El lobo de Wall Street, exagerada pero genial

El lobo de Wall Street, exagerada pero genial

"El dinero es la droga más adictiva que existe"

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enero 30, 2014
El lobo de Wall Street, exagerada pero genial

Calificación: cuatro-estrellas - El lobo de Wall Street, exagerada pero genial

Jordan Belfort desea tres cosas en su vida: una montaña de dinero, muchas mujeres y todas las drogas. Para llegar a conseguir el éxito en el mercado bursátil lo mejor es andar con un frasco de cocaína en el saco y masturbarse, si es posible, dos veces por día. Hay que estar lo suficientemente relajado todo el tiempo, guardar la energía suficiente para que cuando los teléfonos suenen y los números suban y bajen desenfrenados en esa montaña rusa que es Wall Street, puedas tener la voz más poderosa, la única que se escuche en el salón en donde todos gritan.

Pero el camino del joven Belfort está lleno de tropiezos . Justo el día en que debuta como corredor de bolsa ocurre el viernes negro, un tsunami que amenazó con devastar la economía norteamericana. Es 1987, tiene 20 años y ya es mercancía podrida. No lloren por nuestro héroe, él nunca se va a resignar a vivir en un apartamento de treinta metros cuadrados, lo de él es dar pelea, transmutar el cobre en oro y vaya que tiene talento como alquimista. En un par de años logró montar su imperio vendiendo acciones de un centavo, ofrecía el humo, el aire y era tan convincente, tan tenaz que nadie podía resistirse a su encanto. Entonces, una vez se sodomiza al cliente sí se tiene derecho a celebrar. Dicen que es de buena suerte hacer fiestas después de que se cierra un buen trato. Entonces llama a las prostitutas más hermosas de Nueva York, contacta a  unos enanos simpáticos, fórralos con velcro y lánzalos a la pared que allí, mientras les pagues bien, se quedarán quietos durante un par de horas.  Consigue la mejor cocaína de la ciudad, cómprate todos los Qualudes que necesites, intenta soportar el primer ramalazo de sueño que te de esta pastilla y una vez lo superes abre los ojos y prepárate a vivir una fiesta hasta el próximo lunes. Las horas se pasarán volando.

Es cierto todas las cosas malas que dicen de  El lobo de Wall Street. Claro que es una película desmesurada, que ya en sus dos primeras horas te arrastrarás por ella, con la lengua hecha un estropajo, buscando el final de esa fiesta perpetua. En los primeros 80 minutos te estás riendo, te diviertes con los muchachos, los miras y dices, por Dios, que resentidos hemos sido todos por juzgarlos si el principio pambeleteano es inmutable: Por supuesto que es mejor ser rico que pobre. Si la película mantuviera ese ritmo en los 120 minutos restantes uno podría llegar a pensar que Martin Scorsese está haciendo una apología del esquizoide universo de Wall Street. Nada más lejos de la verdad. Eso que veíamos al principio con simpatía, esas orgías después del trabajo, las inocentes rayitas blancas aspiradas con billetes de cien dólares y los maletines llenos de dinero, comienzan a saturarte en la segunda hora y es entonces cuando vemos que a cambio de esos lujos a esta gente se le ha secado el alma. Como espectadores hemos logrado la parálisis y el hastío que sólo se puede conseguir después de haber abusado con la cocaína.

Dicen que sin la insistencia de Leonardo Di Caprio esta película no se hubiera podido hacer. Vaya que tenía razón, por algo está camino a conseguir su primer Óscar. Su interpretación es un retrato  de todos los valores del capitalismo. Esa energía que destila, esa ambición que no lo deja retirarse y que provocará su ruina final, su afán por tomarse todas las drogas y por comprarlo todo, su adicción al sexo duro, son los elementos con los que Di Caprio no sólo compone un personaje gracioso y carismático, un ganador absoluto, sino que con un gesto leve de su rostro logramos atisbar la tristeza y la soledad que acompañan a un hombre cuyo único talento es el de hacer dinero. Mucho dinero

A el Lobo se le pueden achacar muchos defectos y en todos tienen razón: es muy larga, es desigual, tiene momentos realmente desternillantes – Di Caprio arrastrándose hasta el piso para llegar al auto, genial!- y otros en donde no pasa mucho. Esto es normal que suceda cuando se toman riesgos y Martin Scorsese a sus 72 años no se cansa de experimentar. Es imposible clasificar a esta película. Uno en realidad no sabe muy bien que es, demasiado amarga para ser una comedia, muy cínica para ser un drama. Eso explica un poco la deserción que presencié en una sala que empezó repleta y terminó con cinco personas y con un viejito que no paraba de roncar.

Scorsese, con una libertad creativa a la cual pocos cineastas pueden aspirar hoy en día, pudo plasmar en tres horas en retrato de un hombre aferrado a la droga más poderosa y adictiva que la humanidad haya conocido: el dinero.

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