Lugares comunes, situaciones sin profundidad, demasiadas justificaciones y un ritmo que no invita a la reflexión. La primera vez que leí sobre el libro de 'Sí, si es contigo' de las youtubers Calle y Poché, me sorprendió que la justificación máxima de la novela fuera "el amor en todas sus presentaciones". Eso es pretencioso, es abastecer y construir imaginarios de lo que el amor significa y reducirlo a simplemente aceptación y condescendencia. Pertenecer a la comunidad LGBTIQ+ y leer obras como estas solo me hacen sentir como un sujeto reducido a lo marginado, excluido y simple, donde su más grande problema es que su familia no lo acepta y que amar a una mujer es un descubrimiento de miedo y varios pensamientos de "esto no está bien" o "¿será que de verdad me gusta una mujer porque deseo besarla?". Es claro que sí es una de las partes que uno más indaga con uno mismo, la primera señal de miedo está manifestada en la idea al rechazo por parte de la otra persona, y sí, también es clarísimo que el primer temor al que uno se enfrenta es al rechazo familiar, pero no son las únicas cosas que nos atraviesan ni los primeros imaginarios que construimos alrededor de nuestra sexualidad.
Esta situación se parece a cuando pienso en las películas que trabajan tópicos transgénero y se queda en el discurso típico de que ser trans es una lucha incesante, incansable y cíclica con el cuerpo y la no-aceptación de este, tanto que es necesario la automutilación, cuando no es así, son muchas más cosas. Y creo que la lucha de nuestra comunidad es otra: que se normalice nuestra existencia, que nuestros lugares de enunciarnos y de ser enunciados por otros no nos sigan poniendo en espacios comunes, frívolos y estáticos. Que nuestra sexualidad e inclinación sexual sean parte de nuestras luchas, no significa que tengamos que reducirnos a ello. ¿De qué sirve hacer una lucha si desde la misma comunidad no usamos el arte –en este caso la creación literaria– para problematizarnos, repensarnos y trasgredir? En mi opinión, de nada. No sirve para nada más sino para entretener, y lo más triste ahí es que se entretiene a una población que debería empoderarse y apropiarse de esto, que no solo se trate de normalizar un beso homosexual sino de permitirse ver el panorama completo de la situación que atravesamos como sujetos que fuimos y somos marginalizados en una sociedad goda, religiosa y violenta.
Una gran excusa ahora es "al menos leen", "por lo menos leen algo y no se ponen a hacer otras cosas". Simple. Básico. Decepcionante. No sirve de nada que la lectura de las nuevas generaciones se sitúe en textos de corto aliento –que se leen en una sentada– y que no los ponen a reflexionar algo más allá de "ay, ser homosexual es normal. Que el amor triunfe ante todo". No sirve de nada que vivamos estas luchas como si fuera un entretenimiento pop que satisface a públicos que no se construyen a sí mismos como críticos y lectores activos. No sirve de nada que los autores con los que los jóvenes inicien el mundo de la lectura parezcan héroes que todo lo saben y de los que se come entero. No sirve de nada que el amor se pare en un lugar típico: es sacrificio, está por encima de todo, perdona, no se va, se queda. No sirve de nada. No nos podemos conformar con las lecturas que eligen estas generaciones. Y tampoco podemos conformarnos con nuestras luchas.