Quien llegó a la presidencia con el lema de "América Primero" no pudo defraudar más y de la peor de las formas a los norteamericanos tras haber polarizado a su sociedad y dejar en el camino a millones de afectados por el covid-19 y más de 400.000 fallecidos. Su negligencia criminal, casi rayana a crímenes de guerra, dejó a los Estados Unidos desamparados y sin una estrategia contra la pandemia que se tradujo en un desastre monumental. Eso en el orden interno, pero en el externo las cosas no pudieron ir peor.
No haber tenido una política clara con respecto a Siria fue el primer gran tropiezo del presidente Donald Trump en la escena internacional, habiendo dejado que Turquía, Rusia e Irán intervengan directamente en el conflicto y hayan contribuido a apuntalar, directa e indirectamente, al régimen del sátrapa Bashar al-Asad. A pesar de haber coordinado un ataque con Francia y el Reino Unido contra Siria, en el año 2018, se ha echado en falta una verdadera estrategia frente las continuas violaciones de los derechos humanos por parte del ejército y las fuerzas de seguridad de Bashar al-Asad, pero también para haber dado un acicate a la oposición democrática en la guerra civil que libra contra el régimen.
Aparte de la retórica radical exenta de contenidos prácticos, en estos cuatro años de Trump no ha habido tampoco ningún avance en el manejo de las dictaduras de Cuba y Venezuela, que aparecen en la escena internacional más consolidadas y con mayores lazos internacionales. En Cuba, tal como se vio en estos largos años, la represión contra la disidencia se ha intensificado y no ha habido avances en la necesaria reforma política y económica del régimen, tal como demanda la oposición democrática cubana.
El caso de Venezuela presenta una complejidad mayor y el bloqueo del diálogo entre la oposición y el régimen de Nicolás Maduro ha sido la tónica dominante en estos años, sobre todo debido a la ausencia de una política exterior coordinada entre la Unión Europea y los Estados Unidos para cercar al ejecutivo venezolano, cada vez con más socios en la escena internacional, entre los que destacan Argentina, Bielorrusia, China, México, Rusia e Irán, y el importante apoyo de las Fuerzas Armadas venezolanas el ejecutivo dictatorial.
Mientras se constata esa inacción frente a Cuba y Venezuela, también se detecta un menor interés por parte de los Estados Unidos hacia el resto de América Latina, una tendencia en su política exterior que se comenzó a proyectar tras la implosión de la Unión Soviética, en 1991, y que se fue consolidando en los sucesivos mandatos de Clinton, Bush, Obama y después con Trump. Tampoco la Organización de Estados Americanos (OEA) salió muy bien parada de este mandato presidencial y no se efectuaron las necesarias reformas que necesita para ser un verdadero motor de cambio y democratización en la región.
Del mundo árabe a Europa
En lo que respecta al mundo árabe, el plan de paz auspiciado por Trump para acabar con el sempiterno conflicto palestino-israelí terminó en aguas de borrajas y sin haber concitado el apoyo de la mayor parte de los países árabes y sus socios europeos; el mismo cayó en saco roto y ya nadie se acuerda del mismo. Por otra parte, tras el fiasco de la Primavera Arabe, que tantas esperanzas generó en su momento, Siria, Libia, Irak y Yemen se han visto inmersas en interminables y cainitas guerras civiles sin fin y se detecta un mayor liderazgo de Irán en la región, en liza con el principal aliado de los Estados Unidos en la zona, Arabia Saudí.
El único tanto que puede apuntarse Trump en Oriente Medio ha sido conseguir el reconocimiento diplomático de Israel por parte de dos países árabes, Emiratos Arabes Unidos y Bahrein, al que más tarde se le unió Sudán, una país musulmán con un largo pasado de actividad terrorista y una acendrada retórica antisemita en su discurso oficial.
Mientras que la inacción y el abandono de importantes espacio de gran interés geoestratégico se instalaba en la Casa Blanca, Rusia cada vez se hacía más fuerte en la escena internacional, implicándose en los asuntos de la periferia postsoviética y aliándose con sus antaño enemigos, como era el caso de China, o tejiendo alianzas con antiguos socios de Occidente en Oriente Medio, como acabó sucediendo con Turquía e Irán. Esta alianza de Rusia con estos dos países, pese a sus diferencias sobre el terreno en Libia, en el caso de Turquía, está condicionando la agenda de Moscú para todo Oriente Medio, donde cada vez cuenta con un mayor peso y una mayor penetración, compatible también con una mayor presencia política y económica rusa en Asia y América Latina. Rusia, después de cuatro años de Trump al frente de los Estados Unidos, es una potencia mucho más fuerte, con una mayor proyección exterior y respetada por todos, incluida la UE, en el mundo que hace cuatro años.
La OTAN, abandonada en la cacharrería de la historia
Otro de los frentes totalmente abandonados por los Estados Unidos en estos cuatro años ha sido la OTAN, y más concretamente sus socios europeos, que contemplaron en este tiempo con desazón, impotencia y, a veces rabia, como Trump les ninguneaba e incluso despreciaba, exhibiendo una soberbia y prepotencia casi simétrica a su falta de liderazgo en la organización transatlántica. La OTAN quedó abandonada en estos años en la cacharrería de la historia, sin apenas lucir su protagonismo de antaño, y dejando "congelados" numerosos conflictos en su periferia.
Las relaciones entre Europa y los Estados Unidos nunca habían sido tan malas desde el final de la Segunda Guerra Mundial y recomponerlas, tras haberse construido un imaginario "muro" de mutua desconfianza y recíproca frialdad, no será un camino nada fácil. Los europeos, tras décadas de mirar hacia los Estados Unidos como un socio que inspiraba confianza y respeto, hoy recelan de su antiguo aliado y esa tendencia se percibe en la opinión pública, que cada vez demanda más una auténtica construcción europea que supere esa desafección y dote de un mayor liderazgo en la escena internacional a la UE. El mayor daño que ha causado Trump al mundo libre ha sido destruir el vínculo transatlántico, que fue el motor que impulsó los cambios en Europa del Este y la caída del Muro de Berlín. Incluso Trump no tuvo éxito en conseguir parar los planes nucleares de Irán y Corea del Norte, que siguen adelante sin que la administración norteamericana haya conseguido detenerlos.
Trump, además, ha causado un enorme daño a la imagen internacional de los Estados Unidos, sobre todo desde el 4 de noviembre en que perdió con claridad y rotundidad las elecciones presidenciales sin aceptarlo nunca y por su errático comportamiento desde esa fecha. Su final ha sido digno de un sainete a medio camino entre el patetismo y la tragedia, entre el ridículo más sonoro y su falta de sentido de la dignidad, poniendo a toda la nación norteamericana ante el riesgo de una confrontación civil e intentando dar un golpe de Estado en toda regla, con varias víctimas en su haber y decenas de heridos. Las imágenes de una turba iracunda, indecente, violenta y agresiva asaltando el Capitolio han deslegitimado totalmente a Trump y a sus seguidores, y también han revelado a las claras que el máximo mandatario de los Estados Unidos ha sido uno de los peores presidentes recientes de la historia de esta gran nación.