Un libro es un difunto árbol
Encarnando los pensamientos de sus asesinos:
Los humanos.
Queda de sus hojas el recuerdo que eran,
Sin querer olvidar su origen.
De verde a su tez blanca tatuada por las letras
Que a gritos mudos
Solloza la ignominia de sus verdugos.
Un libro muere y vive,
Dependiente en la inteligencia de su lector.
Un libro es y no es,
Eterno o fugaz,
Verdadero o mendaz,
Certero o vano.
Es el libro relator de lo humano.
Y quieren al libro hacer invisible,
Meterlo en pantalla. No de hojas del árbol.
Sin olor, sin presencia tangible,
Tan frío y gris como el mármol.
Así, cómo ha de envejecer el libro,
Sin manoseo, sin acariciantes ojos, sin resmillas.
Sin sus páginas amarillas.
Cómo buscar al autor que ríe, al que peca,
Al que remueve el espíritu pasivo.
Si es que la faena está en la biblioteca,
Andando entre lecturas nos sentimos vivos.
Que siga la tecnología.
Por el libro la pasión.
De hojas, lectura mía.
De otros, portables su emoción.
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