En 1950 Baotou era una región de frondosa vegetación en donde sus 90 mil habitantes se dedicaban a la agricultura y la ganadería. Sesenta años después esta región de Mongolia se ha convertido en un inmenso lago artificial compuesto de desechos tóxicos. La vegetación y las manadas de vacas y caballos que pastaban allí, han desaparecido del paisaje. Desde que en 1956 se descubriera la riqueza mineral que se atiborraba en su suelo, la ciudad cambió por completo. Aventureros y buscavidas empezaron a llegar a la ciudad, hasta convertirla en el monstruo de dos millones de personas que excreta los residuos que deja el principal producto que se saca de Baotuo: las tierras raras.
Aunque nadie sabe que es, a la utilización de las tierras raras le debemos todos los adelantos tecnológicos que han hecho más llevadera la vida moderna. Desde autos a celulares, pasando por el pequeño robot que le regalaste a tu hijo en el cumpleaños, todo eso se compone de los minerales que contienen las tierras raras. El problema que tiene este recurso es que, al procesarla, salen residuos minerales de alta toxicidad. Para resolverlo, la industria china escogió el camino más fácil.
A partir de 1958 dos inmensas tuberías salían del descomunal complejo industrial Baogang Steel and Rare Earth hasta un riachuelo que había cerca. Por sus venas circulaba un líquido negro, espeso y maloliente que a los pocos meses empezó a acumularse. El olor del azufre se esparcía cincuenta kilómetros a la redonda. Las flores empezaron a secarse y los animales morían. Todo verdor y vida desaparecía. En la Mongolia interior nada puede llegar, ni siquiera el más elemental cuidado ambiental.
Los hombres de esa región viven un promedio de 55 años. Todos presentan problemas respiratorios y los bebés nacen con dermatitis. Las llagas purulentas y el color macilento, caracterizan la piel de los nativos de Baoutou. Nadie pone una queja porque todos logran su cometido: enriquecerse en esta tierra prometida.
Enriquecerse acá es venderle el alma al diablo. A nadie le importa que las casas y las viejas estatuas de Mao estén derruidas, sofocadas por la contaminación. Sus habitantes viven en cualquier ruina y lo único que esperan es acumular el dinero que da la fábrica y después irse a disfrutar de él. Pero muy pocos lo consiguen. Como la tierra maldita que es Baoutou tiene un raro magnetismo, saca la avaricia que se anida en el corazón de los hombres. No importa que sea el lugar más feo del planeta, lo que importa es volverse rico.
Lo único que florece en los alrededores del lago son las chimeneas humeantes de las fábricas y los letreros de Coca-Cola. El comunismo, como la vegetación y la belleza, se ha extinguido. El lago tóxico de 55 kilómetros cuadrados es el precio que el progreso nos ha obligado a pagar.