En mi columna del domingo anterior hice un llamado a atender con urgencia la guerra soterrada y cruel que viene adelantando contra Colombia la dictadura de Nicolás Maduro. Como siempre, la columna suscitó comentarios entre mis amigos. Quiero contar que solo leo los comentarios de mis amigos, los unos afines y los otros en desacuerdo, como debe ser. No me distraigo en perder el tiempo con esos vomitarios de bilis en que se han convertido las redes sociales.
Entre los comentarios recibí uno de un gran amigo a quien quiero y respeto mucho desde hace muchos años. Él fue un dirigente muy importante del M-19, razón de más -en mi caso- para ponerle cuidado a su opinión.
Es bueno recordar que la virtud de leer los comentarios de los amigos va mucho más allá del halago que se siente cuando coincidimos; cuando se trata de observaciones en contravía, las recibo como una ocasión necesaria para repensar lo pensado, para volver a pregúntame si tenía o no razón, para rectificar algún error.
Esta vez, las críticas de mi amigo tuvieron una frase que me dejó pensando: “Tu opinión sobre Venezuela parece tomada de un ´informe´de la embajada gringa”.
Naturalmente, estaba haciéndome una aseveración muy ácida en la medida del recuerdo de que en el M-19 definíamos como imperialista la política de EE. UU. hacia América Latina y de que, como tal, considerábamos que luchar contra ese imperialismo constituía un deber con la dignidad y una obligación imprescindible si alguna vez queríamos conquistar el desarrollo económico y social de nuestras naciones.
De la crítica de mi amigo me surgieron dos preguntas que me han tenido cavilando todos estos días: la primera, ¿constituye un error, en sí mismo, coincidir en algo con alguna política de EE. UU.? y la segunda, ¿coincido con la actual política de EE. UU. respecto de Venezuela?
En primer término, considero que juzgar cada cosa en función de quién la diga es un error gravísimo. Tan absurdo resulta descalificar instintivamente todo lo que provenga de un adversario, por la sencilla razón de que viene de un adversario, como también resulta irracional salir a justificar todo cuanto venga de los amigos o aliados por el solo hecho de provenir de ellos.
Una concepción vital de la vida, pero sobre todo una concepción democrática de la política, suponen comprender la inexorable cadena de encuentros y desencuentros con unos y otros, con amigos y contradictores. Máxime aún, cuando la palabra “imperialismo” ha desaparecido casi por completo del debate político y no creo que ello se haya debido a que la imposición de recetas imperiales haya desaparecido de nuestra tragedia sino por razones de conveniencia personal y política de muchos de los dirigentes que antes la esgrimían como cuestión de principios.
No deja de parecerme un tanto paradójico cuando veo en los periódicos que los izquierdistas más radicales no desaprovechan oportunidad para viajar a Washington y a Miami para comer hamburguesas y hacer lobbys, con caras de monaguillos, ante los partidos y los organismos multilaterales regidos por el “imperialismo”. Es más, tengo entendido que de un tiempo para acá las embajadas de EE. UU. abrieron sendos departamentos en sus oficinas de relaciones políticas para atender a los dirigentes de las izquierdas radicales como a sus “nuevos mejores amigos”. Y ellos felices. Sí, todos ellos, tanto los unos como los otros.
Es más, no me sorprendería que al cabo de un tiempo, cuando pasen los años suficientes para levantar los velos de las actividades secretas que tienen las embajadas, nos topemos con la sorpresa de que algunos de los más radicales, de esos que se han esmerado batiéndole inciensos a la dictadura venezolana, también aparezcan como informantes al servicio de las agencias de seguridad gringas.
Conozco a muchos y no hay doble moral que les quede pequeña.
Acto seguido, seguí reflexionando sobre la segunda pregunta y pienso que no; no estoy de acuerdo con la política de Trump sobre Venezuela.
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La política de Trump hacia la dictadura de Nicolás Maduro vuelve a caer en la penosa inmoralidad que subyace a toda política imperialista a lo largo de la historia
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La verdad, pienso que la política de Trump hacia la dictadura de Nicolás Maduro vuelve a caer en la penosa inmoralidad que subyace a toda política imperialista a lo largo de la historia
La clave de los imperialismos ha radicado en que siempre priorizan sus intereses de cualquier tipo a los principios de solidaridad y respeto que debieran tutelar las relaciones entre los países. Todos los imperios han abusado de su poder para imponer sus políticas, sobre todo a los países más necesitados, sin importar cuanto sacrificio, dolor y saqueo hayan de padecer estos pueblos.
El caso de Trump con Venezuela no ha sido la excepción.
Trump y Colombia y el mundo entero sabemos lo que pasa en Venezuela. Sabemos que esa nación ha sido saqueada y devastada por una dictadura especialmente corrupta, escudada en el cuento chino de una revolución socialista. Todos sabemos que esa dictadura logró lo que hasta hace poco era considerado como algo imposible: llevaron a uno de los países más ricos de la Tierra a unos niveles de miseria material, ruina espiritual y violencia política inimaginables.
Para cerciorarse de que esto es cierto no es necesario leer el informe de ninguna embajada gringa. Basta recorrer las calles de las ciudades colombianas o recorrer nuestras carreteras para ver a millones de venezolanos, con sus hijos y sus escombros a cuestas, tendiendo las manos a la pesca de alguna moneda y reflejando en sus rostros el rictus mustio de la mendicidad inesperada.
Y Trump, por más que espete amenazas contra Maduro, lo cierto es que los hechos demuestran que optó por privilegiar sus negociaciones con Rusia y China, negociaciones que han terminado por prolongar la sobrevivencia ignominiosa de la dictadura de Maduro.
Es evidente que la hostilidad de Trump con Maduro ha terminado convirtiéndose en una más de sus pantomimas.
¿Qué más pantomima que el conciertico farandulero de Cúcuta, acompañado de refrigerios envueltos en publicidad de ayudas humanitarias que no se comieron ni los reguetoneros enguayabados el día después de la rumba?
¿Qué más pantomima que querer dárselas de bravo aplicando la fórmula vetusta del “bloqueo”, fórmula que la comunidad internacional rechaza por inútil para derribar la dictadura y más que dañina porque no hace otra cosa que empeorar las insoportables condiciones de vida de la gente?
¿O qué tal la pantomima de esos mercenarios de pacotilla que intentaron infiltrar por La Guaira en barquitos de Disney y que fueron cazados por el lobo como en los cuentos de Blanca Nieves y los siete enanitos?
¡¡Cómo duele la soledad del pueblo venezolano!!
A falta de uno, hoy es víctima de tres imperialismos.
Del imperialismo chino que, con el propósito de ir haciéndose a las más grandes reservas petroleras, fue soltándole todos los préstamos que la dictadura le pidió, sin importarle que toda esa plata fuera para los bolsillos insaciables de los seudorrevolucionarios. Y no pueden decir ahora que no lo sabían por todo el mundo lo sabía, desde hace años, que esa plata no la invertían en obras para la sociedad sino que se la robaban.
Del imperialismo ruso, que encontró en la prostitución política venezolana la mejor oportunidad para hacer negocios vendiéndole a la dictadura toneladas de armas con cuyas “comisiones” se enriquecieron aún más los generales de ambos países y Putin y Chávez directamente como directores de la “operación”.
Y cómo no, del imperialismo norteamericano, esta vez en la versión Trump, que prefirió compartir cobijas en esta historia con Putin y con Xi Jinping, olvidándose de todos los atropellos que ha sufrido el pueblo de Venezuela.
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Una vez más en la historia, se sentaron tres imperialismos a jugar su juego de póker, a defender sus intereses, sin importarles por un solo instante la tragedia de un pueblo
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Una vez más en la historia, se sentaron tres imperialismos a jugar su juego de póker, a defender sus intereses, sin importarles por un solo instante la tragedia de un pueblo.
Hay que dejar de pensar la vida y la política desde férulas ideológicas que nos preformatean el alma y el cerebro.
Mirar la vida y la historia desde los ideologismos del pasado no hace otra cosa que obligarnos a seguir siendo súbditos de algún imperialismo de esos que decimos haber enfrentado.
Los ideologismos no hacen más que arrodillarse a algún poder y dejar, por siempre, en la más penosa soledad a los pueblos.
Qué bien nos caería a todos recordar esa bella frase del discurso “La soledad de América Latina” de Gabriel García Márquez cuando le merecieron su Nobel:
“La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos solo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.