Pasaba por el edificio del Congreso y oí que gritaban: avorazado, bellaco, coquero, estafador, matarife, mentiroso, paraco, tramposo, vago. "¿Están peleando allá dentro?", le pregunté al vigilante. "No, están llamando a lista a los honorables parlamentarios", me respondió. Y en efecto, poniéndole atención se oían uno o más epítetos por cada letra del alfabeto: forajido, ignorante, narcotraficante, ñoño, sacamicas, torcido, uribestia, yegua, zarrapastroso. La lista era inacabable.
Cuando leí algo parecido en un WhatsApp, la risa remojó la ira y la vergüenza que sentía al reconocer que esos y otros calificativos aplicaban a los parlamentarios colombianos, salvo contadas y esas sí honorables excepciones. Y la cosa no es nueva, viene de años atrás y se transmite genéticamente cada cuatro años, bien sea porque el hijo, sobrino, cuñado o apadrinado heredó la curul o bien porque esta se compró y hay que recuperar con réditos lo invertido. Tampoco es nuevo lo de las iniciales HP, honorable parlamentario, que en su momento usó como título de un libro un exparlamentario periodista para contar “historias particulares de los honorables parlamentarios”. Con pocos cambios, todo sigue igual, pero para peor.
Mas a esos HP que les endilguen aquellos u otros peores epítetos les resbala, les tiene sin cuidado alguno. Son inmunes a cualquier madrazo y más bien se burlan de quienes lo profieren, como se burlan de fiscalías, procuradurías y demás ías que ellos mismos arman, de las comisiones de ética y de las de acusaciones, puras pantomimas y payasadas que les sirven de recreo y solaz. Trepados, sentados o dormidos en sus curules, como aquel Gerlein costeño que se la pasó durmiendo cuarenta años, pasean olímpicos sus miradas burleteras sobre un público borreguil y estulto a más no poder, que los elige y reelige, mientras atónita la mayoría silenciosa los mira y oye sin comprender cómo es posible aguantar sus bufonadas, descaros, rapiñas y saqueos.
¿Y se merecen acaso los insultos esos HP? Pues claro que sí. Empecemos viendo lo que mensualmente reciben de los impuestos que pagamos y del dinero que es de toda la sociedad. Hasta este mes que acaba reciben: $7.916.000 como sueldo básico, que hasta allí se aguanta aunque no hagan nada. Pero a esos millones hay que sumarles $10.700.000 como prima especial de servicios. ¿Por qué especial?, ¿por cuáles servicios? Y hay que sumar más: $14.000.000 para gastos de representación. ¿A quién representan los HP?, ¿siquiera a los que los eligieron? Si a esos ni la mano les dan, como decía el finado indio Rómulo. En total son $32.741.755 mensuales los que se embolsillan sin darles pena alguna, mientras millones y millones de gentes quisieran tener los $741.755 sobrantes para sí y sus familias. Y sépase, duelale a quien le duela, a partir del próximo mes recibirán un reajuste decretado por el gobierno y visado por la Contraloría de $1.637.000 mensuales retroactivos a enero de este año, lo que los deja con $34.373.000 (diez o quince veces más que el sueldo de un maestro, un médico, una enfermera o de un profesional cualquiera que empieza a ejercer).
Pero eso no es todo, porque hay que sumar un mes más de prima anual, gastos de celular, pasajes, viáticos de viajes, carro y gasolina. ¿Alguien quiere más? Razón sobrada tuvo el senador Gustavo Bolívar de proponer rebajarse siquiera fueran los gastos de representación, ahora que en plena pandemia la mayoría del Congreso no puede viajar a Bogotá y las sesiones son virtuales desde la casa de cada quien y entonces ninguna prima tiene razón. ¿Resultado de la propuesta? Mandaron a la mierda a Gustavo.
¿Y qué se necesita para ser un HP? Nada, solo cuerpo de 25 años y alma de malandrín. En cambio, para que un maestro gane siquiera 2-3 millones mensuales ha de pasar años estudiando para una maestría; un policía tiene que ser bachiller y hacer cursos de ascenso; un bombero otro tanto. Feliz y pavoneándose, el HP llega al Congreso sin ningún título y hasta lo nombran presidente del mismo. El diploma termina obteniéndolo de algún colegio o universidad de garaje a los que les consigue un auxilio o un contrato para algún familiar del rector. Él no gasta un centavo, para eso está el presupuesto nacional.
Bueno, ¿pero hacen los HP algún trabajo en el Congreso que justifique semejantes sueldos y prerrogativas? La respuesta la da el mismo Gustavo Bolívar, quien asustado de lo que vio cuando llegó de senador denunció que allí se trabajan solo ocho meses, siendo cuatro de vacaciones completamente pagadas, y asisten dos o tres días a la semana, pues el lunes llegan a Bogotá y el viernes regresan a sus casas. Además, tienen las llamadas UTL, grupo de asesores de su confianza, pero que son pagados por el gobierno cuando deberían ser ellos, los HP, quienes les pagaran como cualquier empresario lo hace con quien le trabaja. "No hay ninguna razón para que el dinero del contribuyente sirva para darles una vida de lujos", fue la conclusión de Gustavo, la mía y con seguridad la suya, amable lector. Y lo grave es que hay muchos que ni siquiera asisten a las sesiones, como sucede con el señor Arturo Char, caracterizado por su ausentismo, pues son treinta y tres las faltas que se le computan, y pese a que con seis se pierde la curul, el hombre fue nombrado presidente del Senado. ¿Cómo la ven? Y sin contar el caso de la Merlano que le corre pierna arriba.
De repeso, cuando tienen que hacer algo, aprueban a pupitrazos los proyectos de ley que presenta el gobierno, sin discusión ni debate ni mirando su conveniencia. Es que es una paradoja: hacen leyes sin saber nada de ellas, además se pasan por la faja los intereses de la comunidad y solo atienden los del gobierno y los suyos propios. Y si de pronto y por casualidad se les despierta una neurona, presentan sus propios proyectos de ley como lo hicieron los HP del Centro Democrático el pasado 20 de julio. Veámoslo:
Con la misma lógica con que aprobaron la ley que declara el carriel antioqueño patrimonio cultural de la nación y no dando para más su raciocinio, la senadora Chagüí pide se haga otro tanto con el porro; Luis Fernando Gómez, con el sombrero aguadeño; Milton Angulo, con la marimba, y se lleva la palmatoria Edwin Ballesteros, quien propone declarar patrimonio genético cultural (tal cual) a la cabra santandereana. Por favor, hay derecho a creernos imbéciles, pero no tanto. Parodiando a Stendhal, digamos que es una injusticia condenar a estos HP a bailar porro con marimba, boleando sombrero, cuando lo que se merecen es un cólico miserere por atragantarse con los genes de la cabra. Y no podía faltar Uribe, que quiere degollar a 100 HP y dejar el Congreso con 157 jumentos para arriar su recua más fácilmente diciéndoles "como son menos, ganarán más".
La crisis económica, social y política que vivimos se proyecta peor para el próximo año. El butaco del Estado se derrumba: la pata del gobierno está quebrada y hecha astillas, la de la justicia cojea más y está tembleque, y la del Congreso está corrompida y podrida. A asamblea constituyente llaman las campanas.