En 1923 el cabo Adolf Hitler fue detenido por intentar usurpar el poder. El llamado Golpe de Munich, con el que pasaría a la historia, contaba con el apoyo de aristócratas alemanes como Robert Wagner, nieto del legendario compositor de Tristán e Isolda, se frustró y Hitler terminó detenido en una celda de la fortaleza de Landsberg. Había sido condenado por sedición a 5 años de cárcel pero sólo cumplió 10 meses allí, tiempo que aprovechó para terminar su soñado libro, Mi Lucha.
Hitler nunca se caracterizó por sus talentos. Había soñado con ser artista en Viena pero nunca fue admitido en la exigente escuela de arte vienés. Lo intentó con la arquitectura y también fracasaría. Su último refugio fue la guerra. En 1914 matan en Sarajevo al archiduque Franz Ferdinand y estalla la Primera Guerra Mundial. Hitler se convierte en correo de guerra y por su arrojo, aunque nunca pasó de ser cabo, le dan la Cruz de Hierro, máxima distinción otorgada por el ejército alemán.
Los alemanes quedaron devastados después de perder la Primera Guerra y tener que pasar por la humillación de soportar las condiciones que le impuso el Pacto de Versalles en donde sus amigos le exigieron una indemnización mega millonaria y perder territorios claves como Alsacia y Lorena, frontera con Francia. Además se le ordenó desmilitarizarse por completo. Fanáticos antisemitas como Hitler hablaron de que esto fue una traición judía, la famosa puñalada por la espalda. Los judíos no son alemanes, son un pueblo aparte que sólo le interesa el bien de ellos. Esa fue la leyenda turbia que quisieron instaurar la derecha radical, la que intentó tomar a la brava el poder en 1923 y cuyo máximo cabecilla, Adolfo Hitler, pagó cárcel en Landsberg.
El futuro destructor de la humanidad no pagó la pena completa sino sólo 10 meses. Ese tiempo de reposo fue fundamental para cambiar los hábitos. Por temor a engordar dejó para siempre el alcohol y la carne, convirtiéndose en el aburrido abstemio y vegetariano que todos conocimos. Pero además esgrimió sus tesis en este libro pobremente escrito, que fue revisado por eminentes profesores universitarios que lo dejaron medianamente legible. Hitler, el fanático, esgrimía en sus 400 hojas que los judíos eran una plaga que debía ser exterminada. La primera edición se lanzó en 1927, seis años antes que se convirtiera en el supremo emperador del Tercer Reich, apenas se vendieron 27 mil ejemplares. En 1934, un año después de instaurar su reinado del terror, vendió 7 millones de libros. Si usted se casaba en el Tercer Reich recibía un tomo de lujo de Mi Lucha, que se leía en colegios y universidades propagando como un incendio el mensaje que terminaría haciéndose realidad: Cuando el periodista Vasilli Grossma entró junto a las tropas rusas a lo que quedaba de Treblinka, uno de los más macabros campos de concentración nazis, encontró las montañas de cuerpos de personas que habían sido asesinadas sólo por ser judías. La solución final, el método que esbozó Hitler en su libro, se concretó en una orgía de sangre que terminaría con 7 millones de personas muertas por hambre, por tifus, por frío, por disentería en los infames campos de exterminio.
Y pensar que fue la nación más instruida y culta del mundo la que terminó generando el peor genocidio de la historia del Siglo XX.