Si algo se volvió común en la generalidad de nuestros funcionarios y comentaristas de prensa es la crítica de que la ONU, la Unión Europea y la Comisión de Derechos Humanos no hayan condenado la reacción del gobierno de Cuba contra lo que llaman el levantamiento de su pueblo pidiendo libertad, para probablemente reemplazar la dictadura comunista dirigida hoy por Diaz Canel por el capitalismo salvaje que burbujea en los demás países del continente.
Y la queja repetida la fundan en que estas mismas instituciones no se hayan quejado de manera explícita, como lo han hecho contra gobiernos democráticos como el de Colombia, que ha debido recurrir a sus fuerzas de disuasión institucionales cuando le tocó enfrentar fenómenos que —haciendo de lado el carácter humano de las reacciones populares provocadas por el hambre, el desempleo y el no futuro— decantan finalmente como simples actos terroristas.
Callan obviamente que en las refriegas de Cuba haya sido el propio pueblo el que acudió a controlar a los revoltosos —una forma peculiar de intervención del gobierno de la Isla para desestimar sus problemas—, lo que les ha parecido a nuestros quejosos un instrumento de maldad increíble porque enfrenta a los ciudadanos cubanos como enemigos, mientras callan que en estas tierras de libertades mercantiles hayan sido las fuerzas del orden —que también son pueblo— las que hayan enfrentado con violencia extrema a sus conciudadanos sin opciones de futuro, dejando muertos y comprometiendo reglas de elemental humanidad que dicen acatar.
Olvidan estos adalides de las instituciones democráticas que la ONU y buena parte de la ideología que domina las relaciones exteriores de la Unión Europea y soportan la vigencia de los derechos humanos conservan esa faz humanista de superación progresiva de la sociedad encarnada por su izquierda y heredada de la cantera racionalista de la civilización occidental. Nobilísima aspiración aceptada inclusive por tirios y troyanos de estas tierras, hasta que se nos impuso el mito economicista neoliberal, que avasallando el resto de la realidad ha abierto paso para que la regresión cultural de la especie sea posible hasta los peores estadios de degradación conocidos.
Memoria ideológica de superación de la especie, hoy paradójicamente puesta en cuestión, que si no justifica —porque no lo hace— al menos respeta el esfuerzo cubano por su propia autonomía y modelo de vida contra todo lo que le rodea, mientras condena la condición irredimible de sus países hermanos que se han adecuado a vivir bajo la dependencia económica y política del más fuerte, renunciando al noble ejercicio de una de las razones que justifican la vida.
Y que por dicha condición jamás han logrado superar el subdesarrollo que hoy los tiene al borde de la inviabilidad que genera que la gente, en especial una juventud sin horizontes, se tome las calles porque tienen hambre y el sistema los ha engañado continuamente. Y que las medidas coercitivas criminales para reprimirla no encuentren, bajo aquella insuperable perspectiva progresista, la misma consideración.
Al menos unos intentaron liberarse de la temprana coyunda gringa que cubría al resto del continente con una historia de guerras, invasiones, asesinatos de presidentes, apoyos a dictaduras y golpes de estado a gobiernos elegidos por el pueblo, mientras los demás aceptaban que su desventurado liderazgo se limitaba a administrar y lucrarse de dicha dependencia sin que sus mentes advirtieran que el futuro pudiera enfrentarlos a circunstancias insostenibles como las que hoy afrontan.
Y no porque los juegos perversos del capitalismo —que no deberían existir si su naturaleza fuera perfecta e inigualable como lo supone la teoría, para adelantar bloqueos, embargos, invasiones, guerras y amenazas en especial contra los débiles que no se pliegan a sus órdenes, no sean menos nefastos para la estabilidad económica, que el desangre que ha significado el capitalismo libertario, con la extracción continua del valor del trabajo y las riquezas naturales del resto de las naciones de América, porque para ello están las cifras sobre la creciente inequidad de la riqueza a favor de unos pocos países y empresas desarrolladas frente al subdesarrollo perenne y pobreza creciente del resto de Latinoamérica.
Ambos sistemas han fracasado, el imposible igualitarismo en Cuba y el supuesto desarrollo económico en Latinoamérica y el Caribe si los hitos capitalistas se toman como única medida de la existencia de la humanidad. Porque visiones universales, de verdad, excepcionales han dado valor incluso mayor a otros aspectos de la vida como la dignidad, la libertad real, la solidaridad, la autenticidad de la existencia particular, no como simple segregación mecánica de una economía sin cortapisas sino incluso como manifestaciones de un orden superior.
Por lo que no está de más que sus instituciones callen ante las demasías de quienes no propalan ser democracias ejemplares y, en cambio, condenen los excesos criminales de gobiernos que andan pavoneándose precisamente de lo que más les hace falta: paz, desarrollo y democracia.
El camino del socialismo cubano y el desarrollo capitalista del resto del continente está por escribirse. Para convertirse en realidad las ideas que siempre se han silenciado se necesita de emancipación y unidad continental. Esto será lo que nos permitirá hacer parte de la historia del planeta.