La muerte temprana del mexicano Adrián Hernández, otrora exitoso ejecutivos de la telefonía móvil, uno de los más poderosos del país, deja lecciones de vida. El dinero definitivamente no hace la felicidad. Al contrario, fue en este caso el responsable de su infierno. Un hombre que bebía con frecuencia el whisky Jack Daniels, que se jactaba con ‘bellas’ mujeres (tal vez no eran más que arpías del momento), que se rodeaba de miles de falsos seguidores o lacayos que vendían planes y minutos usados para construir su plataforma de ganancias (más de muerte) acabó como uno de los más desdichados del planeta.
Ni el poder, ni las millonadas de dólares acumulados, ni los privilegios políticos lo favorecieron, ni le sirvieron para nada. Allí somos iguales (como meros humanos el tener no es útil, solo el ser) y en su caso terminó como el más necesitado y casi que peor que la mayoría de los considerados pobres o miserables.
Pero además de ello estos personajes que supuestamente son educados o cultos no tienen el mejor comportamiento con su propia vida. Se convierten en el peor ejemplo de autocuidado. Especialmente para entender que el dinero y el poder no inmunizan contra los males del cuerpo si no se toman medidas apropiadas a tiempo. Si no se implementa un debido comportamiento saludable en todos los órdenes: en cuerpo y mente. Más temprano que tarde el descuido y la displicencia, pasan factura.
Las drogas (alcohol y demás) provocan serias enfermedades y acortan la vida, la alimentación inadecuada y sofisticada agrava la diabetes y males cardiovasculares. Ni que decir del sedentarismo y el sobrepeso del cual Hernández era digno representante. Ello favoreció la aparición y agravamiento de enfermedades degenerativas (diabetes, hipertensión), incluyendo un Parkinson temprano, que seguramente le llegó por cuenta de sus excesos de todo tipo y que no supo medir las consecuencias, como hoy le ocurre a tanta gente.
Adrián creció como espuma y cayó penosamente, sin que nadie amortiguara su golpe, ni siquiera su familia que lo abandonó por el daño que le produjo el exceso de éxito material y el dinero. Su historia demuestra una vez más que personas ambiciosas, enfermas de la codicia, cuyo propósito esencial es el éxito financiero, la obsesión por el poder y los placeres mundanos; no son inteligentes, ni virtuosas y mucho menos sabias.
Como lo sentenció Séneca: “El hombre no muere, se mata”. Hernández tejió su muerte temprana o casi su suicidio, pocos años antes, tal vez en sus momentos más glamourosos, en medio de la fama, el dinero, los excesos y la traicionera farándula. Una fiel muestra de aquello que legítimamente no debe hacerse y que al menos deja esa lección para aprender, reflexionar y actuar.
‘Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita’
Como ‘legado’ de la historia de vida de Adrián Hernández (qepd), no olvidemos a Diógenes (nos lo recuerda Facundo Cabral) ‘quien cada vez que pasaba por el mercado se reía, porque decía que le causaba mucha gracia y a la vez le hacía muy feliz ver cuantas cosas había en el mercado que él no necesitaba: “Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita” Y a San Francisco quien decía lo que tal vez sea la fórmula de la felicidad: “Deseo poco y lo poco que deseo, lo deseo poco”
Aquí está en video, ese fabuloso poema de Facundo Cabral, ‘Vuele bajo’: “Dios quiera que el hombre pudiera volver a ser niño un día para comprender que está equivocado si piensa encontrar con una chequera la felicidad”.