El maestro: el lavadero de manos de la sociedad

El maestro: el lavadero de manos de la sociedad

Por: FLOR MARÍA TORRES ESTEPA
marzo 09, 2015
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El maestro: el lavadero de manos de la sociedad
Foto: noticiaaldia.com

“Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”
I. Kant

Frases, hay muchas relacionadas con la importancia de la educación. Es prácticamente un saber común el hecho de que esta es el pilar que soporta la sociedad, que la convierte en un espacio para compartir, vivir y convivir en medio de un ambiente de paz, respeto y colaboración. De ahí se desprende que en este espacio ideal, los saberes adquiridos nos harán seres humanos cada vez más valiosos y útiles, con la preparación necesaria para vivir en comunidad.

También hay frases en las que se resalta la importancia del maestro: “El que inculca el deseo de aprender”, “El que enseña a volar pero no vuela tu vuelo”, “el que forja almas para un mañana mejor”, “en el que se forma la responsabilidad y grandeza de un pueblo”, entre muchas otras. Sin embargo, hay una que no aparece en ninguna tarjetita dulzona de internet, pero que resume lo que para nuestro contexto representa en realidad un maestro; es simplemente: “El mejor lavadero de manos que se ha inventado la sociedad”.

No sé en qué momento de la historia empezó a aparecer la idea ridícula de que el ser humano es producto exclusivo de lo que se le enseña en la escuela, como si los valores que se inculcan en casa desde los primeros años no tuvieran nada que ver con él, como si en últimas no fuésemos el reflejo de lo que es nuestra familia. De hecho, en el esquema educativo usualmente aparecen docente y estudiante y si, de casualidad, se menciona a la familia, es como una especie de fantasma, más bien alejada del proceso, como haciendo “barra” pero nada más. Pues les comento que si el niño no cuenta con el mínimo de valores ni maneja pautas básicas de convivencia, por bueno que sea el maestro, será poco lo que pueda hacer para modificar su conducta, porque el niño es el producto de un contexto, que lo “bombardea” constantemente y el maestro, aunque sea difícil de creer, es pedagogo, no mago.

Además, aparece en escena el incondicional aporte de los medios de comunicación quienes, por un lado, apologizan de manera extrema todo lo que se supone no queremos que sean nuestros niños, y luego rematan aprovechando los noticieros y cualquier espacio de opinión para culpar a los maestros de los males de la sociedad, como si fuésemos nosotros los que nos inventamos las leyes en las que, con la excusa del derecho a la educación y, por no “traumatizar” a los niños se les permite hacer y deshacer impunemente.
Me produce una especie de risa irónica cada vez que veo en el noticiero secciones dedicadas a analizar la pregunta: “¿Qué está pasando con nuestros niños?”, y sale un “experto” diciendo que hay una crisis de valores y que es necesario trabajar desde las aulas para solucionarlo; para que luego, nuestros padres de la patria se inventen una cátedra no sé si chistosa o inocente, con la que pretenden que la paz se logre con charlas y sin hechos y termine uno perdiendo el tiempo haciendo murales y carteles que terminarán en la basura sin haber sido interiorizados por los estudiantes, o que de pronto sirvan de excusa para que encuentren una razón para discutir y pelear a la salida.

La verdadera cátedra de la paz se dará en el momento en que nuestros niños vean que las normas no son un juego y que existe una consecuencia justa por infringirlas, que si es necesario perder un año, se pierde y se repite, que si se dañó algo se paga o se repone, que si se cometió una falta grave se pierde el cupo y se empieza en otro lado; todo esto sin culpar primero al maestro por lo que el niño hizo o no quiso hacer. El problema es que esto no ocurrirá mientras los estudiantes sigan siendo vistos simplemente como cifras para mostrar al hablar de cobertura y mientras un año reprobado termine siendo responsabilidad del docente.

Pero el tema no se limita a las aulas: llevamos años quejándonos de la cantidad de delitos que se cometen diariamente en nuestro país y de la incapacidad de las cárceles para albergar tanto preso, pero jamás he visto que declaren una emergencia y ordenen la construcción de cárceles (por lo menos una por departamento), lo que si he visto es a un montón de “sabios” pretendiendo que los delincuentes dejen de cometer faltas dejándolos libres, ¡qué tal el despropósito!

Sin embargo, no hay de qué preocuparse, siempre que haya un maestro cerca para poner la cara por lo que un estado irresponsable y una sociedad conchuda han dejado de hacer. Tranquilos, que si el niño perdió una materia, si le dio pereza salir de la cama, si dañó algo, si robó o mató a alguien, incluso, si no se le enseñó el valor de su propia vida, no será a él ni a sus padres a quienes se les recrimine, el maestro ha de ser quien asuma las culpas, de manera más drástica aún que si él mismo hubiese cometido las faltas.

“El hombre no es más que lo que la educación hace de él”, postulaba Kant, sin imaginar que quienes deciden afrontar el reto de inculcarla terminarían sirviendo como “idiotas útiles” para salvar las responsabilidades y limpiar las manos de las personas que le hacen daño a toda una sociedad.

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