En Colombia siempre existe una explicación subsecuente de los fenómenos sociales que derivan casi inevitablemente hacía la violencia y la dispersión. La violencia que en las noticias se magnífica y en las declaraciones oficiales se deplora y se muestra como génesis, como razón última de "las fuerzas oscuras" que financian, alientan y mantienen el estado de zozobra, es un factor desestabilizador del tejido comunitario y deviene en la respuesta descomedida al estado de las cosas, debiendo ser atacada en su origen como sustrato irracional de la protesta.
El paro y las manifestaciones populares de los últimos días vuelven a caer en ese lugar común. En Cali, se ha dicho, la protesta concentraba grandes núcleos de la población que se tomaba las calles y bailaba al ritmo de la salsa y fue la policía la que arrasó con esa particular forma de manifestación de descontento y pluralidad y vino el desmadre y el abuso que ya llega a Popayán, una ciudad de tradición pacífica, en dónde la población en las calles sufre asedio y persecución. Violencia y dispersión, de variada naturaleza y objetivos, porque existe una narrativa ya muy conocida y trillada para el restablecimiento del orden y la institucionalidad que no repara en costos y atropellos, los cuales serán objeto de investigación en unos meses, la cual casi es seguro, por la fuerza de una costumbre civilista en la patria, no va a tener resultados concretos.
El lugar adecuado del gobierno es entonces ir al frente; al frente de la lucha por el orden y la "normalidad" que comporta el anuncio de medidas de fuerza y la presentación pomposa del ministro nacido en el Hospital Militar y su acompañante, el comandante cubierto de brillo tropero. Ese es el frente ideal de la construcción que precisa el estado de las cosas, pues retirado a despecho el proyecto de reforma fiscal ya no hay otra discusión distinta.
Al lado, están los espadachines de la autoridad y los empresarios que han de comandar en pequeños grupos las propuestas de salida a la crisis, mediante el diálogo a puerta cerrada y las medidas de choque, porque es lugar común afirmar que detrás del inconformismo está sin duda el terrorismo, la financiación del asalto a las tiendas de víveres, de las corporaciones bancarias y de las estaciones del transporte público. Y el narcotráfico también es el culpable en el inventario del diagnóstico de la situación, aunque aún no se le tilda de inconforme con la inequidad que tiene hastiado al pueblo colombiano.
Y arriba de todo claro, la mente esclarecida de quien no dice nada, la del impasible e inconmovible presidente que visita a horas muertas el lugar de la tragedia; el que aplaza, el que delega, el que invoca "la asistencia militar" sin saber a qué se está refiriendo con su lenguaje de visita a la demolición que está aconteciendo.
Todos ocupando su espacio, señalando el único posible reservado a los contrarios (detrás de) y el periodismo lacayo tildando a "esas gentes en la calle" de responsables del sufrimiento de miles de colombianos que no pueden ir al trabajo, ni expresar su derecho a vivir en paz. Desde todos estos espectros, resulta muy complejo entonces encontrar el lugar adecuado para lanzar una opinión, aunque sea agobiante y desesperanzador contemplar tanta indolencia con las sentidas necesidades del pueblo colombiano que pasa hambre y resiste la exclusión.
No hay vocerías, hay un comité del paro que no conecta con la voz de los jóvenes quienes han reclamado un espacio propio en la evaluación del estallido de la crisis y son emblema de dignidad mientras la angustia crece y da lugar a nuevas demandas. La cita es urgente en torno a nuevos escenarios de discusión de los problemas que aquejan a Colombia hace más de dos décadas, mientras en la prensa se anuncia con bombos y platillos que la democracia está abierta y es sólida y que todo se resolverá en la contienda electoral que se avecina.
No es cierto sin embargo, es otro lugar común, el lugar adecuado de quienes juzgan de antemano que en Colombia no pasa nada, que se debe acallar a los violentos, los que salen a la calle a expresarse.