Todos somos uno, todos estamos conectados a través de hilos invisibles. La energía, eso que nos compone, tiende sus cables de manera inalámbrica. No lo vemos, pero estamos conectados. Ya lo dijo maravillosamente Antoine de Saint-Exupéry: "Lo esencial es invisible a los ojos."
Esto, lo esencial, es invisible a nuestros ojos. Somos conexión, vibración espiritual a gran escala. Y esto, que es invisible para nosotros, lo ven claramente los animales y las plantas.
Las escenas que se han registrado desde diferentes lugares del mundo, donde se ve en apariencia a muchos animales regresando a su espacio vital, no es otra cosa que una manifestación de esa necesidad de conexión, la que nosotros hemos corrompido sin ningún tipo de consideración y vergüenza. Los animales no han venido a recoger o a recuperar lo suyo. Ellos están acá, se han hecho presentes en "nuestros espacios" para darnos una voz de esperanza, para recordarnos que somos Uno con el universo y que la gran catástrofe del ser humano consiste en haber cercenado esa conexión, en haber cortado esos cables invisibles por los que circula desde siempre la electricidad vital, la de la vida y la de la muerte (que son una sola).
Los animales, los árboles, los océanos, los ríos, las montañas, los polos, el suelo, los minerales, las nubes nos están hablando con un lenguaje del amor —el único que conocen— para que paremos de gritar, para que dejemos este ruido de la vieja máquina, para que detengamos los relojes en una hora nona e intentemos de nuevo la conexión con el pluriverso.
No, señores, los delfines en la bahía de Cartagena no vinieron hasta acá para retarnos, para despertar nuestra sorpresa. Ellos vienen y seguirán viniendo para recordarnos lo fundamental, lo urgente, pero también para darnos una buena señal, una voz de aliento y de esperanza. Ese zorro, que está tan estigmatizado y perseguido por el hombre, se pasea por los jardines de Bogotá para decirnos que esto ha sido siempre suyo, pero que nunca se ha negado a compartirlo. Es más: lo ha cedido casi todo para nuestra mezquindad y avaricia anacrónica. Pese a eso, da una señal de tregua, de amor desmesurado e incluyente. Y lo mismo han hecho los elefantes, los jabalíes, los ciervos, los delfines: vienen a hablarnos de la separación que ocurrió hace varias décadas; una separación de la unidad divina, de la madre tierra, del cosmos dador y generoso.
Para eso están regresando los animales (nuestros hermanos mayores): para mostrarnos la perfección, la belleza más pura, el lenguaje de la vida y de la abundancia. Pero se hace necesario que escuchemos, que afinemos el oído, que nos ocupemos de lo fundamental y urgente. Ahora, afortunadamente, se antepone el canto de los pajarillos al pito monocorde de la carretera. Se silencian los motores y los ruidos de las bolsas ante el tintineo del agua que corre entre los canales de la ciudad.
Peguen el oído a la carretera, a una puerta, al ascensor del edificio. ¿Lo escuchan? Sí, ahí vienen corriendo. Son la luz, la vida, el silencio (que también es un canto), la soledad (que es un encuentro con tu ser interior), la gratitud, el amor, la música de los sueños, la gratitud, la gratitud.
Escucha esa señal que te traen los animales y la madre tierra. No, no es un reto. Es una lengua antigua por descifrar. Sé un buen lector.