El derecho dista mucho de ser una ciencia exacta formada en idílicos supuestos de verdad y justicia, más bien busca armonizar las relaciones sociales, solucionar conflictos y garantizar la convivencia pacífica. Todo sería perfecto si no fueran los hombres los encargados de aplicarla.
El ser humano es una máquina de pasiones y sentimientos, desde los más sublimes, idílicos y puros, hasta los más torvos y ruines. Grandes constelaciones de conceptos, arquetipos, paradigmas y prejuicios nos construyen y animan, a lo que no escapan siquiera quienes administran justicia.
Lo que hoy es una verdad, un fallo, una sentencia, una jurisprudencia, mañana no lo es. Por ejemplo, ayer las corridas de toros eran un espectáculo cruel y bárbaro, y ahora son manifestaciones y eventos de arraigo popular, lo que las vuelve al “ruedo”. Algo absurdo, equivalente a decir que así como la tortura, el tormento y la pena de muerte eran métodos para obtener la confesión y la verdad, pertenecientes a esa cultura salvaje de la época oscurantista, habría que respetarlas como sana tradición, cultura y costumbre. ¡Vaya estupidez!
¿Por qué al momento del primer fallo prohibitivo no se tuvo en cuenta ahora la tan cacareaba jurisprudencia que las elevaba al marco de “cultura popular”? ¿Qué intereses hay detrás de todo esto?
Sin restar importancia al anterior tema refirámonos ahora a las decisiones jurídicas que afectan la vida, honra, bienes de las personas y la libertad, uno de los derechos fundamentales más preciados, y que como un huracán rugiente despedazan de un cuajo el entorno familiar, afectivo, laboral y social del individuo.
Ya lo decía Carnelutti: “El juez es tan solo un falible mortal, nacido en la culpa y nutrido en el error, el quita y pone la honra perdida, la libertad y hasta la vida misma, por eso esta misión no puede confiarse a un disoluto, o beodo vacilante que blandiese una espada de doble filo”.
Lo que hoy son conductas punibles mañana no lo son. Las jurisprudencias reemplazan la ley a su antojo, acomodan momentos y circunstancias con los más variados o abstracto argumentos para condenar o absolver, dependiendo del oscuro y secreto interés. Reunirse con “paras” para escucharlos es delito, hacerlo con las guerrillas no lo es. Por ejemplo, los dobles, desacreditados y mendaces testimonios de quienes acusan al opositor del antiguo régimen o enemigo político tienen plena credibilidad y valoración ponderada de seriedad y gravedad incriminatoria.
Las deposiciones en contra de miembros de las izquierdas cómplices de las guerrillas, responsables de secuestros, tráfico de drogas, y delitos de lesa humanidad, no las tienen, desacreditándolas con alguna argucia jurídica. La información del computador de Raúl Reyes no reunía según las maniqueas interpretaciones los requisitos de cadena de custodia cualquier otra información contenida en cualquier medio contaminado, manoseado y permeado que sirva a torvos propósitos es limpiada y saneada e incorporada al deleznable proceso o expediente bajo el rasero y fin que se persiga.
Este es un relativismo hipócrita y subjetivo que acompaña las decisiones de estos organismos de “justicia”, generando una incertidumbre, desazón e inseguridad en el mundo jurídico-social.
Últimamente hemos visto a los sofistas de la toga conformar carteles de mercenarios que se han enriquecido con proveídos e interlocutorios de fondo, sin disparar una sola bala, solo con la redacción de un párrafo malicioso, que los académicos, jueces, fiscales, abogados, poder judicial y estudiantes de derecho, genuflexos y casi serviles, exaltan hasta el paroxismo como verdad revelada, siendo leídas como evangelios o dogmas de fe en las audiencias públicas.
Inerme es el verdadero jurista, quien ve más allá de lo evidente y simple, y observa como su caso es fallado siguiendo posiciones, quizás no las más santas o justas por supuestas prístinas y sin mácula directrices.
Por ello necesitamos prohombres sin tacha, ejemplares en la sociedad y en su vida privada, para que ocupen estos cargos, y donde su rectitud y probidad sean el faro y luz resplandeciente en medio de esta sombría noche de la patria.
Es menester recuperar la majestuosidad y sacralidad de las cortes, su pureza, equidad y juicio ponderado.
“Una justicia sesgada y venal es anarquía, desazón, tinieblas e incertidumbre en el mundo jurídico-social”.