El día que el hombre llegó a la luna, mi abuelo Rogerio junto con el notario, Angelino Barco, y el farmaceuta del pueblo, don Honorio Reina, estuvieron reunidos toda la mañana en la cafetería de Zoila García, el único negocio de su género que había en el marco de la plaza de Vijes por esa época.
Coincidieron con Mélida Serrano en que se avecinaba el fin del mundo, y alguien que leía ejemplares sobre escritos esotéricos y de Nostradamus que circulaban clandestinamente entre un círculo cerrado de lectores, se atrevió a decir que aquél acontecimiento era el cumplimiento de las profecías. No se cómo podían afirmarlo, pero estaban convencidos.
Ni para ellos que habían seguido la transmisión en los viejos radios de tubos cuya señal se interrumpía a cada rato y sonaban como una fritanga en pleno hervor, ni para nadie en Colombia, el 16 de julio de 1969 pasó desapercibido. ¡El hombre pisaba la luna!
Lo que sí pasó desapercibido y no se conmemora con tanta rimbombancia es la fallida misión de Apolo I, nombrada inicialmente como AS-204 por aquello de los códigos que manejan los norteamericanos para imprimirle un aire de misterio a lo que hacen. En ella murieron asfixiados tres astronautas. Una página oscura de la historia espacial estadounidense de la que muchos prefieren no acordarse.
Una tragedia que pasó al olvido
El 27 de enero de 1967, Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee murieron asfixiados dentro de la cápsula Apolo 204 durante un entrenamiento rutinario. Estaban a menos de un mes del despegue hacia la luna para cumplir el sueño de Julio Verne, quien pasó muchas noches de insomnio tratando de concebir cómo se podía llegar tan lejos.
El incidente no era único. Otros astronautas habían muerto con anterioridad. La carrera por conquistar el espacio que se fijó con terquedad John F. Kennedy, cobró sus primeras víctimas.
Alcanzaron a cenar en la Casa Blanca, a recibir anticipados reconocimientos por su valentía, a llenarse de ínfulas con los sugestivos comentarios de sus superiores porque se convertirían en leyenda, y el orgullo de sus esposas cuando iban a mercar con quienes consideraban únicos e irrepetibles. Pero no lo lograron. Ya la historia los olvidó.
Cuando a uno le toca, le toca
Grissom fue escogido para volar en el Apolo 1 con White y Chaffee.
Edward White, de 36 años, era miembro de la segunda selección de astronautas que realizó la Nasa y había realizado un paseo espacial durante la misión Gémini 4.
El tercer cupo correspondía a Donn Eisele. Los historiadores relatan que estaba feliz cuando le hicieron la notificación a principios de 1966. Pero lo que para él en su momento fue motivo de frustración, terminó convirtiéndose en su salvavidas: se dislocó el hombro dos veces durante los entrenamientos.
Fue entonces cuando definieron que su lugar lo ocuparía Roger Chaffee, de 31 años. Definitivamente, cuando a uno le toca, le toca. La suerte estaba echada.
¿Qué ocurrió?
La cápsula en la que se realizaron las pruebas con Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee, a bordo, estaba llena de fallas, comenzando por los sistemas de comunicación. Pero eso era mínimo frente a otros errores de carácter estructural: las escotillas que tomaban hasta dos minutos en abrirse, utilizaban una llave que se debía aplicar en seis puntos específicos para aflojar la puerta, y la concentración de oxígeno de alta presión. Resultaba catastrófica.
Las pruebas iniciaron a las 6:30 a.m., del 27 de enero de 1967. Alguien comentó que el día era particularmente hermoso en la estación probatoria.
Un minuto después, en algún lugar no identificado a los pies del astronauta Grissom, se produjo un cortocircuito. Nueve segundos después Roger Chaffee informó por radio que había fuego. Insistió: "Nos quemamos, sáquennos de aquí”. Tras una serie de gritos espeluznantes, se hizo silencio dentro de la nave.
Solo habían pasado segundos después del incendio. Fueron suficientes para segar sus vidas. Los esfuerzos por salvarlos resultaron infructuosos.
Retirar los cadáveres se complicó porque los trajes se habían fundido con el nylon del interior de la nave, así que hubo que esperar hasta la una de la mañana. La autopsia reveló que la causa de la muerte había sido la inhalación de monóxido de carbono.
Llegar a la luna tiene su lunar negro
Estoy seguro que mi abuelo Rogerio junto con el notario, Angelino Barco y el farmaceuta del pueblo, don Honorio Reina, pasaron a la eternidad sin enterarse que llegar al espacio tuvo un costo muy alto. Un lunar negro del que poco se habla. Tampoco se enteraron, sin duda, que tres astronautas, que serían los primeros en alunizar, murieron en medio del desespero, mientras el aire se les escapaba y gritaban con desespero sin que nadie pudiera hacer nada a pocos metros del reducido espacio donde estaban viviendo su calvario.
La tragedia y otros decesos que marcaron la carrera hacia el espacio empañan el orgullo que inflama hoy el corazón de muchos convencidos que sería un paso pequeño para el hombre pero un gran salto para la humanidad, y la certeza de que al anticipar que podrían ocurrir tales hechos, Julio Verne habría preferido que los sueños de ir tan lejos, quedaran solamente plasmados en una novela.
Es, por supuesto, una página negra de la historia a la que muchos han preferido dar sepultura de tercera, mientras que en Cabo Cañaveral uno compra souvenires para traer a sus familiares, desde 5 dólares, con los cuales se sigue alimentando la leyenda…