Lo que está ocurriendo en Colombia no es otra cosa que la desazón, la desesperanza que lleva a la pérdida de la cordura. La gente del común, el ciudadano de a pie, se ha cansado de ser la caja menor, el cajero automático de un Estado cooptado por una dirigencia corrupta, que en contubernio con unas autoridades cómplices y compradas por los que detentan el poder dominante han hecho de este paraíso un infierno.
En efecto, ocurre cuando la gente siente que no tiene nada que perder, sino su vida. Una existencia que se ha vuelto miserable como consecuencia de las medidas y normas abusivas que fingen ser incluyentes, pero que excluyen al que carece de recursos para capacitarse, para emprender, para adquirir, para hacerse sentir y hasta para sobornar. Se avizoraba desde hace mucho tiempo este punto de inflexión, pero era políticamente incorrecto mencionarlo, porque se interpretaba como algo deseado, como el querer, como algo anhelado. Pero no hay tal, debemos acostumbrarnos a llamar las cosas por su nombre y no mediante distractores, eufemismos. Hay que evitar ese léxico heredado de la era uribista, donde no se podía interpelar, ni cuestionar, porque eso nos convertía en terroristas.
Y a fe mía, que los terroristas (guerrilla y AUC) de izquierda y de derecha siguen haciendo mal, con la mirada esquiva, con el aplauso o el rechazo selectivo, de ese lenguaje entronizado desde el gobierno, los medios y el imaginario colectivo, que se quedó en nuestro vivir. Las actuales circunstancias no están para paños de agua tibia, tampoco para disparar a discreción. El vandalismo no es la causa, es una consecuencia, es una pérfida herramienta. La violencia encarna algo similar. Contesta injuria con injuria: limpia el barro con barro. Una protesta pacífica, atacada por una autoridad, responde de manera análoga, y en este maremágnum se culpa a los manifestantes y a las autoridades.
Describimos el apocalipsis, pero evitamos el (o la) génesis. Nadie hace una lectura de las causas de la protesta. ¿Qué llevó a la sociedad a este extremo? ¿Cuál es el antecedente para convocar a un paro? ¿La gente y las centrales obreras pararon por mero capricho? La retórica confusa dividió a la población, logrando el protervo propósito de quien la ideo y esgrimió. Divide y reinarás. Si no puedes convencerlos, confúndelos. "Yo no paro, yo produzco" rezaba el eslogan de comerciantes que rechazaban el paro, porque les impedía vender, mientras el paro transcurría. Días después, los comerciantes quebrados por los cierres derivados de la pandemia invocaban la apertura a través de manifestaciones. Demandaban solidaridad que no demostraron. Yo no paro, yo produzco. Frase lapidaria que evidenció el egoísmo que impera en nuestro país. Mientras no me afecte a mí, yo seguiré mi camino. Y esa actitud, insensible es reprochable. Pues, todos rechazamos la corrupción, pero no hacemos nada por combatirla. Eso y nuestra palabra nos hace cómplices, por acción o por omisión.
Es más, si la corrupción nos es útil en algún propósito, utilizaremos un soborno para ayudarnos. Aquí dirán algunos que no es cierto, porque es “ticamente incorrecto decirlo”. Error. Lo que tenemos que hacer es denunciarla, aun si el corrupto es nuestro pariente cercano. La corrupción es una sola. El lenguaje por aceptación o por negación ha sido cómplice. El abuso se generalizó y la costumbre lo convirtió en la norma. Alzar la voz contra ello se volvió una trasgresión. La alta carga impositiva y la imperativa cuota sancionatoria (multas, comparendos) hicieron mella en un diezmado bolsillo de pírrico salario mínimo. Se veía venir, se preveía ese punto de no retorno. Ya no hay marcha atrás. Demasiado tarde, aunque se pudo evitar. A futuro, el alzamiento será más “elocuente”, más destructivo. Sin el ánimo de defender lo indefendible, el vandalismo, sugiero que no proscriban tanto la patanería de un vándalo, pues la dirigencia fue más patán con su insensibilidad, indiferencia y abuso, que fue la génesis de esta "horrible noche".