A muchas mujeres en el confinamiento se nos cumplió el sueño de trabajar desde la casa. Las que somos madres, desde que el milagro de la vida partió en dos nuestra historia, en el fondo deseábamos tener un trabajo que nos permitiera estar en nuestras casas, de manera que pudiéramos tener autonomía económica y compartir más tiempo de calidad con nuestra familia. Pero lo que no sabíamos, era que ese sueño podía convertirse en una pesadilla y que un día cualquiera, el mundo se enfrentaría a una pandemia que nos obligaría a realizar todas nuestras labores en casa.
Esto que suena tan utópico, es una realidad, una realidad para la que no estamos preparados como sociedad, y no me refiero que no estemos capacitados para teletrabajar, para enseñar a nuestros hijos o hacer las tareas del hogar; me refiero a que no estamos preparados como sociedad en cuanto a la igualdad de género.
Llevamos mucho tiempo hablando de los progresos en igualdad de género, las empresas presumen sus indicadores de incremento en la participación laboral femenina y las mujeres nos llenamos de orgullo demostrando que es compatible la vida laboral con la familiar; pero solo hasta este momento entendemos que realmente aún nos queda mucho camino para llegar a la igualdad de género.
Porque el hecho que salgamos a trabajar y tengamos a una mujer que nos apoye en las labores de la casa, no es un gran logro en la materia. Muchas mujeres con la medida de confinamiento nos hemos visto enfrentadas a nuestra peor pesadilla, hemos tenido que dedicarnos en algunos casos a realizar todas las labores del hogar, encargarnos de la educación de nuestros hijos y sumado a esto, responder como si nada por los deberes del trabajo.
No es que todas seamos madres solteras, es porque estamos encerradas con hombres que en su mayoría, en términos de igualdad, están en capacidad de aceptar que su esposa salga a trabajar y aporte económicamente en el hogar pero no fueron educados para cocinar, limpiar y cuidar a sus hijos y creen que esta, es una responsabilidad exclusiva de las mujeres.
Porque la economía del cuidado aún sigue estando a cargo de la mujer, ese trabajo desgastante y a veces tan ingrato, ese trabajo invisible, que nos exige físicamente y nos deja totalmente agotadas en la noche para sentarnos frente a un computador a terminar de cumplir con nuestras obligaciones laborales, porque tampoco, los empleadores han entendido que sus eficientes empleadas ya no son las mismas, que ahora ellas están a cargo de sus hogares y a ninguna empresa se le ha ocurrido analizar dentro de sus encuestas de salud ocupacional, quien está a cargo de las actividades de cuidado en el hogar.
No han entendido que la productividad no puede ser medida de la misma manera en esta crisis, al contrario, los empleadores siguen exigiéndonos como antes o aún más que antes, porque creen que el hecho de trabajar desde la casa implica poder trabajar a cualquier hora, peor aún, nos citan a reuniones, la mayoría improductivas, que debemos atender en medio de una manualidad con nuestros hijos o preparando el almuerzo y algunos hasta se atreven a pedir encender la cámara, exigiéndonos además de todo, estar presentables en medio de tanto caos.
Este no es el teletrabajo que soñamos y esta no es la igualdad que creímos habíamos alcanzado. Por fortuna, sabemos que esta situación es temporal, esperemos que cuando todo esto termine, no se nos olvide lo que hemos vivido estos días de confinamiento, porque ahora más que nunca, debemos seguir luchando por la igualdad.