Es un hombre delgado como una espiga, agradable en el trato, que nunca ha perdido su acento costeño, hijo de Carmen Rosado Martínez y Pablo Atuesta Acuña, también músico que murió hace algunos años; creció en un hogar de diez hermanos, seis hombres y cuatro mujeres, siendo su tío, Hermes Rosado Martínez, estupendo acordeonista que grabó con importantes intérpretes de la música vallenata. De él quizá proviene su vena musical o de su padre o, en una línea menos cercana, de Fulgencio Martínez Zuleta, prestigioso músico de raigambre popular.
En la década de los ochenta, Pablo Atuesta, motivado por Alfredo Gutiérrez grabó sus primeros temas y conquistó la fama y el éxito musical al lado de Diomedes Díaz y Rafael Orozco. De esta época son Colegiala te quiero, Falsaria, Johana, Conquista fácil, canciones clásicas para quienes gustan y disfrutan la música de acordeón.
Con Wilfran Negrete, en los inicios de su carrera, creó “Los concertistas del Vallenato”, agrupación que con estilo romántico logró impactar en las ciudades del interior y le permitió alternar con grandes figuras de la música internacional como Raphael, Rocío Dúrcal y Pastor López.
“Soy un nómada”, dice Pablo que se considera un ‘antibienes’ porque siente que las propiedades lo amarran y lo atrancan y él lo que desea es viajar por el pentagrama del vallenato y la cumbia y, así, como viajero se la pasa desde 1968 cuando se voló de su casa para asistir al Primer Festival de la Leyenda Vallenata, ese que promovieron Rafael Escalona y el expresidente Alfonso López Michelsen, entre otros.
Y claro que conoce países y varios en América y Europa y ha vivido en distintas ciudades e insiste en que se lo llame cantautor que es su título más preciado, el único que le importa, el que le enorgullece y le sirve de carta de presentación, a él que es un legendario de la música colombiana que, cuando le pregunto cuántos hijos tiene, dice “¿hijos?, yo tengo 24, me ganó el cacique”.
Ese dato que no sé si lo expresa en serio o refleja la desmesura y el mamagallismo Caribe que es tan propio y conocido en la nación, ofrecen la idea de un hombre sencillo y lleno de humor que toda su vida la consagró a la música para enriquecer una expresión tan popular y universal como el vallenato.
Sin ninguna clase de nostalgias o sectarismos que intentan dividir al vallenato entre puristas y menos ortodoxos, dice que esta música ha vivido épocas esplendorosas como la clásica con un vallenato romántico y la nueva ola con artistas que triunfan en Colombia y el exterior como es el caso de Silvestre Dangond.
Pablo Atuesta Rosado, el concertista, es indudablemente un valor destacado de la música colombiana que las nuevas generaciones deben conocer y admirar a través de su legado musical, ese que le canta a las colegialas, a los amores difíciles y las conquistas fáciles con una voz delgada y penetrante y, a la vez, encantadora y llena de pasión y sentimiento.