Si un periodista pretendía acercarse a Vicente Fernández para hacer una nota, su aprobación tenía que pasar por la de su hijo, Gerardo, un hombre grosero que tenía la costumbre de tratar mal al que le daba la gana. El último charro, nacido el 17 de febrero de 1940 en Huentintan, un pueblito ubicado a las afueras de Guadalajara, era un hombre de pistola al cinto y caderas anchas, quien siempre sufrió por no tener el porte de su gran ídolo, Pedro Infante y que como no pudo tener su apostura decidió ser el macho más macho, el mujeriego inveterado al que su esposa, María del Refugio Abarca, le perdonó todas sus infidelidades, sus humillaciones, su maltrato, una típica mujer mexicana que se casó con un hombre que vivía en la pobreza más absoluta, con el que perdió tres hijos por física hambre, y quien, cuando por fin consiguió el éxito esperado, le restregó en la cara su relación con las mujeres más bonitas de México. Incluso ella sabía de la relación del cantante con la actriz Patricia Rivera, su amante oficial durante décadas y con quien incluso alcanzó a tener un hijo, pecado que le perdonó María del Refugio aceptando a su hijo como si fuera uno más de la familia.
La escritora argentina Olga Wornat, escribió hace poco una biografía sobre el charro titulada El último rey, está lejos de ser una apología. Ella viajó a Guadalajara a seguirle los pasos al ídolo y se encontró con un cerco de advertencias: le decían que su hijo, Gerardo, era un hombre bastante peligroso. La tenebrosa leyenda de Gerardo se cimentaba desde 1998 cuando afirmaron que tenía vínculos con el naciente cartel de Sinaloa, cuyos hilos eran manejados por el Chapo Guzmán. Sin embargo el vínculo que tenía Gerardo con los narcos era con Nacho Coronel, temido narco reconocido por sus maneras sanguinarias. Era normal verlo frecuentar juntos bares y conciertos y tenían negocios juntos, como el de la compra de caballos. Gerardo es quien maneja los negocios familiares, incluida la cuantiosa fortuna de Alejandro Fernández, el más exitoso de los hijos del músico, quien le teme a Gerardo como si fuera un papá abusador. Incluso hay un episodio bastante escabroso, la probable participación de Gerardo en el secuestro de Vicente Fernández Jr, hijo menor del cantante, en 1998.
Nunca se supo demasiado sobre ese secuestro. Solo que si está documentado que el Cartel de Sinaloa ofreció sus servicios para borrar del mapa a todos sus secuestradores. El hombre que más sospecha de la participación de Gerardo en el secuestro es el propio Vicente Jr. a quien le cortaron dos dedos en los 120 días que estuvo preso. Por cierto, en esos cuatro meses tanto Alejandro como Vicente, quienes nunca hicieron pública su tragedia, no pararon de dar conciertos en sus giras. Necesitaban recoger 10 millones de dólares para pagarle al cartel que era lo que le pedían para que no lo asesinaran.
Gerardo también vinculó a su padre con un posible lavado de dinero en sus conciertos. Así se vio reflejado en la última de sus múltiples giras de despedida, en donde en España el cantante fue intervenido por la DEA por una turbia operación. Según la biógrafa argentina el cantante dijo que él no había tenido nada que ver con la operación y que todo lo hizo su hijo quien depositó el dinero a un personaje ligado al narco colombiano llamado Andrés Barco.
Vicente lleva 48 horas muerto y su leyenda apenas empieza a asentarse. Lo que vendrán son libros, miniseries y películas sobre su vida. La vicentemanía apenas comienza.