Antes de empezar, tengo que ser claro e irreductible en el hecho de que Betty la Fea es lo mejor y que lo que está por leer es una mera opinión.
Betty la Fea es un programa que nos habla al oído a todos los colombianos y nosotros siempre tendremos algo que aprender de este. Siempre llegará a decirnos algo importante y a cuestionar el verdadero potencial que tenemos adentro en ese fondo en el que todos somos feos en pensamiento, palabra, obra y omisión.
Pues bien, volví a ver Betty la Fea después de 15 años. Antes era un niño que a duras penas entendía los complejos que se enmarcaban en unos personajes que solo me producían risa y me entretenían las tardes después del colegio. Hoy me puso a pensar. Además de la nostalgia que me produjo repetir cada capitulo, también me trajo serias dudas sobre el pensamiento cotidiano de los colombianos que nos identificamos en esa novela. Empezando con Don Armando, tan insoportable, tan cínico, tan prepotente y tan parecido a mi y a tantas personas a mi alrededor. Betty, el reproductor de las raíces de ese machismo que la enamora, que le mueve el cielo y la tierra. Me saca la rabia muchas veces pero siempre la entiendo, la amo y la abrazo porque yo también me hubiera enamorado de Don Armando y también le hubiera perdonado todos esos desplantes que le hizo en los 200 capítulos de oro puro que es esta novela.
Igualmente veo a Don Hermes, el padre de Betty, tan parecido a los padres colombianos. Tan cansón, tan terco, tan llevado de su parecer, tan profundamente patriarcal, tan tosco en el trato y ligero en la palabra. Uno de mis personajes favoritos, sin duda alguna. Fueron cientos de veces que me dejó de rodillas en el piso, a punto de orinarme de la risa con sus ocurrencias y sus dichos pendejos llenos de certezas. Pero no deja de ser insoportable. Y a su lado, incomprensiblemente merecedor de un amor tan incondicional, se resalta su esposa, Julia Rincón, quien nunca fue capaz de sacudirse o cambiarle el mal genio y ese comportamiento de berruga fastidiosa a Don Hermes, para no incomodarle la vida a su más grande tesoro en el universo: su hija, la fea Betty.
¿Y cómo olvidar a Hugo Lombardi? El único personaje gay que, además, encarna solo los peores imaginarios de toda una comunidad históricamente discriminada desde prejuicios brutos. Detestable es este personaje, pero fue el favorito de muchos y se volvió apodo de otros tantos. Una fuente reproductora de prejuicio que ha trascendido las décadas. Prejuicio a las feas, los feos, los pobres, los gays, los gordos, todos incluyendo hasta los ricos más bonitos, mejor dicho. Creo que son como 50 veces las que utilizan el término "loca" en esta serie para degradar los comportamientos de una persona solo por actuar amanerada, porque ni el actor es gay.
Ni que decir de la peliteñida, de Fredy y sus burlas, la asquerosidad de las palabras de Daniel Valencia o del papasito de Calderón, todos fieles representaciones de lo que consideramos sobre las mujeres, los pobres, los homosexuales en este país, entre otros.
Y es que en eso radica lo verdaderamente hermoso de Betty la Fea. Que nos representa a como sociedad a los colombianos: acomplejados, hipócritas, machistas, homofobicos, feos pero muy en el fondo buenos. Ganadores de todos los conflictos, los dramas, llantos, retos y obstáculos con un final emocionante acompañados del amor que siempre quisimos, nunca merecimos pero que, además, nunca imaginamos posible.
Quiero cerrar con el cuartel de las feas: las más hermosas. Lo que las hace los mejores personajes de la serie es su capacidad de abrazar con lealtad esa fealdad con la que la sociedad las define. Maravillosas ellas.