A lo largo de las últimas semanas han salido a la luz pública una serie de acusaciones que mujeres, desde el anonimato, han realizado a personajes de la vida cultural del país. El caso más conocido es la acusación que la revista digital Volcánicas hizo al director de cine Ciro Guerra. Este hecho incendió las redes sociales dividiendo a la población en defensores y detractores de estas formas de acusación que usan los espacios virtuales para darse a conocer.
Los detractores señalan como “cacería de brujas” a este tipo de denuncias, ya que se saltan todo protocolo de justicia y manchan el buen nombre de los acusados sin presentar pruebas fidedignas. Los defensores argumentan que la situación de acoso en los distintos escenarios del país ya es insostenible y que debe hacerse en cualquier medio disponible. Unos de los pocos puntos coincidentes en ambas partes es que las causas de las conductas abusivas que desembocan en estas denuncias son problemas estructurales de educación. Pero el debate en redes sociales omite por completo esto y sus efectos incendiarios resultan contraproducentes para el desarrollo del diálogo que este fenómeno merece.
En mi opinión, el artículo de Volcánicas no es un ejercicio periodístico que busque indagar en la verdad para darla a conocer a la comunidad, estamos ante una composición escrita tendenciosa que usa la bandera del feminismo para convertirse en juez. Y lo hace a través de una construcción escrita que parece más un relato ficcional que una acusación. Ficcional porque en la construcción del texto no hay ningún indicio que nos lleve a considerar el relato como un hecho real. Las aparentes pruebas que presentan, como los pantallazos de las conversaciones por Whats App, pueden ser “truqueadas” fácilmente. Desde otra perspectiva, tampoco podemos apelar al argumento de la ineficacia de la justicia para justificar las vías de hecho que toma la revista volcánica al erigirse como acusador y juez. Este tipo de procedimientos tiene oscuros antecedentes que desembocaron en actos de violencia que marcaron con sangre la historia de nuestro país. El periodismo no puede asignarse un rol paralelo, ni mucho menos superior, al de la justicia. Su labor es comunicar sin sesgos propagandísticos.
Pero más allá de la discusión por el estilo del artículo, no podemos centrar la discusión sobre el abuso sexual en la sobre producción de opiniones que Facebook, Twitter y los medios de comunicación generan; quienes allí se expresan lo hacen, la mayoría de las veces, sin fundamentos, amparados por opiniones vagas y lugares comunes. Valdría la pena pensar escenarios más propicios para la elaboración y análisis del fenómeno del abuso, sus consecuencias y las respuestas sociales que ha tenido.
Un posible escenario de discusión podría ser el educativo. Desde esta perspectiva podríamos señalar que uno de los principios fundamentales de la educación es generar en el individuo un espacio entre la pulsión que surge de las experiencias de vida y el paso al acto. Se afirma que en ese espacio emerge el pensamiento, permitiendo que la experiencia se pueda desplegar en la temporalidad y que no sea únicamente un chispazo emotivo. Los medios de comunicación y las redes sociales poco conocen de este espacio porque la atención que les reportan sus espectadores surge de la inmediatez irreflexiva, de un desborde de emociones básicas como la ira, el miedo o la indignación.
El debate y el diálogo, que exige el fenómeno del abuso y el acoso, merece espacios más reflexivos donde se le de un papel central, no solo el protagonismo momentáneo que exigen los lectores ávidos de novedad y conflicto, y que por supuesto los medios están dispuestos a entregarles; sino, un espacio donde el diálogo vaya de la mano con la posibilidad de una verdadera justicia amparada por la institucionalidad y el acompañamiento constante de profesionales de la salud que procuren el bienestar mental y emocional de las víctimas.
Este texto no es una defensa de los presuntos abusadores, es un llamado a la profundidad y a la madurez social que nos permita enfrentar estas situaciones criminales con la afilada espada de la razón. Así, nuestra búsqueda de justicia no será guiada por nuestras pulsiones, nuestro diálogo tendrá eco, resonancia en el tiempo y servirá de faro para sociedades más humanas en las que no se pretenda reclamar justicia para un sector, a expensa de los derechos de otro.