el procurador cuya profesión, aparte de perseguir todo lo diferente de lo que dicta su Iglesia católica y romana, es ponerle trabas a aquello que se mueve en dirección contraria a su retrógrado pensar.
Por lo anterior, si bien mis dudas persisten y sigo dubitativo ante el tema, creo que ahora debo cerrar una cortina y pensar que el logro inicial (que no pasa de un estrechón de manos entre el bueno y el malo cerrado con fuerza por Raúl Castro) ha de verse con optimismo y los colombianos debemos ver la cosa con ojos abiertos y buena onda.
Mil veces habré oído decir que vale mil veces más un mal arreglo que un buen pleito. Llevamos en el pleito sesenta años, algo más o menos, y es hora de darle una vuelta de tuerca al asunto y mirar con buenos ojos algo que para todos es incierto pero muy importante y necesario.
Y ponerle zancadilla a todos los que le quieren meter una barra de hierro a esa moto de la paz que dicen ya tiene sus dos ruedas sobre el pavimento.
Y hablando de...
Y hablando de llantas y ruedas, es interesante el día sin carro y traigo a colación tres puntos que me llaman la atención.
Para aquellos cuyo sitio de trabajo está ubicado a menos de treinta calles y todo lo hace a pie o en bus público, como es mi caso, es delicioso andar por unas calles ajenas al ruido y polución de siempre.
Resulta muy injusto para los ciudadanos obligarlos a usar una bicicleta que no tienen pensando el alcalde demagogo que vivimos en Amsterdam.
Y como siempre, lo del día sin carro es una mentira. Nadie puede utilizar su vehículo, salvo todo aquel que tiene una camioneta con vidrios oscuros.