¿Qué garantías le dio quien hoy las exige, a Alfredo Correa D´Andreis y Eudaldo Díaz cuando le pidieron ayuda? Nos inculcaron la cultura de la muerte.
La generación del odio está dando frutos. No debe sorprendernos que Andrés Fernando Sepúlveda, el capturado hacker-saboteador del proceso de paz y contratista de la campaña de Oscar Iván Zuluaga, haya convertido sus redes sociales en una oda a la muerte y la violencia. No debe sorprendernos tampoco que sea esa campaña precisamente su contratista. Dejó de sorprendernos el nivel de guerra sucia de la actual contienda por la presidencia, donde unos “valientes” tiran la piedra y esconden la mano, así como la inocultable cercanía de pandillas neo-nazis a varios de los adalides del mancuso-uribismo. Al fin y al cabo, estamos recogiendo la cosecha de odio que se comenzó a sembrar cuando se justificaban masacres y se utilizaba lenguaje chabacano como forma de gobierno, lo cual ha degenerado en propuestas para electrocutar estudiantes, por ejemplo. O antes, cuando creció el narcotráfico a merced de las facilidades en la obtención de licencias y planes de vuelo en la Aeronática Civil, por allá por los años 80´s.
Y es que nos inculcaron el odio como forma de hacer política, nos convencieron de que estaba bien hablar con sorna frente a una pila de cadáveres de “terroristas” dados de baja, y hasta nos lavaron el cerebro con la famosa tesis de que los muertos en la masacre de San José de Apartadó “no eran precisamente unos angelitos”. Convirtieron la nuestra en la generación del odio, del ver al mundo en blanco y negro, o en terroristas y mesías, que es lo mismo. Nos prepararon para esperar al salvador, y ahora nos quieren convencer de que el mesías debe seguir tras bambalinas dirigiendo este país.
Esta sociedad, que comenzó quemando libros en Bucaramanga hace unas décadas en una hoguera liderada por el hoy procurador, ya quema personas, como se evidenció con el vil asesinato de “Calidoso” en Bogotá. Pero esa espiral de odio y degradación en la que hemos caído suele estar liderada por restauradores, por salvadores que toman como bandera el devolverle “la moral” a una sociedad que ellos consideran corrupta, y pretenden hacerlo utilizando métodos medievales y ejemplarizantes; otra vez, nos cruzamos con los métodos del paramilitarismo, pero ahora aplicados a la moral. Es que los restauradores morales, los neonazis criollos -¿es posible?- y los paramilitares, son hijos de la misma madre corrupta.
Casi dos décadas de aleccionamiento al mejor estilo del Tercer Reich, desemboca en una generación en la que está entronizada la cultura de la muerte. Somos producto del mancuso-uribismo, del “le doy en la cara, marica”, del asesinato de niños y niñas a manos de sanguinarios con alias temibles, del efecto supuestamente ejemplarizante de violar a una mujer en la plaza pública por una cuestionable infidelidad, del todo vale con tal de la ascensión del Mesías. Somos producto de la barbarie del paramilitarismo y la “restauración moral” del uribismo. En conclusión, estamos jodidos.
¿Pero por qué era necesario crear esta generación miope con mentalidad de “masa” tan proclive al caudillismo? Sencillo: es la única generación capaz de perpetuar la guerra. Esa guerra que le conviene perpetuar a unos pocos, la confrontación que los ha enriquecido, el desplazamiento forzado que les ha permitido tener cada vez más y más tierras (recuerden que hay fincas tan grandes que abarcan dos departamentos, Córdoba y Antioquia por ejemplo), el hablar “duro” -léase como machista chabacano y camandulero- que les permite agudizar los oídos de quienes tienen tan poco en sus cerebros que necesitan del grito ofensivo para interesarse en el debate. Somos una generación hecha a medida para que el Mesías y sus doce apóstoles lleguen a salvarnos, a acabar con esta Sodoma y Gomorra en la que hay pecadores tan grandes que incluso se atreven a pensar diferente, el peor de los pecados.
Pero revertir ese proceso sí es posible; la re-educación nos urge cuando los límites de esa “otra violencia” sobrepasan la barbarie que nos enseñaron, y sobre todo cuando esa violencia supuestamente salvadora se ha tomado por asalto nuestros hogares. Es hora de que comencemos a reemplazar el mancuso-uribismo por la filosofía del amor, así a algunos les parezca social bacanería. Recuerde: toda espiral de muerte termina con la suya propia.