"Saberlo todo, sin saber qué hacer con todo."
En Colombia, el conocimiento, que debería ser la llave maestra para abrir puertas hacia un futuro prometedor, se ha convertido en un pesado equipaje que muchos cargan sin rumbo definido. Es como si miles de profesionales caminaran por un laberinto con mapas de sobra, pero sin brújula. Edgar Schein, con su trabajo sobre las anclas de carrera, advertía que la falta de alineación entre los valores, habilidades y elecciones profesionales convierte las trayectorias laborales en caminos inciertos.
En este país, los profesionales parecen haber adoptado el perfil de una navaja suiza: útiles en mil cosas, pero insuficientes para cortar los problemas específicos que demandan las empresas. Es el resultado de un sistema educativo que celebra el coleccionismo de títulos, pero olvida la profundidad del aprendizaje. Ingenieros que también son administradores, abogados que cursaron tres maestrías y diseñadores que buscan doctorados. Todos con diplomas relucientes, pero con pies de barro.
La trampa del título vacío.
Ciudades como Cali, Medellín, Barranquilla y Bogotá, que representan los principales faros educativos del país, muestran realidades contrastantes. Bogotá, con su diversidad de universidades, parece un mercado abarrotado de mercancías académicas: muchas opciones, pocas salidas. Las empresas en la capital buscan relojeros que sepan ajustar un engranaje específico, pero encuentran carpinteros que quieren tallar todo el reloj.
En Medellín, el espíritu emprendedor se asemeja a un río caudaloso que avanza rápidamente, pero muchos profesionales parecen piedras en su cauce, incapaces de moverse al ritmo del mercado. En Cali y Barranquilla, las aguas son más tranquilas, pero con escasos peces que necesiten redes tan sofisticadas como las que ofrecen los sobreeducados. Los mercados laborales, más limitados, no pueden absorber a una población profesional que busca empleo acorde con su acumulación de títulos.
Richard Florida, con su concepto de la clase creativa, vincula el desarrollo económico de una región con su capacidad para absorber talento diverso, pero especializado. Sin embargo, en estas ciudades, los títulos múltiples son como llaves de oro para puertas que nunca existieron.
El refugio de la docencia y sus consecuencias
Cuando las puertas del mercado laboral permanecen cerradas, muchos profesionales encuentran refugio en la docencia, una suerte de arca donde los navegantes perdidos desembarcan. Sin embargo, esta solución tiene un alto precio. Los "todólogos" terminan impartiendo materias tan diversas como ajenas a su verdadera formación. Así, un ingeniero se convierte en capitán de una cátedra de administración, un abogado improvisa clases de ética y un diseñador gráfico dicta economía.
Esto tiene consecuencias devastadoras. Es como si el aula se convirtiera en una cocina donde los ingredientes son de primera calidad, pero el chef apenas conoce las recetas. Desmerece la labor de los docentes vocacionales, quienes eligieron la educación como su camino principal, y afecta directamente a los estudiantes, que reciben formación de maestros que solo han pasado de visita por los temas que enseñan. Diane Ravitch ha criticado duramente las reformas educativas que, al no priorizar la preparación adecuada para las demandas del mercado laboral, generan este tipo de crisis.
La responsabilidad de las instituciones de educación superior.
En esta tragedia educativa, las universidades juegan el papel de vendedores de espejismos. Al igual que mercaderes en un bazar, han promocionado programas académicos como si fueran pociones mágicas que garantizan el éxito. Con la promesa de ascenso social y profesional, fomentan la acumulación de títulos y olvidan la profundidad del conocimiento.
Howard Gardner, con su teoría de las inteligencias múltiples, plantea que los estudiantes deben ser preparados para diversas trayectorias que valoren sus habilidades únicas. Sin embargo, las instituciones parecen seguir un modelo uniforme, ignorando las potencialidades individuales.
En su afán de llenar aulas y obtener ingresos, estas instituciones han descuidado su misión de formar profesionales útiles para el mercado laboral. Contratan docentes no por su capacidad de enseñar, sino por la cantidad de títulos que han acumulado, como si un baúl repleto de pergaminos fuera garantía de sabiduría.
Del orgullo a la decepción.
Como advertía Schein, una identidad profesional sólida requiere de una narrativa clara, un camino definido que se construya con paciencia y propósito. En Colombia, esta narrativa parece haberse fracturado. Los profesionales acumulan títulos como si fueran trofeos en una vitrina, pero en lugar de abrirles puertas, estos se convierten en pesos muertos.
Daniel Pink, en su análisis de la motivación laboral, sugiere que la satisfacción y el desempeño dependen de un propósito claro. Sin este, los títulos acumulados solo generan frustración y desencanto.
Un reclutador en Medellín lo explicó con una metáfora inquietante: "Es como si nos ofrecieran una biblioteca entera cuando solo necesitamos un buen libro."
La Solución: la especialización intencionada y el rol ético de las universidades.
El país necesita reencontrarse con la esencia de la educación, pasar de los fuegos artificiales al faro que ilumine el camino. Las universidades deben dejar de actuar como fábricas de títulos y convertirse en talleres de artesanos, donde el conocimiento se labre con cuidado y propósito.
Los profesionales, por su parte, deben abandonar la obsesión por llenar su hoja de vida y concentrarse en construir una narrativa coherente. Ser menos navaja suiza y más bisturí: precisos, útiles, indispensables.
En Colombia, la sobreeducación es un árbol frondoso, pero cuyas raíces no llegan al suelo fértil. Si queremos que los frutos sean abundantes y útiles, es hora de podar las ramas y fortalecer el tronco. Solo así dejaremos de ser un país de títulos y nos convertiremos en una nación de soluciones.