La bicicleta es para muchos el mejor invento del mundo moderno. Se trata de un artefacto discreto, silencioso, casi invisible, hasta inofensivo. Sin embargo, la bicicleta, que sigue rodando después de más de 200 años de darle vueltas y vueltas a la Tierra, es, junto a su propulsor humano, víctima de robos, atropellos y subestimación por parte de ciertas políticas urbanas adheridas a la idea de que, a mayor rapidez, mayor eficiencia. Vivimos enfermos de velocidad, olvidando que podríamos curarnos con ese invento hecho de piñones, bielas y pedales.
Para muchos burócratas, la bicicleta y el ciclista son lentos e incómodos actores viales en medio del reinado contaminante de automóviles y motocicletas. Entonces hay que arrinconarlos en las calles; otorgarles una mínima porción de asfalto, cuando no de andén donde ciclista y peatón juegan al gato y al ratón. Por esto andar en bicicleta en países como Colombia (y en gran parte de Asia y África, para no hablar del resto de América Latina) es arrojar dados a la suerte en la ruleta enloquecida del día a día. Generalmente aquella favorece al ciclista, pero en otras la muerte pasa rauda, ama y señora de esta contrarreloj fatal llamada vida.
Por el hecho de que el ciclismo encarna una faceta heroica (nada más y nada menos que ponerse en movimiento en una máquina gracias únicamente a la sincronía entre la mente y el cuerpo) es que creo también que toda vida en bicicleta es extraordinaria, bien si vas rumbo a la cima mítica de una gran vuelta europea; bien si ruedas hacia tu lugar de estudio o de trabajo, burlándote a veces de los atascos matutinos que protagonizan los carros en ciudades invivibles; o bien si al cabo de una corta o larga travesía existencial decides subirte a una bicicleta para ganarte la vida, rumiar el mundo lentamente, divertirte o curarte con baños tibios de endorfinas.
De vidas extraordinarias ganadas, trasformadas, encontradas o, fatalmente, perdidas es de lo que hablan cada uno de los once perfiles escritos por el periodista y docente caleño Lizandro Penagos Cortés en su libro ¡Bici…Ble…Mente!: Historias de vida y bielas, publicado en 2024 por 15/12 Editores. Testimonios como estos ligados a la experiencia personal en torno a la bicicleta son siempre bien recibidos, siempre necesarios, pues no hablan sólo de quienes alcanzaron la gloria sobre los pedales y hoy gozan de buen retiro en otros menesteres, sino también y sobre todo de héroes anónimos que hallaron en la bicicleta un motivo de aliento frente a dificultades motrices o patologías casi mortales.
Junto a los nombres de los exprofesionales Jarlison Pantano, Ana Paola Madriñán y Remberto Jaramillo descubrimos a la exfutbolista Yady Vanessa Fernández y al campeón paralímpico Juan José Betancourt. Juntos ruedan en este volumen periodístico dentro del pelotón integrado además por Jan Alexis Viveros, Edwin Zúñiga, Juan Carlos Torres, Alejandro Vargas, Libardo Vargas y Jorge Alberto Martínez, quien desafortunadamente murió en 2019 tras la imprudencia de un automovilista en una vía entre Cali y Jamundí. Son once perfiles contados por el periodista a partir de la gozosa terquedad en seguir rodando, a pesar de la pérdida de un brazo, de una pierna, del acecho de un cáncer tras otro, en incluso contra los demonios personales. Que el autor (profesor de periodismo en la Universidad Autónoma de Occidente) apele en sus epígrafes a letras musicales (especialmente de salsa) demuestra que la vida en bicicleta es, más allá de las tragedias, un carnaval sobre ruedas.
Es imposible sustraerse a la emoción de estas once vidas extraordinarias que hablan de hombres y mujeres enamorados de las madrugadas, de las cúspides vallecaucanas o cundinamarquesas, del dolor a gusto que garantiza la bicicleta. La ilusión de un nuevo amanecer en bicicleta se suma a la disciplina personal que redunda en la conquista de una medalla o de sí mismo, quizá el mayor y más esquivo de los triunfos.
Ningún ciclista es “aficionado”; tampoco el ciclismo es un “pasatiempo”. Todo ciclista es profesional de un sueño que se renueva en cada pedaleada, con una o con ambas piernas, con una o ambas manos sobre el manillar, con una o varias capacidades (de ahí que tampoco exista la posibilidad de hablar de “discapacidad”) para echarse a rodar.
Ese sueño reafirma la idea de que la bicicleta es el mejor y más agradecido invento del mundo, en el que a veces nos pasamos apoltronados, sin sospechar que el ciclismo puede ser motivo de autoconocimiento, transformación y redención personal para gentes anónimas.
Esto y mucho más hallamos en el muy oportuno libro de Lizandro Penagos Cortés.
Coda: Si eres ciclista, cuídate. Si no lo eres, protege al ciclista. ¡Y súbete de una buena vez a la bicicleta!
Contacto del autor: Lizandro Penagos Cortés.
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