No hay misterio en la criatura del Lobby, palabreja que ya aceptó nuestra Real Academia. Hasta el punto va ello en que ya se reconoce ese ejercicio como una profesión y en los Estados Unidos se ejerce a la luz del día. Mojigatos como somos, y sobre todo hipócritas, negamos que aquello exista. Pero existe y se mueve. No hay duda.
El que hace lobby debe presentarse como tal y actuar con claridad y con respeto. Pero es harto probable que esas formas de influencia se agazapen en la sombra, haciéndose sospechosas y vecinas de ciertos tipos penales muy conocidos.
Si un lobista pide cita en un ministerio y ante funcionarios competentes sostiene una tesis, eleva un pedimento, despeja dudas o enfrenta argumentos opuestos a los suyos, está en su derecho. Si invita parlamentarios para exponerles un punto de vista y sostener la conveniencia de una Ley en curso, es asunto que carece de misterio. Si escribe en los periódicos o trata con periodistas la materia que le interesa a su representado, cumple su deber.
Pero si ofrece mercedes, si promete ventajas, si gana amistades para doblegar voluntades, está en los límites del soborno o del cohecho. Hemos pasado la línea que separa nuestro instituto de los azarosos terrenos del Código Penal.
Viene a cuento nuestra historia porque un bochornoso incidente de colombianos muy encopetados, en Río de Janeiro, nos puso en el camino de averiguar unas relaciones que no pueden permanecer en la sombra.
Lo de menos en la trifulca del restaurante carioca fueron las palabrotas que se usaron, los insultos que llovieron y los platos que surcaron los aires. Hasta ahí estábamos en un terreno muy preciso: los hijos del Presidente de la República, un Vice Ministro de Estado, el marido de una sobrina del Presidente, el hijo de un periodista famoso, no saben comportarse como gente decente. Armaron una trifulca grotesca, que nos dejó en vergüenza pública. El señor Amat, hijo, ha ofrecido disculpas, disculpándose menos que explicando su inocencia y la de sus socios en la refriega. Pero eso no importa. Uno se maneja como le enseñaron en la casa, y a veces peor. Hasta ese punto el tema se resuelve sugiriendo a estos sujetos que aprendan decoro de los muchachos de nuestro pueblo que jugando fútbol nos han llenado el alma de orgullo y el corazón de esperanzas.
El asunto nos inquieta, y de qué manera, cuando aparece en el elenco de los camorristas el Vicepresidente de Pacific Rubiales, un señor Restrepo, a quien dicho sea de paso conocíamos como persona ecuánime y bien educada. Pero ese no es el corazón del enredo. Es que Pacific es una enorme empresa petrolera, de propiedad de venezolanos a quienes hemos tenido gratitud y simpatía. Y por supuesto que a Pacific le reconocemos el derecho de hacer lobby y de discutir, donde le parezca conveniente, los asuntos que le conciernen. Sobre todo cuando en el caso van envueltos varios centenares de millones de dólares.
Pacific Rubiales trae en discusión con Ecopetrol los derechos que ambas empresas tienen sobre un enorme campo petrolero. Las noticias de esa controversia han trascendido al público y no tenemos otras distintas de las que usted conozca, amable lector. Y ello, por ahora, tampoco importa.
Lo que sí importa, y mucho, es averiguar si las amistades de los ejecutivos de Pacific, y de su Vicepresidente en particular, con los zafios de marras, han ido al punto en que la presencia de esta comparsa de amigotes en el Mundial de Fútbol estuvo financiada, en todo o en parte, por la compañía en conflicto con Ecopetrol.
Que la mujer del César ha de ser casta, y además parecerlo, es lección de conducta pública que lleva más de veinte siglos a cuestas. Por donde nos parece que los hijos del Presidente y el señor Viceministro Luna, debieran ser más cuidadosos con sus amistades. Andar de juerga en Río con el más importante ejecutivo colombiano de una empresa que discute gigantesca fortuna con Ecopetrol, no es en absoluto aceptable. Es tan torpe el hecho, que nos obliga a preguntar con dinero de quién se pagaron esos viajes, esas diversiones y los condignos alojamientos. Porque si como mucho lo tememos, fue Pacific la anfitriona, el asunto ha pasado de una pelotera de mocosos mal educados, a un peligroso asunto de Estado.
El Presidente de la República maneja Ecopetrol a través de sus delegados en la Junta Directiva. Los hijos del Presidente no pueden andar de juerga con quienes tienen frente a Ecopetrol gigantescas pretensiones. Si averiguamos algo más de lo que suponemos, lo diremos en su momento. Y el asunto ya no será nuestro, sino de quienes tienen la obligación de fijar los límites entre el lobby aceptable, y la intriga escabrosa y repugnante.