Demostrando su capacidad de penetrar en lo profundo del alma humana, en sus pasiones que van desde lo sublime a lo abyecto, desplegada en Los hermanos Karamazov y en Crimen y Castigo, Dostoyevski en esta novela corta, construida en un álgido momento de su vida agobiada por carencias económicas, nos confirma su maestría, técnica narrativa y talento para caracterizar física y psicológicamente a un polifacético elenco de personajes, cuyas vidas han jugado a las aventuras del azar girando en torno a las mesas del casino de Ruletenburg.
Narrada en primera persona, la novela corta en sus primeros capítulos se enfoca a en la lucha interior que libra Aleksei Ivanovich por dominar la atracción irresistible que significan los casinos que lo han dejado en la ruina, al visitar, como tutor de los hijos de uno de tantos generales perdedores y ostentosos que abundaban en la Rusia zarista, un balneario asiduamente frecuentado por extranjeros y en el que las casas de juego son una de las principales atracciones.
En sus recorridos en solitario para observar las mesas y sus visitantes, llevados por la pluma del autor, que en su vida real vivió experiencias similares, podemos sentir el sórdido y variopinto ambiente de las casas de juego y la pulsión que embarga al ludópata Aleksei, esta vez apremiado por la necesidad económica de ganar al depositar su suerte en los números de la ruleta que en segundos lo elevan al éxtasis cuando la bola cae en el número al que apuntó, o lo descienden en picada al infierno, cuando cegado por la ambición apostó todo lo que había ganado y lo perdió de un sopetón, mientras rugen las montoneras de mirones y oportunistas que se apiñan alrededor de los ganadores buscando robar y mendigar migajas de suerte ajena.
El amor no correspondido de Aleksei por Polina, hijastra del general, protectora de sus pequeños hijos y consentida de la potentada abuela, se manifiesta en los numerosos conflictos del personaje principal, en especial con el francés Des Grieux, que la corteja mientras con sus préstamos sobre hipotecas de sus bienes en Rusia, endeuda cada vez más al general. Este franchute, además de su belleza piensa adueñarse de la herencia que le dejará la abuela, cuando llegue el anhelado telegrama anunciando su deceso.
Para Aleksei es un misterio el interés de la joven y bella Polina en jugar su dinero a escondidas, por medio de él, lo que alienta más el apego de este hacia ella, e influye en las tirantes relaciones marcadas por los celos, que entabla con sus pretendientes, entre los cuales y sus comitivas, abundan los timadores, suplantadores de personalidades y ‘aristócratas’ de títulos nobiliarios falsificados, que como moscas revolotean por los casinos a la caza de ingenuos potentados de Rusia y otras cortes europeas.
A medida que avanzan los nueve primeros capítulos, el autor va desenredando la trama que orbita alrededor del telegrama que todos esperan anunciándoles la muerte de la abuela: el jefe de Aleksei, uno de tantos generales vacantes que abundaban en la Rusia zarista y su nueva enamorada: Madame Blanche y su supuesta madre, acompañadas de Monsieur de Greius y otros sirvientes. Así podrán disponer de sus bienes que permitirán el casamiento del general con Madame Blanche y también para saldar los cuantiosos préstamos que le ha desembolsado Monsieur De Grieus para solventar los gastos del hotel y variados lujos.
Después de un diálogo que sostiene con el tímido, noble y rico ingles Astley, también enamorado de Polina, Aleksei empieza a desentrañar la red de oportunistas y falsificadores que rodean a Madame Blanche y a Polina, urdiendo un plan de apariencias e identidades falsas para apoderarse de la ansiada herencia que supuestamente les dejará la abuela.
A partir del décimo capítulo, un punto de alucinante ruptura lo constituye la garciamarquiana irrupción de la abuela, que sin previo anuncio, desembarca del tren proveniente de Rusia, precedida de un séquito llevándola en andas al estilo de la mamá grande, y con una lengua picante para cantar verdades incómodas, desentrañar bajas ambiciones, falsos sentimientos y desenmascarar farsantes, dejándolos a todos con ojos y bocas abiertos de la sorpresa.
Pero el clímax del remezón causado por el exótico personaje se presenta al aparecer cargada en su silla de ruedas precedida de su nutrida corte de pajes y tomarse por asalto el casino, donde después de ser instruida por Aleksei, sobre la mecánica de los diversos juegos se decide por la ruleta y empieza a apostar al cero y otros números vedados para los supersticiosos y asiduos tahúres, y para pasmo de todos, gana a manos llenos, y de igual manera reparte sus premios, tasando la cuantía entre sus seres queridos, según los aprecie o no, marginando a su sobrino, el general, a quien ya se las había cantado de negarle su dinero, y también repartiendo monedas de oro entre los sirvientes y curiosos codeándose alrededor de las mesas y participando de su suerte pantagruélica a los desarrapados que se topa en el camino y estiran la mano.
En la siguiente visita al casino la abuela hábilmente manejada por los crupiers pierde todo lo que había ganado la noche anterior y parte de su fortuna representada en bonos y escrituras. Como era de esperarse Madame Blanchet, al comprobar que al general padrastro de Polina, no le corresponderá la herencia de la abuela lo abandona. La abuela decide regresar a Moscú y a Polina le ofrece un sitio para que viva con sus hermanos pequeños; pero ella a la expectativa de sus amores pendientes le insiste para que postergue el regreso. A Aleksei le ofrece un empleo cuando regrese a Moscú y para despedirse le regala 50 federicos de oro.
Pero ahí no termina todo. Veinte minutos antes de la salida del tren la abuela impaciente regresa al casino. Aleksei se niega a acompañarla y entre los croupiers y los oportunistas polacos que se reúnen alrededor de la mesa terminan por pelarla.
En el capítulo XIII el narrador recuerda los sucesos posteriores a las aventuras de la abuela en el casino y reflexiona sobre el desencadenamiento de los sucesos: Des Grieux al ver que el general no puede pagarle lo prestado decide hacer gestiones para cobrar las hipotecas que sobre sus bienes le firmó este y también deja de cortejar a Polina, hijastra del general, después de enviarle una carta explicándole sus razones y cálculos para abandonarla. Esta súbitamente aparece en el cuarto de hotel de Aleksei y le confiesa su amor. Este queda tan sorprendido que se demora en entender y súbitamente arrastrado por una fuerza incontenible sale corriendo rumbo al casino donde apuesta los 80 federicos de oro que le regaló la excéntrica ‘babilunka’ antes de regresar a Rusia, y empieza a jugar y a ganar a manos llenas, enajenado y alucinado por el frenesí que le reporta su suerte.
Después de horas, al fin acepta consejos de quienes lo llaman a que se retire cuando en los bolsillos no le cabe más monedas de oro y dinero y regresa al hotel ofreciéndole a Polina los 50.000 francos que le asignó al francés Des Grieux, antes de abandonarla. Esta reacciona casi histérica pasando de la risa a la melancolía y de abrazos y miradas de afecto a gestos de rechazo, hasta que lo abandona y se dirige al hotel donde se aloja el inglés Astley. Aleksei rechazado y sorprendido por la reacción de Polina huye de su habitación y cae en las redes de madame Blanche, ya enterada de la fortuna que ganó en el casino. Ligera de ropas y coqueta lo invita a la habitación mostrándosele semidesnuda y llamándola para que le calce las medias de seda tentándole para que viaje con ella a París a gastarse esos 200.000 francos con sus amigas de la ‘gran vida’. Efectivamente va a París con la Blanchet y sus amigas de farra, manejándole a sus antojos desmedidos el dinero que destina a amoblar el apartamento, para comprar un lujoso coche tirado por finos caballos y se dedica a organizar fiestas con su círculo de infatuados y chupasangre de sus amigos que en tres semanas terminan de esquilmarlo.
Cuando ya ha perdido casi todo, Aleksei se dedica a recorrer los casinos de París, buscando otra racha de suerte y en una de esas salidas se encuentra con el inglés Astley quien le cuenta que Polina aún lo quiere.
De las obras de Dostoyevski, creo que El jugador es la que más roba sonrisas al lector, con la descripción de las andanzas, como mico en pesebre, de la abuela en el casino y de su agudeza para desentrañar la trama de apariencias y falsedades tejidas alrededor de su fortuna, por su sobrino el general, su ambiciosa prometida Madame Blanche, y la corte de falsos nobles y estafadores que son sus cómplices, a los que despoja de sus caretas con su cortante lengua.
Pero como en toda obra de un maestro, los dramas que viven sus protagonistas, y en este caso su alter ego Aleksei, van del cielo al infierno con todos los conflictos huracanados girando en su mente, y en los que las elevadas virtudes y bajas pasiones consumen la corta vida de los humanos.