Hace trece años soy docente. Hice, como tantos otros colombianos, un voto de pobreza del que me he arrepentido en varias ocasiones, pero del que nunca he podido renegar del todo. Amo la docencia a pesar de que no puedo vivir de ella, y gracias a esta labor he aprendido que el amor consiste en una cierta pasión por lo insuficiente.
Soy profesor, a pesar del desinterés de la mayor parte de los padres y de la mediocridad de muchos alumnos. Pero disfruto tanto el vértigo del aprendizaje que puedo olvidar fácilmente a quienes pretenden humillarme por disfrutar una clase.
Alguna vez quise dedicar mi vida entera a la docencia, pero pronto me di cuenta que aquí en Colombia eso es prácticamente imposible, porque los sueldos son miserables y el negocio de la educación es rentable para todo el mundo menos para los maestros. Trabajaba exclusivamente para una universidad privada en la que las matrículas son muy altas para los estudiantes y los sueldos muy bajos para los empleados, tal y como enseñan algunas fórmulas económicas de la rentabilidad. Pero algún día me cansé de que las directivas supusieran que yo debía ser enteramente feliz con el “salario emocional” que me ofrecían y decidí renunciar, pues no alcanzaba a pagar el arriendo con las sonrisas y el aprecio furtivo de los estudiantes. Decidí ser “docente y algo más”, como muchos de los profesores del país. Y gracias a ese “algo más” me puedo permitir la dicha de ser lo que me gusta.
Como no soy profesor en estado puro, no puedo identificarme del todo con los maestros oficiales, pero sí puedo tener cierta empatía con sus demandas y necesidades. No debe ser nada fácil ganarse un mal sueldo mientras se dicta clase en un entorno completamente adverso al trabajo pedagógico. Por eso, a pesar de Fecode, admiro profundamente a los maestros oficiales. Y siento que parte de su tragedia radica en que tienen pésimos representantes. Fecode, la organización sindical de los educadores, es muy inferior al espíritu y el talante de los maestros colombianos.
En las última décadas, las profundas transformaciones de los modos de producción, de las formas del trabajo, las redes de conocimiento, los medios de comunicación e, incluso, la emergencia de internet, hicieron que los problemas de los trabajadores no solamente cambiaran de coordenadas, sino que exijan otros modos de articulación, organización y demanda. Y esto vale para lo mejor y para lo peor. Si se necesitan nuevas formas de revolución es precisamente porque hay nuevas formas de explotación y precarización.
Pese a ello, el sindicalismo colombiano sigue anquilosado en viejas retóricas, comprensiones y tácticas de lucha. Y si bien este conservadurismo es un efecto de las violencias que históricamente han sufrido las organizaciones obreras, también es cierto que la burocratización de sus estructuras y su cooptación politiquera no han permitido la necesaria renovación histórica que nos exigen los problemas contemporáneos.
Y respecto a los retos de la educación actual, Fecode solo ha ofrecido respuestas avejentadas, deslucidas, obsoletas. Quienes están llamados a ser creativos y propositivos, no han mostrado más que discursos y estrategias caducos y monótonos.
Fecode repite todo el tiempo que la recurrente táctica de amenazar con paros no es un fin, sino un medio para alcanzar sus reivindicaciones, pero ahora que se ha materializadoel llamado a paro nacional indefinido vale la pena cuestionar si esta es la herramienta más eficaz y apropiada para el contexto sociopolítico actual.
Personalmente, tiendo a ver el recurso al paro como una medida extrema que solo adquiere legitimidad en la misma medida en que la ciudadanía lo comprende como parte de un proceso más amplio de gestión social. Pero este no es el caso. Fecode no le ha comunicado claramente a la ciudadanía en qué consisten sus demandas y eso genera un cortocircuito con los padres de familia y estudiantes ¿Cómo apoyar una lucha de la que solo somos conscientes a través de gestos radicales como dejar de prestar el servicio educativo?, ¿cómo apoyar una acción que nos afecta negativamente el día de hoy, pero nos promete un mejor mañana?
El presidente de Fecode, Luis Grubert, suele decir que el Gobierno solo entiende el “lenguaje de la movilización”. Y razones no le faltan. Pero si debemos entender que el cese de actividades es una forma de lenguaje, tal vez valdría la pena profundizar en el análisis de sus retóricas y su sintaxis, con el fin de hacerla más rica en matices y, sobre todo, innecesaria.
Paradójicamente, mientras la ciudadanía suele rechazar cualquier tipo de paro, al Gobierno parece encantarle. Los recientes “triunfos” de las dignidades campesinas en este sentido le dan la razón a Fecode. Santos ya ha demostrado que el fuego de las luchas se apaga con subsidios y que la responsabilidad fiscal puede ceder ante las encuestas. Por eso, estoy de acuerdo con Grubert en que en el mismo momento en el que el Gobierno cierra la puerta a otras formas de comunicación, obliga a sus interlocutores a recurrir al burdo pero eficaz lenguaje del paro.
Ya veremos qué pasa. No me atrevo a anticipar lo que sucederá en este nuevo mano a mano entre los educadores y el Gobierno. Pero sí estoy seguro de una cosa: en esta ocasión los ciudadanos —y los maestros no agremiados— volveremos a salir perdiendo.