Si trabajas en una ONG y no tienes jerga, estás frito. Las citas son fundamentales para tener un estatus social dentro de la izquierda. Marx, Engels, Biófilo Panclasta, no importa si los has leído, lo que importa es que lo pasees por tu boca, que la chica que te gusta alcance a escuchar que eres un intelectual preocupado por los problemas del mundo.
Yo, la verdad, me aburro mucho cuando salgo a tomar con mis amigos de izquierda y se ponen pesados con todo su epistemología sociológica y del cine de Pudovkin y el desquite marxista del arte. Preferiría, qué sé yo, irme con dos administradores de empresas a charlar sobre el último gol de Cuadrado.
Esa petulancia tan propia del intelectual de izquierda fue la que predominó en la carta que académicos radicados en Francia le escribieron a Peñalosa. Plagada de citas y frases incomprensibles para nosotros los mortales, los académicos perdieron una oportunidad de oro para dejar en ridículo a Peñalosa, algo que no es muy difícil que digamos. Se reunieron para volver a escribir otro de sus infumables ladrillos.
Colombia ha sido el único país en Suramérica que no ha tenido presidentes de izquierda. Esto no solo se debe a las persecuciones políticas, o a la mala imagen crónica que le ha dado las FARC a las luchas sociales. La culpa radica, también, en la nula autocrítica de los comunistas. Entregados de lleno, salvo casos excepcionales, al alcohol y la rumba, el intelectual de izquierda está condenado, como Oblomov, a la inacción. Es absurdo verlos como apoyan a Cuba y a Venezuela y uno difícilmente se los puede imaginar cortando caña en una zafra, bajo el sol infernal de Cienfuegos, o participando en brigadas alfabetizadores en Petare. El guayabo eterno que cargan no se los permitiría.
No, lo de ellos es más bien la habladera de basura. Nada como calentar el asiento de un café, destapar un vino carísimo, cuando sus salarios se lo permiten, y hablar, hasta que la vela se acabe, del 18 brumario y Así se forjó el acero, la novela de Nicolai Ostrovski. Y hablan, y hablan y no paran de hablar ni siquiera cuando están leyendo porque son de esos borrachos cansones, insoportables, enamorados de su voz. Y leen versos de Mayakovsky y no se acuerdan que el poeta se pegó un tiro desilusionado porque al Pueblo, al tan sobreestimado Pueblo, le había quedado grande el cambio social.
Y ahí van, criticando al sistema y acumulando títulos de las universidades que promueven la exclusión y la mediocridad. Cuando se presentan lo hacen mostrando sus doctorados, sus especializaciones, toda su parafernalia. Ellos son los que han desprestigiado la lucha de los obreros, el trabajo incansable de los líderes de los barrios de invasión. Con su jerga imposible y su prepotencia le han entregado el país a los de derecha que, compensan su villanía, con su practicidad y sentido de la oportunidad.
Intenté leer la carta de los académicos contra Peñalosa y apenas leí a Foucault la solté. Ya no le creo a las citas, ni a la jerga, ni al discurso excluyente. Colombia necesita intelectuales que hablen de frente y que digan las cosas como son, sin mencionar a Adorno, a Lukacs, a Gorki.
