Habla Walter Arango, librero con 50 años de experiencia y quien se ha movido como pez en el agua en la Feria del Libro de Bogotá. Con un paraguas enorme y un buen abrigo, es ejemplo para lectores no habituales que aspiran a descubrir donde radica el amor por los libros.
Conviene entonces acompañarlo en su ingreso a los pabellones, a las visitas que hace a colegas, la manera expedita que tiene de pulsar una obra, leer el título, abrir y pasar hojas, mirar el pie de imprenta, trayectoria de los autores, prólogo, contra carátula, descubrir qué editorial la produce, número de ediciones y otros elementos que indican si la obra vale la pena. Después hace su oferta, regatea y los vendedores saben que él sabe dónde ponen las garzas. Al final, sonríe al hacer una buena compra.
“Son ya muchos años en este oficio. A buen número de comerciantes del libro los conozco, porque es un oficio que atrapa sin importar las dificultades y los altibajos. Por ejemplo, lo que pasó con la pandemia que, de una manera u otra, nos afectó a todos”.
¿Cómo ha visto entonces la 34 Feria Internacional del Libro de Bogotá?
“Mucho mejor, y más después de estos años donde la presencia estuvo ausente. Hoy, puedo decir, que este evento apareció de tal manera que agradecemos estos espacios. El libro sigue vigente y, aunque puede que desaparezca, digo que se tomará su tiempo, varias generaciones tendrían que pasar para que eso suceda”.
Entonces, ¿es rentable el negocio de los libros?
“No, es gratificante por las personas que uno llega a conocer, ya que lo retroalimentan a uno. Y nos hacen aprender”.
Pero, a veces, el bolsillo aprieta. ¿Por qué continuar ante los problemas de la industria o la preferencia del consumidor por otros productos informativos?
“Porque me gusta el libro. Es una enfermedad que calificaría como un Sida intelectual”.
¿Cómo intuye lo que quiere la gente?
“Básicamente busca novedades, aunque por detrás solicitan obras clásicas. Hablo de literatura que ha sido mi especialidad. Por ejemplo, Lovecraft, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde y Dostoievski, entre otros, se mantienen a través del tiempo. Siempre habrá quien lo requiera para leerlo, ser motivo de regalo, resolver dudas existenciales o enriquecer la biblioteca personal”.
¿Y en relación con otros temas y disciplinas?
“Tienen también buena salida. Los administradores, por ejemplo, son buenos consumidores de libros de sus especialidades porque necesitan actualizarse. Lo mismo en el caso de lo técnico, pues cada vez aparecen nuevas formas de desarrollar conocimientos. Hay que buscarle la comba al palo, ya que aunque la matemática sea la misma, siempre habrá cambios y propuestas empresariales y gerenciales”.
Walter Arango viene de una familia antioqueña, numerosa por antonomasia. Sin embargo, de sus doce hermanos solo él encontró en el libro su razón de existir y el sustento para la familia. Recuerda que empezó a trabajar muy joven en la Librería América Latina, que vendía textos sociales o progresistas, si acudimos al lenguaje actual. Luego pasó a la Librería Nacional y, finalmente, a la Central, con el reconocido empresario alemán Hans Ungar, a quien define como una persona culta en toda la extensión de la palabra.
“Con él y su esposa Lili aprendí mucho de este oficio. Ella olía quienes tenían recursos económicos y tan pronto entraban al local se acercaba y atendía con prontitud. Los atraía y les vendía lo que fuera. Era un genio para las ventas y las relaciones públicas”.
Después Arango saltó a ser independiente, y aunque admite que no fue fácil pasar de empleado a la responsabilidad de quien asumir su propio negocio, no se queja y siempre se levanta con el entusiasmo del primer día. Procura así renovar su mercancía e inventar promociones en la Librería Feria Internacional, situada a pocos metros del escenario de eventos más importante del país.
Admite que no ha tenido deseos de agremiarse o participar en asociaciones. Considera que es mejor trabajar independiente para evitar dificultades. “Uno se las ingenia para salir adelante. Por ejemplo, a veces encuentro cierta obra y sé que vale $10.000 o $100.000 y puedo, luego, venderla en un millón de pesos. Son ocasiones que no hay que desaprovechar”.
Al referirse a la historia de la FilBo, Walter Arango concluye diciendo que ahora está más pujante que antes. “Los jóvenes -anota- leen obras que conllevan 4 o 5 tomos y uno no se imaginaba hace 30 o 40 años que se le midieran a esos retos. Pueden no ser obras profundas, pero leer ayuda. Soy un convencido que tal ejercicio no se detiene, cambia y evoluciona”.
¿Alguna anécdota para cerrar la charla?
“Un día pillé a un joven que sudaba mucho en la librería, claro síntoma de que pretendía robar un libro. Lo descubrí y le hice sacar la obra que llevaba bajo la chaqueta. Luego me lo encontré en el centro de Bogotá y me amenazó. Le dije que llamaría a la Policía y salió corriendo. Con el tiempo nos volvimos a encontrar, y aunque se quejaba de que no lo dejaba trabajar, terminamos de amigos y me invitaba a un almacén de vestidos que tenía a tomar tinto. Eso fue posible gracias al mundo del libro”.