Comencemos por hacer la distinción entre el liberalismo de quienes creen en la ideología tradicional e histórica con la que el Partido Liberal se presentó como el Partido del Pueblo, defensor de los sectores que no tenían poder para hacerse escuchar, coalición de minorías o de matices de izquierda, abrevado en las canteras del socialismo, etc.; y el oficialismo que hoy espuriamente ocupa la Dirección, reivindicando una línea de ‘centro’, defendiendo e imponiendo la doctrina Neoliberal, con las características de darwinismo social que derivan del orden del mercado (la supervivencia de los más aptos), y considerando al Estado como el enemigo y no el instrumento para alcanzar la armonía social por medio de la igualdad de oportunidades combatiendo la injusticia e inequidad que se producen bajo el principio de la libre competencia.
Llamando las cosas por su nombre, el oficialismo gavirista -representante de esa segunda línea-, llevó a que esa colectividad prácticamente desapareciera: en las votaciones para Parlamento quedó como el cuarto partido (habiendo sido durante el último siglo siempre el primero) , y eso por la votación propia de los caciques regionales; pero en las elecciones como partido, el candidato a la presidencia Rafael Pardo impuesto irregularmente quedó de último; la Alcaldía de Bogotá que siempre fue dirigida por ese partido pasó a manos sucesivas de la izquierda y ahora con Peñalosa a las de la derecha; y el partido que se pronunció con 2,5 millones de votos en la consulta popular más votada de la historia redujo su participación 15 años después a solo medio millón de votantes en la última consulta.
No fue casualidad que los huérfanos del Partido Liberal votarán por otras candidaturas más afines a su pensamiento cuando apoyaron a Carlos Gaviria, o a Lucho o formaron el grupo de ‘liberales con Clara’, todos para manifestar su desagrado con la Dirección oficial. Y razonable es pensar que si como grupo parlamentario el Polo nunca saco más de 500 000 votos, fue ese liberalismo antigavirista la principal fuerza detrás de esos triunfos.
Como si fuera poco, primero todos los nuevos partidos se formaron a partir de escisiones del Partido (la U, Cambio Radical, los verdes) y hoy quienes se quedaron están todos alienados de esa Dirección (en orden cronológico: Piedad Córdoba por no haber recibido ningún apoyo cuando Ordóñez la sancionó, ni ningún reconocimiento cuando sus derechos fueron restituidos; Viviane Morales cuando se le exigió renunciar a sus convicciones religiosas; Sofía Gaviria por defender la libertad de consciencia y no someterse a la disciplina para perros; Alfonso Gómez oponiéndose a su nombramiento como ministro de Defensa al ser demasiado independiente; Juan Manuel Galán por haber impuesto a Simón Gaviria saltándoselo a él (a pesar de deberle su elección); Cristo por las manipulaciones hechas para derrotarlo en la consulta; y hasta Serpa por cometer el error de creer que su sumisión al César merecía un reconocimiento a sus derechos).
El hecho concreto es que De la Calle no contaba para nada con el respaldo del liberalismo y más bien cargaba con el rechazo que producía el ser ‘el candidato de Gaviria’. Y sus opciones reales parecían ser desistir de su candidatura para no sufrir una eventual humillación por una mínima votación, o esperar el momento y la forma en que Gaviria a su turno lo ‘negociara’ traicionándolo.
El escenario optimista es que el debate presidencial
gire en torno a qué miedo se vende mejor:
‘volver trizas el Acuerdo de Paz’ o el castrochavismo.
Lo que en la práctica fue una adhesión de Clara López -bajo la figura de aceptar la candidatura a la vicepresidencia- cambia el escenario pero no se sabe en qué forma. El punto que justifica esa ‘unión’ es la defensa del Acuerdo del Colón. Y el escenario optimista (probablemente demasiado) es que se logre que el debate presidencial gire alrededor de cuál miedo se vende mejor si el de ‘volver trizas el Acuerdo de Paz’ o el del castrochavismo. En esto hay dos partes interesadas y cuentan con su poder sobre los medios. Pero no parece ser ese el tema que angustia ahora a los colombianos.
El caso es que para el votante liberal esa jugada no da mayor claridad sino crea más confusión. Para los que votarían directamente por De la Calle como seguidores del gavirismo o por aprecio al candidato mismo, consideran que Clara no representa ese ‘Centro’ que impuso Gaviria sino la izquierda a la que temen u odian. Y para el liberal de pensamiento y de partido que ve en la posible vicepresidenta una aproximación a la tradición del liberalismo progresista colombiano, le parece imposible votar porque le repugna que pueda ser un respaldo indirecto (o directo) a quien no solo acabó con el partido sino representa la orilla contraria como ideología política.
En la elección de marzo los avalados por la Dirección aportarán su votación a lo que aparecerá como ‘del Partido Liberal’. Pero no se sabe en mayo qué tanto alcanzarán a mover los candidatos a la opinión, pero sí se sabe que muy poco será lo que aporte el ‘oficialismo Liberal’.