En Colombia, los medios hegemónicos han actuado como verdaderos grupos violentos que perpetran un terrorismo mediático sistemático y constante.
Estos actores atentan contra la libertad de expresión al difamar, mentir y fomentar el odio de manera continua. Además, estigmatizan a comunidades enteras y promueven el racismo, todo en detrimento de los valores democráticos fundamentales.
La sociedad colombiana ha despertado y comprende la verdadera naturaleza de estos medios y los intereses que sirven. Exigimos que se desmovilicen y se sienten a negociar la paz, aceptando la voluntad popular que clama por inaplazables reformas sociales democráticas y una paz total.
Durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, estos medios hegemónicos sembraron el terror al magnificar una narrativa en la que solo existía un monstruo: las FARC. Al mismo tiempo, de manera cómplice, presentaban supuestos logros de la “seguridad democrática” mientras ocultaban la atroz realidad de los falsos positivos que ahora conocemos.
Silenciaron las masacres perpetradas por grupos paramilitares, sirviendo como altavoces de los discursos criminales de estos grupos. “Periodistas” sin escrúpulos llegaron al extremo de legitimar a estos actores como lo hacía Claudia Gurisatti y RCN como lo dijo Mancuso; dichos periodistas y medios tenían comunicación directa y permanente con los jefes paramilitares para lograr el “influenciamiento para el control social” y el “posicionamiento” de los paramilitares.
A lo largo de décadas, estos medios estigmatizaron y revictimizaron a las poblaciones afectadas por masacres, violaciones y desplazamiento forzado. Encubrieron la participación de grupos económicos y empresas como Chiquita Brands, Argos y Palmicultores, entre otros, que actuaron como aliados, financiadores y beneficiarios de las acciones paramilitares.
Igualmente, ocultaron durante años los vínculos entre políticos y actores del narcotráfico y paramilitares. Vínculos de los cuales posiblemente tampoco son ajenos. Cuando salió a la luz la parapolítica, hicieron todo lo posible por ocultarla, incluso expulsando a periodistas que ejercían la verdadera libertad de prensa y revelaban la verdad.
Por décadas, estos medios sirvieron como herramientas para ocultar la corrupción y difamar a políticos progresistas, acusándolos de ser socios de las FARC y etiquetándolos como 'castrochavistas'.
Estigmatizaron a los gobiernos de Venezuela y Cuba, mientras callaban ante la ausencia de democracia y la violencia de los gobiernos colombianos de derecha.
También se dedicaron a desacreditar y calumniar los movimientos sociales y la minga social indígena y comunitaria, manipulando videos para atribuirles acciones vandálicas, mientras escondían la represión estatal violenta que cobro centenares de asesinados y cerceno el derecho a la vida y la protesta.
Durante la movilización de 2018, los medios tergiversaron repetidamente los abusos de autoridad, los asesinatos y las masacres perpetradas por el ESMAD, la policía y grupos paramilitares. Impusieron una narrativa falsa y estigmatizadora, calificando las protestas pacíficas como terroristas y revictimizando constantemente a quienes fueron víctimas de la violencia policial; asesinados, mutilados o violentados sexualmente.
Los medios hegemónicos fueron verdaderos encubridores de los crímenes del gobierno Duque y agentes violentos que justificaban los asesinatos. Un papel igual jugaron dichos medios frente a la protestas sociales en medio de la pandemia deslegitimándolas mientras guardaron silencio frente a las acciones corruptas que adelantó el gobierno Duque en sus programas de Ingreso Solidario, entregando millones a los bancos y firmando contratos leoninos con las multinacionales de que vendieron vacunas contra el Covid a sobre costo.
En las últimas dos elecciones presidenciales, los medios difundieron una narrativa difamatoria y estigmatizadora, sembrando pánico con acusaciones de 'castrochavismo' expropiaciones y supuestos desastres económicos. Parcializaron a favor de candidatos de derecha y en contra del actual presidente en funciones, difamándolo, inventado falsas noticias y presentando situaciones inexistentes como crímenes.
Hoy, los medios hegemónicos guardan un silencio cómplice ante centenares de casos de corrupción y violencia como, solo para mencionar algunos: las declaraciones de paramilitares y generales sobre los falsos positivos, los hornos crematorios y las masacres frente a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
También ocultan la corrupción en la SAE y Ecopetrol, la incautación de toneladas de cocaína, así como la condena impuesta al Grupo Aval y Sarmiento Angulo en un tribunal en Estados Unidos. Frente a este último caso presentaron falsas noticias mostrando que el grupo aval había sido declarado inocente, cuando sucedió totalmente lo contrario y protegiendo la impunidad que prevalece en la fiscalía en el caso Odebrecht. Además, guardan silencio frente al juicio de Álvaro Uribe Vélez y sus posibles responsabilidades en los falsos positivos.
Pero su papel más oscuro se revela en la actualidad, donde desde revistas como Semana y periodistas como Vicky Dávila, un centenar de comunicadores, caracterizados por su racismo, difamación y discurso violento, intentan imponer noticias inventadas y falsas para vincular al gobierno con financiación del narcotráfico en su campaña.
Mienten sobre las reformas sociales y tergiversan las acciones gubernamentales, incluso inventando enfermedades del presidente y creando pánico económico con el precio del dólar y la inflación.
Estos medios hegemónicos actúan como verdaderos terroristas mediáticos, desestabilizando un gobierno democráticamente elegido, atentando contra la voluntad popular, incitando a la violencia y sembrando el terror entre la población para manipularla contra el gobierno.
Históricamente, los medios hegemónicos en Colombia han sido incendiarios, mentirosos, carentes de ética y verdaderos sicarios mediáticos, asesinando la libertad de expresión; hoy desesperados intensifican sus acciones terroristas.
El verdadero trasfondo de estos medios se halla en la concentración de la propiedad pues son los principales grupos económicos y oligarcas corruptos sus dueños y los utilizan para sus propios intereses; por ende los medios hegemónicos no son medios libres, son grupos de mercenarios a sueldo y al servicio de grupos oligárquicos y corruptos.
La ausencia de democracia en Colombia se manifiesta en la falta de medios verdaderamente independientes, éticos y comprometidos con la verdad, los derechos humanos y la paz. Los medios hegemónicos no son libres; son armas de propaganda que perpetran el terrorismo mediático.
Los medios hegemónicos son la negación violenta de la democracia, de la voluntad popular; y hay que decirlo de manera clara: no son medios de comunicación, ni ejercen la libertad de expresión; son medios de propaganda al puro estilo nazi que ejercen terrorismo mediático. Exigimos que cesen sus acciones violentas y se desmovilicen, y esta es la voz del pueblo colombiano.
Hoy, los colombianos somos conscientes de la historia y el presente de los medios hegemónicos como propagandistas y terroristas mediáticos. Apoyamos las acciones de protesta lideradas por las autoridades indígenas y la minga, y respaldamos la creación de medios verdaderamente libres y las iniciativas comunicativas del gobierno a través de redes y canales públicos.
Exigimos paz total, libertad y democracia. El pueblo colombiano toma el mando, construye por fin un proceso democrático y demanda que los medios narcotraficantes y corruptos lo comprendan claramente: no toleraremos que nuestra libertad de expresión y nuestro derecho a la verdad sean pisoteados. Exigimos paz total.