El maestro ignorante

El maestro ignorante

"Solo este cree que basta con rellenar a los estudiantes de contenidos fragmentados y dogmáticos para que estos los repitan como loros en los exámenes y demás pruebas"

Por: Luis Alfredo Muñoz Wilches
octubre 08, 2020
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El maestro ignorante
Foto: Pixabay

“La ignorancia absoluta no es el mayor de los males ni el más temible, una pequeña porción de conocimientos mal digeridos puede causar peores estragos” (Las leyes, Platón).

El escenario nacional fue sacudido esta semana por tres sucesos que, aparentemente sin ninguna relación, se constituyeron en unas puntadas adicionales en la espesa madeja que se ha venido tejiendo bajo el mandato del aprendiz Duque, con el aplauso de los grandes medios de comunicación.

El primero ocurrió en Medellín donde fue asesinado el profesor, historiador y reconocido líder social de la Universidad Nacional, Campo Elías Galindo. Él había publicado en su blog, hacía muy pocos días, la que sería su última columna EPM desata la política local en Medellín, donde develaba los tentáculos de la poderosa élite económica y política antioqueña, más conocida como el Sindicato Antioqueño: “la GEA hoy es la herencia decadente de una antioqueñidad que se quedó en los libros de historia (...) transformada en un cartel empresarial intocable, que mete sus manos no solo en el Estado y sus instituciones, sino también en los patrimonios públicos más preciados como EPM”.

El segundo suceso lo propició la destemplada declaración de la primera dama María Juliana Ruíz a un noticiero de televisión, ante el que a propósito de los sucesos del 9 y 11S señaló: “me asusta más la agresión ciudadana que la represión policial”. Esta declaración, aunque la rectificó después, se convirtió en una ofensa a la memoria de los colombianos que vieron cómo en esas protestas perdieron la vida 14 jóvenes bogotanos, víctimas de la brutal represión policial.

El tercero estuvo a cargo de la senadora María Fernanda Cabal, quien, con su acostumbrado cinismo, se despachó contra Fecode, diciendo: “La libertad de los padres a decidir como todo libre mercado. ¡Sobre la educación de sus hijos!”. En su respuesta, la Federación de Educadores señaló: “Seguiremos defendiendo la educación pública para no quede a merced del ‘libre mercado’ y sometida al interés de quienes no la valoran, pues no piensan ni para escribir”.

Estos tres hechos tienen en común una particular valoración de los sucesos que, contribuyen a la formación de una moral pública, definiendo lo que es “bueno” o “malo”. En las modernas sociedades democráticas, la calificación moral de los acontecimientos no depende —o por lo menos, únicamente— de los caprichos personales, así estos sean los de la primera dama, sino de valores sociales compartidos, los cuales se hallan formalizados en normas constitucionales, que consagran el derecho a la vida, la honra y los bienes.

En el caso lamentable del profesor Campo Elías Galindo, las circunstancias bajo las cuales fue muerto, con signos de tortura, están indicando que no solo se trató de un macabro asesinato para silenciar la voz de un maestro ejemplar, sino de una siniestra operación criminal planeada para dejar una advertencia: que los asesinos en Colombia no se detendrán en la persecución y la aniquilación sistemática de los líderes sociales. Una situación que en palabras de la filósofa alemana Hannah Arendt constituye una “terrorífica normalidad”, donde los sicarios del profesor Galindo son apenas “ruedecillas de una maquinaria criminal”.

El profe Galindo era reconocido en el medio académico y social, como un sujeto íntegro, de buenas costumbres, respetuoso de las opiniones ajenas y activista político con un gran sentido de la justicia social. En su ejercicio como maestro no se limitó a transmitir sus reflexiones sobre la historia del país, sino que publicaba en su blog opiniones críticas sobre las problemáticas sociales locales, nacionales y globales. Era, como lo señalara el filósofo griego Platón, un buen maestro, que no solo predicaba la verdad en sus clases sino que hacía lo justo. Enseñaba con el ejemplo, virtud muy escasa en nuestro país, donde las élites políticas y empresariales dicen mentiras y actúan en contravía del interés general. Esto se conoce como la doble moral: ¡Virtudes públicas, pecados privados!

En el caso de la primera dama, el hecho de que, en su escala valorativa, encuentre justificable y bueno la represión violenta de la protesta ciudadana, hace parte de una narrativa que se ha venido afianzando en este gobierno, acerca de la existencia de un “enemigo interno”, que no solo mina la moral de las FF. MM., sino que amenaza la seguridad del Estado. Los reiterados trinos del expresidente Uribe acusando a sus opositores, a los magistrados de las altas cortes y a los “jóvenes far” de estar propagando el virus de la anarquía y el terrorismo, son una verdadera amenaza, para la estabilidad democrática del país, la seguridad y la vida de jóvenes, líderes sociales y opositores del gobierno.

Se trata del esfuerzo del gobierno del aprendiz que, no solo ha venido negando la existencia del conflicto interno, sino que busca dividir al país entre “buenos” y “malos”, para opacar la reflexión pública, silenciando las voces disidentes y colocando la inmensa fuerza del Estado al servicio del exterminio de todos aquellos “malos” que se opongan a los designios del jefe Supremo.

Sin duda no es fácil oponerse a las dictaduras. La historia reciente de América Latina así lo demuestra. Los pueblos deben pagar un altísimo costo social y económico para sacudirse de estos dictadores. Pero como lo señala Arendt, solo el espíritu crítico y el diálogo abierto nos permiten mantenernos a salvo de los totalitarismos. A la violencia extrema —que hemos padecido en Colombia— se llega en medio de una estructura política clientelista, corrupta y gamonal donde es imposible ejercer la discrepancia o la oposición a los poderes hegemónicos. También, se puede llegar a esta situación a través del pantano de mentiras, banalidades y fake news que difunden los noticieros y las redes sociales. La autocensura y la manipulación de los contenidos noticiosos producen desequilibrios informativos que le impiden a los ciudadanos formarse un juicio crítico de los acontecimientos.

El viaje hacia el infierno de la violencia se hace por el camino del conformismo y las concesiones al maltrato, la agresión, la exclusión, y el matoneo. Y una vez acostumbrados al abuso del poder, el paso siguiente del genocidio o los magnicidios está muy cerca. ¡La vida es sagrada!

Resulta muy diciente el mensaje de las senadoras del CD acerca de abandonar en manos del mercado la prestación del servicio educativo, aduciendo la libertad de los padres a escoger el colegio de sus hijos. No entienden las senadoras, en una demostración de ignorancia supina, que la educación no es un bien privado —que se puede adquirir en un supermercado—, sino un derecho fundamental y un servicio público que tiene una función social. En este sentido, pretenden las senadoras desconocer la obligación del estado de organizar, regular y proteger este derecho, para garantizar su calidad y el cumplimiento de sus finalidades en la formación moral, intelectual y física de los estudiantes.

Valga recordar lo que dijera A. Merani, acerca de la formación de los jóvenes, que involucra diferentes dimensiones del ser humano, relacionadas con el pensamiento, la valoración socio afectiva, la comunicación y la convivencia; así mismo, la Escuela Histórica dice que las complejas interrelaciones entre ellas, están determinadas por las circunstancias sociales y culturales. La labor fundamental del maestro es tejer cuidadosamente la trama de estas interrelaciones.

El mayor reto de los educadores no está en desarrollar los contenidos fragmentados de la educación tradicional, sino en conducir a sus estudiantes para que sean ellos mismos quienes descubran las relaciones entre el saber, el saber hacer, el saber ser y el saber convivir con los seres de su misma especie y, con otras especies que habitan este planeta. Solo los ignorantes creen que basta con rellenar a los estudiantes de contenidos fragmentados y dogmáticos para que estos los repitan como loros en los exámenes y en las pruebas de calidad a los cuales se presentan.

Desde su significado original —hace más de 2.000 años en la Grecia Antigua— el ejercicio del buen maestro se asociaba con la virtud de saber enseñar a otros a encontrar su camino, y ayudarlos a lograr las cosas que se proponen. Para el filosofo Heidegger, enseñar es más difícil que aprender porque enseñar significa dejar a otros que aprendan, incluso conocimientos y verdades que el maestro no sabe.

Por eso, la labor del maestro no es otra que ayudar a sus alumnos a aprender por su cuenta y riesgo y en este sentido, la mayor ignorancia del maestro está en querer imponerles sus ideas como sí fueran la verdad revelada. Como lo dijera Mafalda, lo ideal está en: “tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el corazón, para que así podamos pensar con más amor y amar con más sabiduría”

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